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- Hazlo si eso te ayuda a que tu fama se haga más grande-

La comprensión de Hellaine era tanta que a veces hasta me sorprendía, y luego recordaba que esa era una de sus características más maravillosas.

¡Diablos! La mujer se había casado con un tipo que tenía millones de complejos, de todos los tamaños y colores habidos y por haber, y con un pasado asqueroso que fui soltándole de a pedazos, como cuando se ofrece una torta podrida y llena de gusanos en pequeñas porciones para disimular que lo que se está comiendo en realidad sabe a mierda...

Y en lugar de enfadarse, Hellaine continuaba apoyando cada una de mis decisiones, y rebatía algunas solo con la intención de verme feliz, o de ayudarme a progresar en esta interminable odisea que resultó ser el mundo musical.

- No quiero. No voy a mantener nuestro matrimonio en secreto solo para que algunas adolescentes de trece años puedan sentirse cómodas mientras miran una fotografía mía y se meten los dedos-

Ella solo me devolvió una sonrisa, pero no estaba satisfecha con lo que escuchaba. Yo sabía que se preocupaba, que tal vez no estaba lista para esto, aún cuando ambos fantaseábamos al respecto casi todo el tiempo...

Ahora que realmente estaba pasando, ¿estaba lista para compartirme con el mundo? ¿Estaba listo yo?

- Eres la cara bonita del grupo, Jo- Recalcó ella, mientras preparaba café, parada frente a la cocina con la mirada fija en eso. – Tienes que admitir que la mayoría de los cantantes que son considerados atractivos se hacen más famosos aún cuando las chicas saben que son solteros-

- Me da igual. Nuestro CD está vendiendo bien, tenemos muchas fechas de presentaciones en la tele, y hasta estamos coordinando hacer un recital... ¿Para qué me sirve tener más dinero?-

- Porque gastas como un condenado... Por eso- Me recordó Hellaine, colando ya el café. – Y no te culpo. Compras todo tipo de accesorios, de chaquetas de cuero, de pantalones, de zapatos... Pruebas nuevos cosméticos, y eso me encanta. Pero si no te detienes, y además, te rehúsas a producir más dinero, entonces estaremos perdidos antes de que el grupo pueda subir a la cima...-

En efecto, tenía razón... No sabía manejar el dinero, y estábamos apenas comenzando. De hecho, el principal motivo por el cual siempre teníamos que regatear los gastos era porque yo era una persona muy difícil de mantener... Siempre quería comprar algo, aunque fuera una tonelada de papel higiénico. Era irracional, pero en momentos en que mi billetera estaba gorda me crecían aires de millonario, y sentía la imperiosa necesidad de comprar cualquier porquería que se me cruzara por delante.

Le di la razón ese día a Hellaine, pero le prometí que me controlaría más. No aceptaría que me impusieran mantener nuestra relación en secreto, era casi un insulto para mí, y estoy seguro de que para ella también lo era, pero siempre se detenía en pensar qué sería lo mejor para los dos, y no en cómo se sentiría luego.

Hellaine, como era habitual, no intentó convencerme de hacer otra cosa porque sabía cómo era cada vez que decidía hacer algo. Era terco, hueco y duro como la más porosa de las rocas que se estacionan en una playa. Tal vez por eso me gané a esta chica, pensé de repente... Si la hubieran visto cuando la conocí, en una tarde casual de primavera, se hubiesen vuelto tan locos como yo.

Recuerdo que apenas había comenzado a trabajar en una disquería; me acababa de mudar a la ciudad, luego de una apestosa vida campestre, y buscaba nuevas fronteras, nuevos conocimientos.

Los vidrios de la tienda no eran polarizados, ¡y cómo lo agradecí entonces! Porque gracias a eso alcancé a ver aquella vez al ser más cósmico y bello del universo pasar en la vereda de enfrente, acompañada de otra chica que la verdad ni siquiera me molesté en mirar.

De pronto supe que quería saber el nombre de la belleza que acababa de ver. Se lo pregunté a mi compañero de trabajo, y lo único que me reveló fue que la veía salir los días de semana del colegio privado que estaba en la esquina de enfrente... Era algo.

Así que ahí estaba yo en aquel recuerdo que tengo; con el cabello todavía corto, hecho un desastre, - porque la verdad nunca me había interesado en cuidar mi apariencia-, con las manos sudadas que sostenían un ramo modesto de rosas rosadas... Me dan ganas de vomitar de solo recordarlo, era tan condenadamente ridículo.

Por supuesto que esperé a que Hellaine saliera de la escuela, le interrumpí el paso con mi horrenda presencia y le ofrecí las flores. Mi voz sonaba tan baja que ella se vio forzada a acercarse para escucharme bien... Qué horror.

Le dije que me parecía la mujer más hermosa del mundo, y ella solo recibió el cumplido con una sonrisa, dejó que le entregara las flores, y se fue... Así, como si nada. Me sentí tan estúpido... pero contaba con un arma secreta que aún conservo: La terquedad.

Volví al día siguiente, y había decidido momentos antes que el ramo anterior quizás era muy pequeño... "Ella estudia en un colegio privado, Joseph", me dije a mí mismo, "Lo último que quiere es verse involucrada con un pobretón que no estará a su altura una vez que se reciba"... En fin, había decidido que con este nuevo ramo, tres veces más grande que el anterior, la conquistaría.

Error. Esta vez no me recibió las flores... Me dijo que no las quería, y si la calle no hubiera estado tan transitada ese día, todos los presentes hubieran podido oír cómo se quebraba mi inseguro corazón...

Neh... Tampoco me sentí tan mal... Solo no aparecí frente a ella por un mes. Y cada vez que pasaba frente a la disquería, me cubría el rostro con alguna revista o cualquier porquería que tuviera a mi alcance... Me había vuelto un marginal, aún más de lo que ya era antes, y todo era por su culpa. Por lo que después de que pasó ese mes catastrófico, me volví a convencer de que el problema no estaba en mí, y que quería una explicación.

La pobre Hellaine tuvo que acceder a ir a tomar algo por ahí, - que pagué dolorosamente de mi escaso salario de empleadito de una disquería pobretona-, porque la curiosidad que sentía por mí era más grande que su temor de que yo fuera alguna clase de loco obsesivo.

Estábamos solos, nadie nos miraba ni nos prestaba atención. Fuimos a una plaza y nos sentamos en aquel banco, tomando ese refresco de marca barata que pude costear y que sabía a saliva de rata con algo de azúcar y gas, pero al menos ella lo tomó comprensivamente. Y me dijo que en realidad no le gustaba el color rosado... Que estaba algo así como "traumatizada" con ese color porque su madre siempre la vestía así de niña y siempre lo odió.

Y eso era todo. De alguna extraña forma, yo le gustaba... Le parecía atractivo y dulce y sincero y valiente... Pero no le gustaba el color rosado... Y yo le había ofrecido ochocientas flores rosadas...

El alivio que sentí cuando me dijo aquello solo fue superado por la enorme felicidad que me apretaba el pecho al saber que mi sentimiento era correspondido.

Supongo que tuve suerte. Hablando de vez en cuando con la gente, suele contarme que sufrieron rechazos incontables veces hasta que consiguen la atención de alguien que también los quisiera. En mi caso, era la primera vez que me sentía flechado por una persona, y ella también me quería... Fue asombrosamente casual.

- ¿En qué estás pensando?-

Me hablaba Hellaine, con la taza de café a medio tomar en la mano. Su voz me atrajo de nuevo al presente, y parpadeando un par de veces, volví a la realidad. Estaba con la taza de café que ella me había preparado ese rato antes, estábamos casados hacía ya más de un año luego de haber estado años de novios, y éramos felices.

- En ti- Dije, y le sonreí plácidamente. Tenía que admitir que esta mujer sacaba un lado bueno en mí que no todo el mundo conocía... Ni siquiera yo sabía que existía esa faceta en mi persona. – En nosotros-

Todo aquello que pasó [#FFA2018]Место, где живут истории. Откройте их для себя