Prólogo

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¡Ya he tenido suficiente! Fueron las duras palabras que gritó Inglaterra para si mismo.

Entró bruscamente sin percatarse de que debido a la extrema fuerza que provocó al aventar aquella vieja pero resistente puerta, tiró unos cuantos marcos que colgaba siempre en la pared; Pura vanidad de decoración. Quizás por eso, lo ignoró.

Su reciente pelea con Estados Unidos lo había hecho enfadar. Francamente era complicado que eso sucediera. Sarcasmo.

Las cosas no estaban estables para ninguno de los dos, recesiones económicas pateándoles el culo uno y otra vez que se había vuelto algo ya cotidiano. Desde el decline de su imperio no había vuelto a ver otro día dorado y no es como si le molestará estar mendigando como un ratón de iglesia, sin embargo odiaba que eso le causara fatiga y estrés.

Estrés que pudo ahorrarse de no ser por el engreído estadounidense con aspiraciones de héroe narcisista. Estaba cansado ya de eso. Pero lo dejaba pasar, puesto que si le reprimiera algo sería tolerar sus quejas y reclamos que toda súper potencia como lo es Estados Unidos debía hacer. Mentiras. Un vil falacia que debe tragarse Reino Unido.

Inglaterra no recordaba con claridad la pelea. Ni siquiera el estúpido detonante. Sus vagas memorias reflejaban a un inglés tirando por la ventana una tonelada de hamburguesas seguidas de un americano derramando su té.

Debía admitir que todo aquello le parecía sumamente infantil e inapropiado de su parte. Pero era tan rutinario y molesto que simplemente decidió ponerle fin.

No le declararía la guerra. Es decir, sería extremista teniendo en cuenta los sucesos, aunque debía reconocer que peores guerras han comenzado por pretextos tan estúpidos como el mencionado, sin embargo no era un opción para el británico. . . Y no porque no lo pensará, si no más bien porque las llevaba de perder.

Un miedo bastaría. Hacerle pagar por cada dolor de cabeza que le costó al ojiverde con un "pequeño" e "inofensivo" susto. Incluso él hizo comillas de sólo pensarlo.

Caminó hasta la mesa donde normalmente ponía su grueso libro de encantos. Estaba polvoso y algo abandonado, desde hace tiempo lo había dejado botado. Sin sutileza lo abrió y buscó extremadamente concentrado alguna invocación que pudiera poner incluso blanco el cabello del americano.

Ninguno lo convenció.

Cualquier espectro era bueno para asustar a un mocoso retrasado como lo era Estados Unidos. No es como que debía ser una tarea difícil para el inglés.

Castañeó los dientes y cerró de golpe el libro.

-Go to hell! Esto es estúpido.- Se dirigió al centro en donde se encontraba su pentagrama y comenzó a recitar una que otra frase antigua de la vieja magia que solía usar en el siglo XVII

Abrir un portal y traer consigo a lo desconocido era su plan. Un perfecto algoritmo.

Incluso él conocía los limites y sabía de antemano que lo que estaba haciendo no rayaba en lo apropiado, pero su determinación y objetivo era más fuerte que su razonamiento y lógica. Estaba a su limite, su forma sensata había desaparecido y poco pensaba de lo que estaba a punto de hacer.

Su rostro se iluminó y algunos mechones de su cabello se alzaron al sentir la repentina brisa. Cerró sus ojos y en su mente centró su cometido.

Aquello no duró.

El anglosajón miró desconcertado hacia un mueble cerca de la esquina de la habitación. Encima de este se encontraba un ruidoso aparato que Inglaterra no recordaba haber instalado.

7 días, 7 de ti. (UsUk)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora