16. Condiciones

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No me costó mucho pillar su ritmo a pesar de que iba bastante rápido, parecía intentar querer deshacerse de mí a toda costa

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No me costó mucho pillar su ritmo a pesar de que iba bastante rápido, parecía intentar querer deshacerse de mí a toda costa. ¿Era por lo de antes? Tan sólo le había dado mi opinión al respecto, y lo cierto es que su visión del amor me parecía completamente errónea.

Cuando estuvo a punto de torcer por las escaleras conseguí que mi mano rodeara su muñeca e impidiera que siguiera subiendo por ellas. Aceptando que no le quedaba otra que hablar conmigo se dio la vuelta exasperada. La liberé de mi agarre al notar que el contacto piel con piel me afectaba de la manera más extraña y enigmática.

Soltó un suspiro y esta vez fue ella la que me cogió la mano, el tacto de sus dedos sobre mi palma volvió a provocarme un remolino de emociones que no sabía identificar. Tiró de mí hasta que prácticamente me arrastró al porche de la casa. El porche en el que nos dimos nuestros dos únicos besos, si es que el primero podía considerarse siquiera eso.

Se sentó en uno de los escalones y me hizo una seña para que la acompañara. Aquel sitio me traía recuerdos de todas las tardes que solía pasar en casa de la italiana, y cómo no, recuerdos de su difunto padre. Me moría de ganas por preguntarle, por saber cómo fue todo. Yo también lo quería, me merecía saber cómo fueron sus últimos días. Pero mi madre evitaba el tema cada vez que lograba sacarlo y por otro lado estaba seguro de que Alegra se cabrearía ante mi repentina curiosidad.

Solté el aire que había acumulando hace rato, dispuesto a decirle lo que llevaba horas pensando y cuadrando en mi cabeza. Solo esperaba que sonara igual de bien. Sin embargo eso no pasó, porque el discurso que me traía meditado de antemano se deshizo en cuanto mis ojos conectaron con los suyos.

-No sé cómo empezar-si seguía mirándome de esa forma estaba seguro de que comenzaría a tartamudear sin poder evitarlo-. Lo siento, Alegra. Joder, lo siento tantísimo, fui un tremendo egoísta de mierda.

-No tienes que disculparte. No estabas aquí, y supongo que no sabrías nada-sus ojos recorrieron las marcas de las baldosas del suelo evitando hacer ninguna clase de contacto visual.

Negué con la cabeza.

-Tengo que hacerlo. Entiéndeme, necesito hacerlo-hice una pequeña pausa para cargarme del valor que me había faltado todos estos años-. No pude despedirme en persona porque el vuelo salía de madrugada, y si te mandaba un mensaje pensé que me odiarías aún más. Después de eso, no llamé y no escribí porque no podía. No podía sentarme en mi casa y pulsar las teclas del teléfono con la esperanza de conseguir escribir algo lo suficiente bueno como para expresar lo que sentía. No había forma de describirlo-fui consciente de que estaba sacando excusas y que excusas era lo que menos se merecía-. Joder. Mierda. Olvida lo que he dicho. No quiero justificarme, porque no tengo justificación. Soy un imbécil que sólo piensa en sí mismo.

Me removí nervioso en el sitio.

-Opté por la salida más fácil que era ponerme en contacto con Carla y preguntarle por ti, para al menos tener algo a lo que aferrarme. Sin embargo lo que me dijo parece semejarse bastante poco a la realidad. Debería haberlo supuesto. Yo...yo-aquí venía el tartamudeo, para mi sorpresa y gratitud la rubia interrumpió.

          

-Da igual. No me importa ya. No quiero que te disculpes. Perdí las esperanzas en noso...-se retractó rápidamente-perdí las esperanzas hace tiempo.

Me llevé las manos a la cabeza frustrado. La Alegra de la que creí estar enamorado ya no existía, o al menos parecía no existir. Quizás debería dejar de comparar a la antigua con la nueva, y simplemente intentar entender a la de ahora.

-Déjame recuperar el tiempo. Déjame volver a ser tu amigo. No necesito nada más. Por favor, déjame volver a entrar a tu vida, déjame devolverte la esperanza. He perdido tres años, no me dejes perder más-susurré.

Esta vez mis palabras captaron su atención y en su iris pude distinguir una especie de brillo singular. Todas y cada una de ellas eran sinceras. Probablemente lo más sincero que he dicho jamás y justamente con la persona que se merecía toda la sinceridad posible por mi parte.

Sus labios temblaron, estaba dudando. Su subconsciente parecía debatirse entre el mantener sus murallas bien altas o permitir el paso a quién en su momento se encargó de romperlas sin permiso ni cuidado.

Finalmente tomó una decisión y no tardó en comunicármela.

-Está bien-una enorme sonrisa apareció de la nada en mi rostro-, pero con dos condiciones. La primera es que me des tiempo, aún me cuesta verte todos los días y saber que estás aquí cuando llevo tres años apartada de tu mundo. Así que despacio.

Asentí, no me importaba el tiempo. Solo quería formar parte de sus veinticuatro horas diarias.

-¿La segunda?-dije con una mezcla de curiosidad e incertidumbre.

-Amigos. Sólo amigos-sus mejillas se tiñeron de un suave color rosado, no tardó en apartar sus ojos verdeazules para evitar que pudiera fijarme aún más en ellas-. Cuando te fuiste... creo que no llegamos aclarar las cosas, y aunque sé que ya no hace falta hacerlo, sólo por si acaso.

Creo que se refería al último recuerdo que teníamos juntos. Me llevé una mano inconscientemente a los labios al acordarme del beso, me apresuré a quitarla en cuanto reparé en el gesto, por suerte no me estaba mirando.

Despejé mi cabeza de todos aquellos momentos que en aquel preciso instante se dedicaban a asaltarme. Cuando recuperé el control de mi mismo le tendí una mano.

-Acepto.

Al disponerse a estrecharla reparó en la pulsera que adornaba mi muñeca desde hacía bastante tiempo. Sus pupilas expresaban duda y nostalgia. Quité la mano avergonzado y le tendí la contraria. Me sentía ridículo llevando aún la dichosa pulsera cuando ella posiblemente la hubiera desechado. Del mismo modo, no podía desprendérmela. Hasta hace poco era lo único que conservaba de ella.

Parecía que acabábamos de sacar la bandera blanca en una guerra que a penas había empezado. Estaba dispuesto a volver a ser el mejor amigo de Alegra Lombardi. Costara lo que costase.

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TÉCNICA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora