II

37 1 0
                                    


Serían sobre las cinco de la tarde cuando Laius se despertó. Tenía intención de acudir a la biblioteca. Le gustaba mucho leer sobre temas diversos. AI fin de cuentas, todos aqueIIos Iibros estaban escritos por humanos. Leerlos era una forma de psicoanalizarles, de entenderles y una forma de razonar sobre ellos.

Por lo que Laius sabía, los vampiros mantenían una cordialidad extrema entre sí, sin embargo, los humanos eran capaces de aniquilarse unos a otros de forma irracional e incluso entre miembros de la misma familia. Quería saber qué clase de emociones eran capaces de experimentar aquellos humanos, que dentro de sus similitudes, los hacían tan diferentes a ellos.

El paseo hacia la biblioteca se hizo breve. A su velocidad y utilizando las calles menos transitadas, nadie reparaba en él. Nada más abrir lo que parecía una pesada puerta, de la entrada a la biblioteca, un extraño y adictivo aroma lo envolvió por completo. Su mente se nubló parcialmente y algo dentro de él empezó a girar, como si se cayese al vacío. Dentro el aroma era mucho más intenso. Sin saber por qué olerlo ahora le resultaba casi terapéutico. Su sed parecía haberse equilibrado y él volvía a ser dueño de sí mismo. Aunque percibir aquella esencia era a su vez una adicción. No deseaba que se extinguiese, pero tampoco quería que su sed despertase al monstruo sanguinario que dormitaba en su interior. Allí había demasiadas personas para que algo así pudiese suceder.

Había olvidado qué hacía allí plantado, en mitad de un mar de libros. Se limitó a sentarse alrededor de una mesa desocupada y a seguir admirando aquel aroma. De pronto sus ojos se toparon con una humana que leía frente a él. No había nada raro en ello, salvo que esta leía un libro sobre vampiros el cual no era el más misterioso que había sobre su mesa. No le habría dado mayor importancia si no fuese porque algo dentro de él le decía que ya la había visto con anterioridad. No pudo evitar relamerse el labio inferior mientras la observaba. Era adictiva, y también la dueña de aquel aroma embriagador. Por suerte para todos se había saciado con anterioridad y aquello era lo único que le impedía que sus instintos se abriesen paso frente a la razón. Deseaba saber dónde y en qué momento la había visto, pues jamás se habría olvidado de su aroma y sin embargo, algo dentro de él la reconocía de alguna parte.

Ella pasó de página con tranquilidad, aparentemente ajena a que un vampiro con sed de su sangre la estuviese observando. Laius contempló sus delicados dedos sosteniendo el pesado libro por la cubierta. Su cuello, cubierto por un pañuelo oscuro. Su rostro inclinado hacia su lectura. Sus cabellos castaños y largos sujetados sutilmente por una coleta baja, a un lado de su cuello. Y de repente, recordó. Ella era la joven que se había dispuesto a atacar antes de que Zen lo sorprendiera cogiéndole por el cuello. Debía de ser una coincidencia encontrarla por segunda vez. Entonces, miró de nuevo a aquellos libros. Sintió un escalofrió interno, como si su instinto le estuviera avisando de algo, temía que lo reconociera.

—Mierda, tengo que salir de aquí —susurró mientras se levantaba de la silla.

Se dirigió hacia la puerta, y sin querer se tropezó con la esquina de una mesa haciendo un poco de ruido. Lo suficiente para llamar la atención en una biblioteca provocando que todos lo mirasen, incluso ella lo miró. Sus ojos conectaron unos instantes. Los de ella eran marrones y se clavaron en los suyos color miel oscuro, sin inmutarse lo más mínimo. Lo miró con la misma curiosidad que otros habían mostrado hacia él por su apariencia. Pero al mismo tiempo, ella tardó mucho menos que el resto en apartar Ia miraba. Como si no viese naba especiaI en éI saIvo una molesta interrupción, algo que para la mayoría no era tan obvio. Prosiguió con su lectura, por suerte no parecía reconocerle.

Laius se tranquilizó un poco, pero su curiosidad había aumentado. Observó a la multitud ligeramente mientras se escuchaba las risitas de un par de adolescentes inmaduras. Enmudecieron cuando sus ojos posaron en ellas con indiferencia. La bibliotecaria lo miraba de forma muy seria, como si romper aquel silencio hubiese sido lo peor que podría haber hecho en su vida. Él correspondió a su mirada adoptando las facciones más amables que conocía. Sonreír y disculparse era la mejor manera para dejar de llamar la atención.

Ángel de SangreWhere stories live. Discover now