Capitulo 1.

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No lo podía creer. No fue hasta que estuve ahí de pie en el cementerio junto al resto

de la ciudad que la noticia realmente me golpeó. Ella estaba muerta.

Había sido un accidente por conducir ebria, y ella había sido la que bebía mientras

conducía el Lexus de su padre. La ironía era que su madre dirigía el programa MADD1

de la ciudad. Nadie parecía pensar que la ironía de eso fuera extremadamente muy

divertida, sin embargo.

Su mejor amiga, Jill, no estaba ahí. Ella estaba acostada en el hospital a cincuenta

kilómetros con la cadera rota y otras lesiones. Había estado en el asiento del pasajero.

Pero más o menos todo el mundo había aparecido. Incluso los Wallace hicieron una

aparición, y ellos eran la pareja que había sido rozada cuando ella se había saltado la

señal de alto y los adelantó. Se las habían arreglado para pasar por el accidente con sólo

unos pequeños golpes y contusiones. La señora Wallace tenía el brazo en un cabestrillo

y su esposo, el dentista de la ciudad, lucía un ojo negro.

No podía mirar al ataúd cerrado con su montaña de flores apiladas en la parte superior.

Así que miré calle abajo hacia donde estaba la escuela a solo una manzana. Desde donde

yo estaba, podía ver las masivas paredes de ladrillo levantarse por encima de las casas y

árboles.

El camino desde la funeraria Fitz al cementerio pasaba directamente más allá de la

escuela. Mientras miraba, recordaba cuando era más joven y una línea de funeraria

pasaba durante el recreo. Todos los niños —yo incluida— nos alineábamos en el borde

del patio y contábamos el número de autos en la procesión. Si el número era

excesivamente bajo, nos encogíamos de hombros y decíamos: “Supongo que a nadie le

gustaba el viejo Roper mucho, ¿verdad?” o algo por el estilo. Después volvíamos a jugar

al pilla-pilla o a saltar la cuerda.

1 MADD: Madres contra los conductores ebrios.

Cuando estaba en segundo grado, mi abuelo Burke murió. Yo todavía era demasiado

joven en aquel entonces para pensar mucho en la muerte —o entenderla— pero

recuerdo que miraba a mis amigos desde el respaldo de la Suburban de mis padres y

deseaba que los niños del recreo contaran el mayor número de autos.

De pie junto a la tumba del Abuelo, podía escuchar a mis amigos en el recreo. El

chirrido de los columpios y la risa de los niños que jugaban hacían eco en la calle. Traté

de quedarme quieta en mi áspero vestido negro de lana, pero estaba increíblemente

aburrida. Observaba el rostro del abuelo y me preguntaba por qué no estaba roncando

como solía hacerlo cuando dormía la siesta. No quería estar ahí con ese vestido

espantoso y esos zapatos apretados para verlo dormir. Quería estar una manzana abajo,

jugando en el recreo. Cuándo me puse lo suficientemente impaciente como para

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⏰ Última actualización: May 24, 2014 ⏰

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