12. Tarjeta de memoria.

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Taemin buscaba ocupar su cabeza, había estado tratando de hacer eso mismo durante esa semana y media en el que continuaba teniendo pesadillas sobre ella, en la que no la había visto ni una sola vez.

No lograba concentrarse en nada: ni en sus clases, ni en los libros, tampoco en cualquier actividad que se le cruzara por la cabeza. Lo cierto era que las pesadillas ya no solo venían en forma de sueño, sino que también llegaban a él en momentos del día inespecíficos, pero con una increíble intensidad que le hacía revaluarse si aquello no había pasado en realidad.

Loco, ¿no?

Suspiró. Acomodó las lociones de su baño, los perfumes que se encontraban encima de su mueble. Era fin de semana, no tenía nada que hacer y estaba harto de seguir pensando en ella y en los sueños en lo atormentaban de noche. Si, se había puesto a ordenar toda su habitación, solo para mantenerse ocupado.

Pero había preguntas que siempre se le venían a la mente.

¿Qué estará haciendo? ¿Cómo se encontrará? ¿Pensará en mí, como lo estoy haciendo yo?

Gruñó. Se pasó las manos por el cabello, despeinándolo, una y otra vez, cansado, frustrado. Hizo todo: desde barrer, hasta limpiar su baño con un cepillo de dientes que había encontrado. Limpió los vidrios de su ventana, hizo su cama y ordenó todo el papeleo de su escritorio. Solo le faltaba un lugar: debajo de la cama. Y, para ser exactos, no sabía que se encontraría allí debajo: lo cierto era que hacía demasiado tiempo que no limpiaba ni se asomaba por allí.

Efectivamente, había un montón de cosas, no solo pelusas. Objetos que había creído perdidos, cuadernos de notas de la escuela, hojas sueltas, lápices y lapiceras. Cuando pensó que por fin había logrado sacar toda la basura de allí abajo, la escoba se topó con una caja de zapatos. Frunció el ceño. No recordaba haberla puesto allí, en cierto punto, había pensado que la había tirado cuando llegó a la conclusión de que no existía nada allí que quisiera recordar.

La abrió con cuidado, con cara de asco. La caja tenía un raro color amarillento-blanco y estaba llena de polvo, pero las cosas en su interior estaban intactas. Primero sacó unos post-it amarillos, todos sin escribir y un marcador permanente negro. Acaricio las hojas amarillas ahora con marcas de humedad, indicándole el tiempo que había pasado ya. Ciertamente recordaba que había guardado aquello, pero nunca había entendido exactamente por qué. Recuerda, en gran detalle, que las había visto en su mochila un día después de ser dado de alto en el hospital. En ese tiempo, caminar le costaba horrores, y, mientras recogía las notas, un dolor indescriptible le había recorrido el cuerpo. Se había quedado viendo esos papelitos por al menos treinta segundos, con lágrimas en los ojos, sin siquiera entender por qué aquel sentimiento tan devastador lo envolvía en sus brazos.

Sacó entonces las fotos de sus presentaciones. Verse a sí mismo bailar con tanta pasión de nuevo fue un duro golpe que no se animó a explorar más allá. Apartó la mirada, dejó las fotos un lado y continuó.

La primera postal que su madre y su hermana le habían mandado una vez que se fueron al extranjero ya estaba amarillenta. La acarició con delicadeza y no pudo evitar pensar cuánto las extrañaba a ambas. Solo se veían algunas veces al año y desde que se habían ido, la casa se sentía más vacía, más frías. La ruidosa risa de su hermana le hizo falta y pensó que ya era momento de llamarlas, para saber cómo andaban.

La dejó un lado y continuó mirando el contenido de la caja. CD's, DVD's, algunas revistas, rodilleras, muñequeras. Y así llegó al fondo de la caja, en donde, en un costado, parado, se encontraba su viejo celular. Lo tomó en sus manos, frunciendo el ceño. Ni siquiera recordaba haberlo puesto allí, es más, lo había creído desaparecido desde el accidente.

En efecto, no servía para nada: estaba destruido, había sufrido un gran daño en el impacto y no le veía el motivo de guardarlo. Incluso, vagamente, recordaba a Sora diciéndole que lo había tirado a la basura, con lo mal que había quedado.

Lo desarmó. Le entraron ganas de saber qué tenía ese celular dentro, puesto que en realidad ya no lo recordaba. Deseó que la memoria estuviera intacta mientras, con cuidado, desarmaba el celular en su búsqueda. Afortunadamente, no había sufrido ningún daño.

Sonrió, mirándola reposar en su palma. Y pensó que esa memoria se había vuelto pesada, como si llevara una carga excesiva de archivos. O recuerdos, pensó, porque aquello que estaba allí era él en el pasado; porque aquello que había allí dentro, representaba quién había sido él antes del accidente que se lo quitó todo.

Con extrema delicadeza, buscó su celular actual y vigiló que la tarjeta de memoria no se fuera a ningún lado. Cuando estuvo todo listo, la colocó en el lugar debido. Esperó solo unos momentos antes de empezar a registrar, con extrema curiosidad, lo que había en su interior.

¿Hacía cuánto tiempo que no escuchaba esas canciones?

Sentado en el piso frío de su habitación, cerró los ojos y su cuerpo, incapaz de resistirse, se movió con la música. El corazón le dio un vuelco, la sensación de dejar vibrar la música por su cuerpo una vez más después de tanto tiempo lo dejó sin habla, abrumado. Habría pasado su vida entera creyendo que lo mágico no existía hasta que descubrió el baile. Le voló la mente. Era, para él, fuera de este mundo. Y estaba seguro de que así como para él el baile era magia, para muchas más llevaba otro significado, siempre radicando en una percepción personal.

Detuvo la música cuando se dio cuenta de que se había puesto de pie. Miró a su pierna, enfadado. Ya no podía hacer tales. Ya no se podía dejar llevar. Se volvió a sentar y comenzó a buscar por otras cosas. Pasaba de un álbum de fotos a otro, minuciosamente, como buscando algo. Pero él no estaba seguro de qué exactamente, simplemente, en algún punto, mientras miraba el primer álbum, había sentido la necesidad de encontrar algo, algo que estaba por allí.

Las fotos con Sora aparecían de vez en cuando. Sus amigos de la secundaria se veían todos sonrientes, sin ninguna preocupación. Cada vez que se veía en las fotos, no lograba reconocerse.

¿Ese era él?, a veces no le parecía. Había algo diferente, algo que empezó a notar con más frecuencia en las últimas fotos que se había tomado antes del accidente. La mirada, la sonrisa, incluso sus poses en las fotos iban, en efecto, cambiando. No estaba seguro de si para bien o para mal, pero podía decir y diferenciar con claridad un Taemin del otro.

El último álbum no tenía ningún nombre, no recordaba siquiera haberlo hecho o visto alguna vez. Pulsó solo una vez. Pulsó una sola vez, pero fue el movimiento que tal vez, marcó un antes y un después en su vida en aquel entonces.

La galería mostraba fotos de una chica. Se le paró el corazón. Podría haber jurado que todo en sí se había detenido mientras seleccionaba la primera foto.

Sí, era ella. Allí estaba Suni, joven, hermosa, en esa misma ventana que había soñado, con la lluvia de fondo, con los post-it amarillos en la pizarra y el mismo uniforme verde de la escuela. Allí estaba ella, con la misma mirada adolorida, la más profunda y reflexiva de todas.

Y ahí estaba él, tomando la foto, reflejado en el vidrio de la ventana.

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En un día mejor. | Taemin |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora