Sheriff Swan

2.6K 140 11
                                    

Emma○

Saqué las llaves y las guardé en el bolso. Siempre me costaba salir del coche. Aquí, frente a la mansión de Regina, esa sensación de parada cardiorrespiratoria cada vez que pensaba en bajarme y llamar a su puerta... Pero una parte de mí me repetía que todo saldría bien. Ya había cruzado esa puerta otras veces. Si, Regina y yo habíamos hecho demasiadas cosas como para que me siguiera dando vergüenza llamar a su puerta.

Solo quería llegar y sentarme. David y yo habíamos pasado el día llamando de puerta en puerta por si alguien reconocía al ladrón de flores, y finalmente corriendo tras él al pillarlo robando más flores. Estaba agotada.

Cogí aire antes de alzar el puño para llamar a la puerta, pero ésta se abrió antes de tiempo. Regina se me quedó mirando, como si me hubiese oído llegar. Entonces advirtió la rosa azul que llevaba en mi mano, y se la ofrecí. Ella me miró extrañada.

-¿Para mí?- Frunció el ceño y cogió la rosa.

-El hombre no sabía como agradecernos que pillaramos al ladrón, así que nos ofreció flores...- Apreté los dedos contra las palmas de las manos, escondiendolas a mi espalda para que no viera lo nerviosa que estaba. -Pensé que te gustaría, no estoy segura de si...- Tragué saliva y noté como me sudaban las manos. -¿He hecho mal?-

-¿Cómo se te ocurre, Emma?- Me miró fijamente a los ojos mientras negaba con la cabeza. -Traerme flores... ¿Has perdido la cabeza?-

Se me hizo un nudo en la garganta y me costó tragar. Empecé a marearme, pero entonces sonrió. Estaba de broma.

-Me encanta.- Me invitó a pasar.

Me tomé un segundo para asentir. Necesitaba recordar como se respira. Carraspeé ligeramente para volver a poner en marcha mi corazón, que todavía estaba parado, y entré.

Menos mal que le había gustado. De verdad que quería hacer las cosas bien. Por eso estaba tan tensa. Justo hoy mi padre me había soltado una de sus charlas sobre encontrar el amor verdadero, abrirse a él y bla, bla... Nadie tenía fe en mí, en que por mí solita fuera a irme bien. Todos me consideraban solitaria, arisca...la que siempre va por su cuenta...y no se equivocaban. Siempre he hecho las cosas a mi manera, siempre he estado sola...y ahora todos piensan que soy incapaz de relacionarme. Y tienen razón. Se me hace muy difícil mantener conversaciones largas, no puedo conectar con las personas, y no tengo ni idea de como se supone que debo actuar. Menos con Regina. Ella es la única que siento que puede entenderme. Me siento cómoda a su lado. No me importaría oírla hablar durante horas sin intervenir en la conversación. Adoro su voz, sus ideas, la forma en la que se expresa... Y no se me hace tan difícil hablar. Será porqué siento que es la única persona que de verdad me escucha, o que no quiere juzgarme y encasillarme por cada palabra que diga. Incluso me responde con cosas que tienen que ver con lo que estoy diciendo, no como los demás, que siempre cambian de tema.

-¿Qué tal ha ido el día?- Preguntó,  dirigiéndose a la cocina para poner la rosa en agua.

-Bien, al final pillamos al tipo.- Sonreí en un suspiro mientras Regina dejaba la jarra junto a la ventana. -Estoy tan cansada...-

-Entonces siéntate y me lo explicas.-

Le estuve explicando cómo encontramos al ladrón, por qué robaba flores y cómo a David le daba alergia estar rodeado de flores. Me hizo gracia su sonrisa, la forma en que se curvaban sus labios y me miraba, como si lo que yo le estuviera contando fuera lo más interesante del mundo. Ella era lo más interesante del mundo. O, al menos, de mi mundo.

Al verla sonreír de ese modo, el brillo en sus ojos al mirarme...me sentía en casa.

-Creo que te quiero.- Dije de repente, y ella frunció el ceño sin dejar de sonreír, como si no me entendiera.

-¿Como?-

-Que creo que te quiero. No sé, pensé que debías saberlo...-

-Pero, "creo que te quiero" suena a que no estás segura de ello...- Cogió aire y su sonrisa desapareció.

-Digo 'creo' porque nunca he sentido algo parecido, Regina.- Confesé. -Y me da miedo fastidiarlo todo por ir demasiado rápido...-

-No, está bien.- Sacudió la cabeza. -Ósea, está bien que me quieras, yo también lo hago. Bueno, no me quiero a mí misma, te quiero a ti. Bueno, no es que no me quiera a mí misma, pero a ti te quiero más...- La callé con un beso.

Entendía lo que quería decirme, pero la pobre se estaba haciendo un lío de esos de los que no sabes cómo salir y alguien tiene que sacarte...o pararte de algún modo. Cualquier excusa era buena para besar a Regina. Bueno, siempre que fuese con su consentimiento, claro. Pero creo que yo tenía su consentimiento. Y empecé a darle vueltas a ello mientras la besaba, pero ella me devolvió el beso, así que supuse que lo tenía.

Tenía que ser amor; éstas son la clase de chorradas que piensa tu cerebro cuando estás enamorada.

Me sentía pequeña cuando me besaba Regina. Me sentía pequeña en ocasiones como ésta, en las que ella acababa ligeramente inclinada sobre mí. Si alguien está encima tuyo es que es más fuerte, y si es más fuerte puede matarte. Y Regina no me mataba, me besaba. Era lo opuesto a matarme. Era...perfecto. Era la única persona con la que podía cerrar los ojos y sentirme a salvo.

Y entonces besó mi cuello.

Y el maldito sentido común me dijo: estás cansada, ha sido un día largo. Estás agotada, come algo y a dormir. Y yo le respondí: afsdahaaaa. Y no hice nada. Dejé que me besara. Y me di cuenta de la posición completamente horizontal que habíamos adoptado. Y estaba en el cielo.

Solo quería abrazarme fuerte a ella. Así, de alguna manera, podría hacerse una mínima idea de cuánto la quiero. Pero jamás sabría cuantísimo la amo. No se puede medir.

Mientras ella besaba mi cuello y yo me mordía el labio, pensé en cómo encajábamos. Era curioso. Su rodilla clavada en el sofá, entre mis piernas; su pecho bajo el mío, sus manos sobre mis hombros y las mias sobre su espalda. Y ya no necesitaba ser la Salvadora ni estar preparada para cualquier cosa. Solo necesitaba dejar que alguien me quisiera, alguien por quien daría mi vida y mataría a cien dragones para regresar a su lado. Y el amor parecía fácil. Regina hacía que el amor pareciera fácil. Y yo me perdía más y más en él, en ella, en el único cuento de hadas en el que yo encajaba. En nuestro cuento de hadas.

Ella me desabrochó la camisa, y sentí sus manos extrañamente frias (¿dónde tendría la sangre?) y como venganza yo le quité la suya. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y volvió a besar mis labios. Yo sentía su cicatriz, y se me derretía algo dentro del pecho. Me encantaba su sujetador de encaje negro, pero odiaba el mío. Adoraba todo en ella, pero conmigo misma estaba bastante insegura. Y aunque a ella parecía gustarle, yo siempre me sentía algo incómoda. Pero es normal, ella es tan perfecta y yo tan...yo.

Entonces se separó de mi y se quedó mirando mi pecho, con la respiración acelerada, y pensé que algo iba mal.

-¿Qué ocurre?- Me preocupé.

-Nada, es que...- Negó con la cabeza, posando su mano delicadamente sobre mi pecho, con miedo de romperlo y los ojos humedecidos. -Tienes un corazón y yo...-

-Y tú estás dentro.- Puse mi mano sobre la suya y la apreté contra mi corazón. Ella asintió, mordiendose el labio y con la mirada gacha. Y me miró de nuevo a los ojos, con esa mirada brillante y profunda.

-No está mal que te quiera, ¿verdad que no?-

-Claro que no...- Besé su mano.

Ella sonrió, y besó mi cuello. Y me estremecí. Y sentí incharse mi pecho, no mucho, porque no tenía tanto como ella. Pero conectabamos. Conectabamos a un nivel que ni siquiera mis padres alcanzarían a entender. Y jamás lo harían. Pero no me importaba.













Got a secret, can you keep it?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora