Leonardo y Cecilia eran una pareja de jóvenes muy poco usual, muchos los observaban sin poder creer que dos personas tan distintas podían convivir en una misma casa. Leonardo era un muchacho sencillo que amaba estar en contacto con la naturaleza, le encantaban los animales y los bosques, nunca se le había visto en un lío ni tampoco consumiendo alcohol, en cambio Cecilia era una chica de naturaleza salvaje, fumaba diez cigarrillos al día, le encantaban las fiestas y a menudo desaparecía en las noches para ir a diversos bonches nocturnos y siempre llegaba por la mañana o antes del amanecer, aunque no le era infiel a su novio.
Una noche Leonardo le regaló a Cecilia un hermoso anillo de diamantes como símbolo de su compromiso y ésta lo aceptó agradecidamente poniéndoselo en su fino dedo anular.
La noche siguiente Cecilia desapareció como siempre lo hacía, sin dejar aviso, y Leonardo fue a dormir porque ya estaba seguro de que la muchacha no volvería hasta el amanecer.
El sol tocó el tejado de su pequeña casita y Cecilia todavía no regresaba. Leonardo empezó a preocuparse. Se sentó varias horas a pensar sobre las posibles razones por las que ella no había llegado y sólo dio con una: conoció en la fiesta a alguien que le había gustado más.
La inseguridad de Leonardo era obvia ya que cualquier otra persona hubiese sido menos pesimista y la misma lo llevó para un bosque que quedaba a sólo 10 kilómetros del lugar para desahogar un poco sus sufrimientos.
Leonardo caminó durante horas y horas en aquella isla de árboles y empezó a sentirse cansado y perdido de tanto andar, sin embargo, cuando fue a buscar la ruta para salir del bosque no la pudo encontrar. Tanto anduvo sin ningún resultado que los hasta los pies se le empezaron a hinchar de tanta fatiga y en respuesta a ello vio a lo lejos a un señor mayor con barba que supuso que era uno de los viejos andantes que vivían en los campos cercanos. El hombre se le acercó sin prisa y le preguntó secamente:
- ¿No sabe cómo salir de aquí?
- En realidad no -contestó Leonardo-. ¿Lo sabe usted?
- ¿Ve aquel pino caído? -dijo señalando un pino al que alguna hacha le había partido el tronco-, vaya allá y y cave con sus propias manos.
- No quiero trabajar -respondió Leonardo perdiendo su paciencia-, sólo quiero volver a casa.
- Pero es necesario que cave... ¡con eso le digo todo!
El hombre testarudo se marchó dejando a Leonardo en medio de su soledad. El pobre, perdido, se sentó a esperar alguna otra ayuda durante horas. Nadie llegó en su auxilio. Leonardo se hartó y empezó a excavar con sus propias manos, después de todo hacerlo era mejor que sentarse de una manera tan patética sin hacer nada.
Al cabo de unas horas la tierra le había comido las uñas y fue reemplazada por un hediondo baúl de madera. Su consistencia era de lo más común y su falta de peculiaridad jamás llegaría a compararse con su olor nauseabundo que sumergía su nariz en crisis. Sopló la tierra de su cerradura y procedió a abrirlo, luego un horripilante grito retumbó en el bosque haciendo volar a todos sus pájaros.
El baúl contenía sesos, tripas, un hígado, un corazón y todos los órganos y partes de un humano, inclusive un dedo anular decorado con el anillo de compromiso que Leonardo le había dado a Cecilia.
ESTÁS LEYENDO
Leyendas Urbanas 2
RandomSegunda parte del primer libro "Leyendas urbanas" nuevas historias. Gracias por leer