24. Almas valiosas

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"Eres hermoso, Alexander", le había dicho Edward, "Y tu alma tan pura, ¿sabes lo valiosa e inusual que es un alma blanca?"

Alec se había sonrojado. Él no se sentía valioso, inusual o raro tal vez. Había agachado la mirada, pero Edward era experto en lo que hacía. Su índice había delineado la mandíbula de Alec, su dedo deteniéndose bajo la barbilla, obligándolo a mirarlo, y aquellos ojos azules habían brillado tanto, "No tienes que avergonzarte, eres hermoso, y cualquiera mataría por estar contigo".

Y Alec, oh, Alec, él había ofrecido sus labios -y su alma- en ese primer beso que siguió a sus palabras.

Cuando los labios de Edward rozaron los suyos, el hombre empezó a adueñarse de su alma y su voluntad, el primer tinte rosa cubrió a aquella alma blanca con ese beso.

Porque Alec era tan puro e inocente. "¿Cuándo veré yo tu alma? ¿También es blanca?", había preguntado una vez.

"Mi alma debe ser roja porque te amo tanto", Edward había mentido, "Un día te invitaré a mi casa. Quiero que seas tú y sólo tú quien la vea. ¿Irías? ¿Eludirás a los escoltas de tu padre por mí?"

Alec había dicho que sí sin dudar. Y lo hizo. El día que Edward se dijo listo para mostrarle su alma, Alexander Lightwood fue secuestrado.


CONTINUARÁ...

Dueño de mi alma (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora