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Calada tras calada, buscaba confortar un poco su agotada alma. En esa fría noche, su único abrigo era el manto de estrellas sobre su cabeza. La vista a la ciudad desde la terraza le inspiraba tranquilidad y los ruidos de los autos se veían ahogados en sus pensamientos. Lo sabía. No necesitaba que nadie le dijera que su personalidad se estaba volviendo un problema. Todo su entorno le reclamaba constantemente que se interesara más por los demás y que dejara de buscar comodidad en la solitud.

"La soledad no escuchará tus problemas, y mucho menos los resolverá."

Esa clase de oraciones eran las que le hacían sentirse una total mierda. ¿Por qué? Porque quería contestarles que eso no era cierto, pero hacerlo sólo traería más problemas. La soledad se había vuelto su refugio y era, irónicamente, la clave para descifrar su propia mente. Se sentía una basura por considerar que una habitación vacía le curaba más que una llena de personas. Sin embargo, no era su intención. No despreciaba a sus amigos, ni mucho menos quería alejarlos. Tan sólo era un aspecto que solía ser parte de su manera de ser cuando era más joven que, inconscientemente, había vuelto con los años. No negaría el haberse dado cuenta de que su amistad con la soledad estaba llegando a sus extremos, pero tampoco negaría el hecho de que se sentía libre de remordimiento. Le hacía sentirse mejor con su propia persona...algo que muy rara vez sentía cuando caminaba entre la sociedad.

El pensamiento común es creer que uno hace lo posible por no estar solo, por rodearse de pares y así llenar el vacío individual de cada uno. Ahuyentar los momentos en los que nuestros propios desastres se adueñan de nuestras mentes para no tener que afrontar ese vacío por cuenta propia. Es entendible. Es... imposible. Disminuir nuestras penas buscando comodidad en otras personas es tan sólo una acción efímera que enriquece el vacío en lugar de hacerlo desaparecer. Una vez solo, la realidad que tanto se quiere disfrazar tiene un sabor aún más amargo. El temor hacia la soledad y el desprecio por esta es lo que nos permite darnos cuenta de cuán vulnerables somos, de lo mucho que dependemos los unos de los otros...de cuán incompetentes y cobardes somos los seres humanos. Huir y esconderlo es el camino más fácil, pero el que más peso acarrea con el correr del tiempo. Sin embargo, los momentos compartidos con otros no están nunca exentos de pensamientos que nos atacan sin previo aviso, sumiéndonos en eso que tanto aborrecemos. Somos incapaces de huir de nuestro propio intelecto. No se puede fingir ante nosotros mismos sin saber, muy en el fondo, que no es más que un engaño. La auto reflexión nos acompaña todo el tiempo, sin importar nuestra compañía. Sucede, y no es arbitraria. Y lo comprendía mejor que aquellos con sus acusaciones de "insensible". La diferencia estaba en huir o afrontarlo...y por supuesto que iba a ir en contra de lo usual. Al fin y al cabo...

"Nadie puede entenderte mejor que tú mismo." pensó.

Acabó con su cigarrillo, expulsando por última vez el humo por la boca. Lo apagó presionándolo contra el barandal de la terraza y lo tiró en un cesto de basura cercano. No le gustaba tirar las colillas al suelo por respeto al medio ambiente. Dio un largo suspiro y miró por última vez al cielo antes de ingresar nuevamente al edificio. Eran pasadas las 2 de la mañana, y tendría que levantarse en menos de 5 horas para ir a la universidad. Nada nuevo en realidad; sufría de insomnio hacía años, por lo que no resultaba problemático. Ingresó a su departamento, encontrándose con la mirada atenta de Rem, su gata, quien estaba recostada en uno de los sillones de la pequeña sala. Le sonrió levemente en forma de saludo y se dirigió a su dormitorio. Puso la alarma y se hundió entre los edredones, sintiendo la calidez inmediata, para luego dormirse profundamente.

•••

Leía, totalmente inmersa, las palabras de Haruki Murakami, más bien conocido como su escritor favorito, en "After Dark", mientras escuchaba Amor Fati de Epik High a través de sus auriculares. Estaba sentada en uno de los últimos asientos del autobús, dirigiéndose a clases. Era un día lluvioso y completamente otoñal. Las gotas de lluvia jugaban carreras en las empañadas ventanas, sólo para desvanecerse al chocar contra sus marcos. El autobús iba lleno, especialmente de jóvenes de instituto, pero a ella no parecía importarle, ni siquiera parecía notarlo. Aun así, no pudo evitar darse cuenta de que la mujer sentada a su lado apestaba a perfume. Se preguntaba si con la vejez la gente perdía esa esencia corporal natural y agradable, intentando encontrar respuesta a tal acto. Pronto abandonó esa idea dejándolo en que la mujer a su izquierda probablemente lo consideraba atractivo. Esta sola interrogante, sin embargo, desató en su cabeza una cadena de pensamientos acerca de la senectud y la necesidad constante de la mayoría de las personas de intentar rejuvenecer por medio de ridículas modas, atuendos o cirugías. Ese intento fallido de evitar lo inevitable y lo obvio. De repente, se vio interrumpida en su reflexión por una mano que se sacudía justo en frente de sus ojos. Sacó uno de sus auriculares y miró curiosa al dueño de esa mano.

como porcelana ➳ park jiminWhere stories live. Discover now