Una gota de agua ajena no podrá causar ni una ola en el mar...

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 ...pero una gota propia, puede causar mareas si así lo desea.

Después de aquella historia nada volvió a ser igual, los días iban y venían y Carmen cada vez crecía más. Yo encontré pronto un buen trabajo como ayudante de un carpintero y pronto encontraría una pequeña casita en la que era perfecta para mi hija y para mí. Llevaba tres años trabajando en el mismo lugar, mi trabajo era algo que nunca había imaginado hacer pero ver como mi hija creía y era muy feliz era lo que me impulsaba todos los días a seguir trabajando cada vez más duro para darle su felicidad tuviera o no a su mamá.

A pesar de tener una casa propia seguíamos visitando a felicitas y a sus cuatro hijos, ella tan trabajadora y fuerte como siempre, siempre nos estuvo apoyando en todo lo que podía y necesitáramos. Todas las mañanas me levantaba a las cuatro de la mañana a preparar agua caliente para tomar una rápida ducha, me vestía y a las cinco de la mañana ya tenía que estar calentando la leche de Carmen y agua caliente para mi café. Al principio no fue nada fácil adaptarme a mi hija, todo eso de darles de comer y cambiarle los pañales no había sido hecho para mi, en España solo las mujeres se podían hacer cargo de sus hijos y los hombres éramos los que nos encargábamos de los trabajos realmente pesados, pero sin María aquí yo tuve que acostumbrarme y aprender a cuidar de mi hija, con un poco de ayuda de felicitas finalmente lo había logrado, para cuando Carmen cumplió tres años nos mudamos a la casa donde ahora vivíamos, no era una gran casa como cuando vivía en España pero por lo menos podíamos dormir cómodamente en una cama y sin tantos lujos dentro de ella teníamos un espacio suficiente para vivir, todo marchaba normal hasta que ese día llegó, era un sábado por la mañana, ese día tan solo trabajaba un rato, como siempre me levante muy temprano para llegar a tiempo al trabajo cuando al abrir la puerta dispuesto a ir a trabajar, apareció ella, con un vestido blanco y su cabello radiante como siempre, creo que a ella no le había ido tan mal como al principio a mí, pero claro ella no había tenido que cuidar sola a una pequeña niña, ni tampoco tenía que trabajar todo el día como yo lo hacía para poder darle una buena vida a mi hija.

-¡¿tu, pero qué haces aquí?!- pregunté algo sorprendido.

-he venido a verte, más bien a ver a mi hija

-¿tu hija?

-si, mi hija, ¿me dejas pasar?

-claro pasa, pero… ¿a qué has venido?- dije confundido dejándola entrar

-como ya te lo he dicho antes, he venido por mi hija.

-pero, Carmen no es tu hija, la has abandonado hace ya mucho tiempo ¿recuerdas?

-es mi hija porque yo la he tenido y me ha dolido el hecho de parirla, tan solo por eso ella es mi hija

-pero la abandonaste y yo la cuidé por lo tanto no puedes llevártela-grité

-y… ¿Quién me lo impide?- preguntó ella

-yo puedo impedírtelo si así quiero

-pues no vine a discutir, tan solo vine por Carmen

-no te la llevaras ya te lo he dicho y antes necesito que me aclares muchas cosas, tengo muchas preguntas en mi mente y tu eres la única que puede responder- dije bajando el tono de voz

-como te he dicho tan solo vine por mi hija, además todo esto ya está resuelto, todo lo que tenía que decir estaba escrito en la carta.

Se ha ido tres años sin decir nada tan solo dejando una carta y ¿dice que no hay dudas?, vaya mujer, como dicen, nunca nadie conoce bien a su pareja así tengan muchos años de casados.

Ella no se podía llevar a mi hija que con tanto trabajo y esfuerzo me ha costado mantenerla.

-pues no te la podrás llevar, y te pido que te retires porque se me ha hecho tarde para el trabajo.

Cuando brillan las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora