Un centenario para festejar

40 0 0
                                    



Son días de festejo, o al menos deberían ser de verdadero festejo, especialmente para los anticomunistas. Se cumplen, el 6 de noviembre, cien años de la Revolución de Octubre en Rusia. Si, nada más claro para demostrar que el comunismo atrasa que el hecho de que hayan hecho la revolución de octubre en el mes de noviembre, porque aún no se habían animado a cambiar el calendario juliano del absolutismo zarista por el gregoriano que usaba el resto de occidente.Estos rusos siempre llevando la contra o serían los efectos del vodka. Fue un paso tardío para entrar en el siglo XIX, aquel que parece que terminaron en 1989, cuando algunos de ellos entraron al siglo XX (mientras otros aún parece que van por el siglo IX y Corea del Norte no vacila en decir con orgullo que van por el siglo I).

Pero cuando me refiero a que hay que festejar no es para los comunistas, sino todo lo contrario, porque aquel 6 de noviembre de 1917, el comunismo empezó a pasar del dicho al hecho y quedó plasmado en la historia a qué pretendía llegar el amigo Marx o, al menos, cómo era la interpretación que le dieron los bolcheviques a lo que Marx había escrito. Se podría decir que, como ocurre cuando se hace una película sobre un libro, que fue una libre adaptación del director y que la película desilusiona a los que leyeron el libro. Lo malo con el libro de Marx es que todos los "directores" que hicieron adaptaciones de su libro terminaron haciendo películas similares y todas terminaron matando de hambre o en el paredón a la audiencia, a los actores y a todo el set completo de filmación, excepto aquellos que, por viveza y mucha suerte, lograron escaparse antes.

Y la película que nos terminaron mostrando, en sus más diversas adaptaciones y remakes, siempre tuvo el mismo final, por lo que hoy ya todos sabemos cómo termina. Y eso debemos festejarlo. Porque cualquier persona pensante y honesta a la que la invitan al cine a ver "Comunismo" ya sabe lo que le espera. Porque si en cien años no lograron hacer una versión que termine bien, es porque algo en el libreto original está mal.

Y eso que se han intentado versiones de las más diversas, como la soviética y su interpretación de la democracia dada por el entrañable Stalin, que mandaba a los Juegos de Invierno a todo aquel que levante la mano (o no), en donde se hacían las más reñidas competencias de destreza al mejor estilo de los Juegos del Hambre.

También estuvieron las versiones de Europa del Este, como la de los Ceaucescu en Rumania, en donde la igualdad y el acceso al poder era evidente en la cama, donde si no querías conocer al presidente, éste te iba a conocer de todas maneras y hasta en lo más íntimo. También estaba el éxito alemán, que para demostrar la capacidad de su infraestructura edilicia hicieron la pared más larga del mundo, sólo para estar en el Guinness, aunque accidentalmente terminó rodeando la parte occidental de Berlín. Pero eso era sólo para que los fracasados capitalistas vean qué linda podía ser la pared que hacían los exitosos comunistas. Y como no querían que nadie dañe la pared pisoteándola, acribillaban a todo aquel que se subía a la misma. Lo raro fue que aquellos que estaban rodeados por la pared, en Berlín occidental, no parecían tener nada contra ella, pues nunca se subían, sino que hasta la decoraban pintándola, sino que eran los del este los que algo tenían contra ella, o, posiblemente, querían ver cómo se veía desde el otro lado y sentir la tristeza que debía acongojar a los alemanes que habían tenido el infortunio de quedar del lado capitalista.

Pero el comunismo también tuvo otras expresiones, artísticas se podría decir, como la exitosa revolución cultural de Pol Pot en Camboya, con la genial idea, tantas veces pensada, pero pocas llevada a cabo con tanto éxito, de unificar el pensamiento de la población para que todos sean felices sin conflictos, simplemente exterminando a todo el que piense distinto. Matar es más fácil que educar y más barato, sobre todo cuando querés imponer una idea que sabés que lleva al fracaso.

Por otro lado, se probó con la versión de Corea del Norte, con algunas cosas iguales a la camboyana, pero con un líder más simpático y amante de los fuegos artificiales, muy querido por su pueblo, como la televisión de su país siempre mostró, para que no queden dudas. Un país tan amante de que sus ciudadanos hagan vida saludable y disfruten de su tiempo en actividades al aire libre, relacionándose entre ellos, que no dejó que la terrible internet ni los Smartphones lleguen a contaminar y estupidizar a su gente y sigan disfrutando de las bondades de la vida medieval. Y ahora, como quieren alegrar a todos, vienen preparando los cohetes y fuegos artificiales para festejar el año nuevo, o más bien, el inicio de un mundo sin seres humanos.

También estuvo la experiencia latinoamericana, de pobre calidad como era de esperar, que siempre aspiró a constituir la Patria Grande, la verdadera Unión de Repúblicas Socialistas Bananeras, aquella en la que tanto Fidel como el Che acordaron que debía reemplazar la hoz por una banana, pero nunca se pusieron de acuerdo en qué reemplazaría al martillo (lo de trabajar y las herramientas no estaba en su repertorio y había que reemplazarlo). Mientras Fidel quería poner un habano el otro quería poner un porro, y así, todo acabó un día en manos de los Rangers bolivianos que le metieron el porro de plomo al Che por donde correspondía, gracias al dato que les hizo llegar Fidel.

Además, siempre hay que tener un mártir para luego imprimir remeras y hacer un buen negocio, eso la izquierda lo sabe bien.

Pero la historia socialista bananera no terminó allí, porque tuvo exponentes de lo más pintorescos, encabezados por el subordinado del Comandante Eterno y líder de la revolución socialista bolivariana y narco, que junto a un elenco formado por el duo Dilma y Lula de Brasil, la el matrimonio K de la Argentina, los pistoleros de las FARC de Colombia, el dueño de la coca boliviana, el viejo de las patas sucias y el Volkswagen Escarabajo del Uruguay, formaron la mejor comparsa del carnaval siniestro que se haya visto en todos los tiempos, aquel que llevó a que los estadounidenses consideren seriamente con abandonar Halloween.

Una versión colorida (ya no solo roja y amarilla, o verde como la de los ecologistas) del comunismo, pero a la vez mucho más grotesca.

Finalmente, para celebrar de la mejor manera este centenario de comunismo, los chinos hace pocos días anunciaron la versión 2.0 de su revolución comunista, lo que vendría a ser un "comunismo de libre mercado" o un "capitalicomunismo" o como se lo quiera llamar. Básicamente, según su líder supremo, Xi Jinping, es un sistema comunista en donde todo lo que funciona es aquello que no cumple con las normas del comunismo, como la existencia de empresas privadas que compiten entre sí y la apertura económica a cuanta empresa quiera radicarse. Porque para un comunista no hay nada mejor que un capitalista que financie el comunismo.

Eso lo aprendieron bien del modelo cubano, cuando Fidel aprendió que el comunismo soviético no podía financiarlo por siempre. Como los españoles tienen una bandera con los mismos colores que los de la URSS, les dijo que metan sus hoteles y empresas turísticas allí, total pocos cubanos notarían la diferencia. Al igual que con los soviéticos, el pueblo no podría ingresar al territorio de los nuevos financistas. Se cambiaron las bases de misiles por los hoteles, pero eso no fue más que un detalle.

China así pasó a ser una Gran Corporación que sólo permite competir en su territorio a corporaciones extranjeras, y los chinos no son más que un montón de chinos, lo cual significa que, como son muchos, valen poco. Cuestión de oferta y demanda. Así, nadie va a pensar en los derechos de aquello que prácticamente no vale nada.

Así, hoy conmemoramos el centenario del comunismo con sus modernas vertientes del siglo XXI, la latinoamericana y la china como dominantes rezagos de las ideas de Marx, que ya quedaron bien en el olvido, donde ambos se han esmerado en la retórica socialista para implantar el más salvaje capitalismo, aquel donde los estados pasan a ser grandes corporaciones, el partido es el directorio y el presidente es el dueño. Una versión moderna del absolutismo francés mezclado con una dosis limitada del libre mercado que sostenga la economía en estados de crisis aceptables. Un modelo fracasado en los hechos, pero no en el imaginario de algunos que, por ignorancia o todo lo contrario, esperan utilizarlo para convertirse en capitalistas. 

Un centenario para festejarWhere stories live. Discover now