Prólogo

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2007

Era una mañana fría. En el amplio cielo comenzaba a alzarse el sol, y con su amanecer, todo a su alrededor se teñía de varias tonalidades de azul, morado, rosa y naranja. Eran las 5:00 AM.

La ciudad estaba hundida en un silencio casi sepulcral.

Oscuras volutas de un espeso humo se alzaban contra el firmamento, evidenciando los ritos funerarios que se estaban realizando en ese momento en la plaza principal de Alacante.

Idris estaba de luto, y por primera vez en la historia, Subterráneos y Nefilim estaban unidos en la pena, como lo estuvieron en batalla.

Muchas construcciones estaban reducidas a escombros, y el negro icor de los demonios manchaba los adoquines de los caminos, los ladrillos de las casas e inundaba el aire con su asqueroso aroma.

Mientras muchas familias de cazadores de sombras llevaban a cabo lo debido con los cadáveres, los miembros del consejo habían tomado la decisión de ir a inspeccionar los restos de la casa solariega de los Wayland.

Según los informes, Clarissa Fairchild y Jace Herondale habían afirmado que dicha construcción se había venido abajo con la muerte de un ángel, que se hallaba cautivo.

Nada más se supo al respecto. Al parecer, no hubo otra cosa relevante en relación a ese caso.

Conforme se aproximaban a las ruinas, un aroma de podredumbre y otras cosas no identificables se hizo presente; era muy desagradable, ácido, y nauseabundo.

Entonces se detuvieron.

La Cónsul Penhallow y el Inquisidor Lightwood deliberaban sobre qué hacer a continuación, y los otros tres cazadores de sombras que los habían acompañado mantuvieron su distancia y su silencio.

Adalia miró a su alrededor. Entre los despostillados pedazos de madera asomaban cosas que aparentaban ser máquinas, y entre varias vigas se veían huesos grises y amarillos con  algo de tono rosado pálido, rojo, gris, negro y verde. Carne podrida.

Sus ojos azules se desviaron a otro lado, y dio un paso hacia atrás.

Un sonido de cristal quebrándose se escuchó. Pequeños fragmentos de vidrio escarchaban el suelo mientras que un espeso líquido blancuzco empapaba el césped que rodeaba la destrozada casa. Quiso suponer que era formol.

Una mueca de disgusto se extendió por el rostro de Adalia.

¿Quién podía ser tan despreciable para secuestrar a un ángel?

Valentine Morgenstern y sus atroces experimentos habían dado al mundo un terrible villano con el cual lidiar, mezclando la sangre de Raziel con la de un demonio. Y no cualquier demonio. Lilith.

La ira y el desprecio hacia ese nombre hacían arder su sangre.

Pero también consiguió crear dos Nefilim que no eran iguales a ningún otro: tenían más sangre de ángel que cualquier otro de su especie.
Y tenían habilidades únicas que les daban numerosas ventajas.

Sobre todo su hija, Clarissa, quien podía leer y escribir el lenguaje del cielo, las runas.

Sólo ellos pudieron derrotar a Sebastian Morgenstern.

Eran, notablemente, más poderosos que cualquiera.

Eso hizo que una idea asaltara la mente de la mujer.

Si tan sólo... fuéramos menos mundanos... y más...

Sacudió su cabeza con fuerza. Eso no era correcto.

Los ángeles no debían ser apresados y usados como conejillos de Indias. Bastante amables habían sido para unir su sangre con la de Jonathan Cazador de Sombras y heredarles todo lo que requerían para realizar su honorífica tarea.

Quizá con una alternativa...

La vocecita en su cabeza insistió. Ella la desplazó al fondo de su mente.

Esos pensamientos no la llevarían a nada bueno...

El código oscuro: Caballero de los demonios (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora