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Doña Celia había encontrado el número de su padre en un viejo recibo del teléfono. Jamás pensó que su padre tuviese un trabajo importante en otro país. Después de todo, jamás había enviado tanto dinero a su mamá. Vivían en una vecindad en un barrio cualquiera en México.

Sebastián escuchó la conversación que su vecina tuvo con él. Fueron casi dos horas de asegurarle que la madre de su hijo había muerto. Por escasos minutos, su corazón se detuvo, creyendo que su papá, un hombre que no veía desde los seis años, lo abandonaría.

—Quizá sea él —señaló su vecino, Julián, a un hombre de mediana edad que pasaba justo frente a su edificio.

—Nah, no era él —respondió su hermano menor, Claudio, sorbiendo por la nariz.

Sus dos vecinos seguían señalando personas desde la ventana de su apartamento, esperando que alguno entrase al edificio. Claudio tenía seis años, y ya había señalado tres veces a un hombre vagabundo que los tres habían visto antes, durmiendo en el parque. El juego de: "Identifiquemos al papá de Sebas" se estaba saliendo de control.

Los tres días caducaban hoy. Su papá prometió aparecer, se lo juró a su vecina. Le pidió la información de su morada, y se despidió de ella con un "hasta pronto". Eso era una buena señal ¿cierto? Sebastián ya no lo sabía, hace dos días de esa llamada. El sol se pondría pronto, y si para mañana seguía viviendo con Doña Celia, servicios sociales vendría por él.

En su cabecita loca, ya tenía al menos dos planes fraguados para escaparse a media noche y no volver. Cruzó sus deditos, y cerró sus ojos con fuerza, rogando porque su papi apareciera.

—¡Hey! Mira Sebas. Quizá sea él —jadeó Claudio.

Los tres niños observaron al taxi detenerse justo bajo sus miradas, un hombre alto con traje oscuro y cabello castaño salió del interior. Cargaba una maleta de mano roja, pero parecía nueva, y sin nada dentro.

El hombre se detuvo a contemplar la estructura del edificio, alzó el rostro hasta que dio con ellos tres. Sus ojos eran claros, igual a los de su papá, igual a los de él. Pero este hombre no tenía barba en su rostro, ni un atisbo de vello facial. Se veía muy diferente a su papá. Tal vez era un nuevo inquilino.

—Tal vez no sea él... —murmuró desesperanzado.

El tipo entró en elinterior del edificio, y los chicos siguieron buscando a su papá entre lospeatones de la calle. Unos minutos después, la puerta de su apartamento sonó, ylos tres se alejaron de la ventana corriendo, asomándose desde el corredor delas habitaciones hacia la entrada.   

Su vecina salió de la cocina a su derecha y abrió la puerta, recibiendo al hombre de maleta roja. Ese era su papá. Sebastián se quedó de piedra.

—Hola. ¿Es usted Francisco? ¿Francisco Orozco? —preguntó la mujer, con amabilidad en su dulce voz.

—Sí, soy yo. Usted debe ser Celia Estrada, supongo. ¿No es así?

¡Jesús! Sí que era su papá, reconoció su voz. Sebastián jamás olvidaría la voz grave de su padre. No sabía qué hacer, después de todo su mamá le había dicho que este no los quería más. Que él solo era una responsabilidad para su padre.

Sus pensamientos lo pusieron triste, no quería escuchar que su papá le confirmase esas palabras amargas que seguían lastimándolo. ¿Por qué estaba aquí? ¿Quería decírselo en persona quizá?

Sin previo aviso, Julián lo empujó para que dejase de esconderse contra la pared. Doña Celia había dejado que su padre pasara al interior de su casa, y lo primero que este observó, fue a él. Fue un incómodo y mortal silencio para Sebastián, quedarse de pie frente al hombre que lo abandonó con su mamá.

SEBASTIAN [serie amantes 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora