Serían sobre las cinco de la tarde cuando Laius se despertó. Tenía intención de acudir a la biblioteca. Le gustaba mucho leer sobre temas diversos. AI fin de cuentas, todos aqueIIos Iibros estaban escritos por humanos. Leerlos era una forma de psicoanalizarles, de entenderles y una forma de razonar sobre ellos.
Por lo que Laius sabía, los vampiros mantenían una cordialidad extrema entre sí, sin embargo, los humanos eran capaces de aniquilarse unos a otros de forma irracional e incluso entre miembros de la misma familia. Quería saber qué clase de emociones eran capaces de experimentar aquellos humanos, que dentro de sus similitudes, los hacían tan diferentes a ellos.
El paseo hacia la biblioteca se hizo breve. A su velocidad y utilizando las calles menos transitadas, nadie reparaba en él. Nada más abrir lo que parecía una pesada puerta, de la entrada a la biblioteca, un extraño y adictivo aroma lo envolvió por completo. Su mente se nubló parcialmente y algo dentro de él empezó a girar, como si se cayese al vacío. Dentro el aroma era mucho más intenso. Sin saber por qué olerlo ahora le resultaba casi terapéutico. Su sed parecía haberse equilibrado y él volvía a ser dueño de sí mismo. Aunque percibir aquella esencia era a su vez una adicción. No deseaba que se extinguiese, pero tampoco quería que su sed despertase al monstruo sanguinario que dormitaba en su interior. Allí había demasiadas personas para que algo así pudiese suceder.
Había olvidado qué hacía allí plantado, en mitad de un mar de libros. Se limitó a sentarse alrededor de una mesa desocupada y a seguir admirando aquel aroma. De pronto sus ojos se toparon con una humana que leía frente a él. No había nada raro en ello, salvo que esta leía un libro sobre vampiros el cual no era el más misterioso que había sobre su mesa. No le habría dado mayor importancia si no fuese porque algo dentro de él le decía que ya la había visto con anterioridad. No pudo evitar relamerse el labio inferior mientras la observaba. Era adictiva, y también la dueña de aquel aroma embriagador. Por suerte para todos se había saciado con anterioridad y aquello era lo único que le impedía que sus instintos se abriesen paso frente a la razón. Deseaba saber dónde y en qué momento la había visto, pues jamás se habría olvidado de su aroma y sin embargo, algo dentro de él la reconocía de alguna parte.
Ella pasó de página con tranquilidad, aparentemente ajena a que un vampiro con sed de su sangre la estuviese observando. Laius contempló sus delicados dedos sosteniendo el pesado libro por la cubierta. Su cuello, cubierto por un pañuelo oscuro. Su rostro inclinado hacia su lectura. Sus cabellos castaños y largos sujetados sutilmente por una coleta baja, a un lado de su cuello. Y de repente, recordó. Ella era la joven que se había dispuesto a atacar antes de que Zen lo sorprendiera cogiéndole por el cuello. Debía de ser una coincidencia encontrarla por segunda vez. Entonces, miró de nuevo a aquellos libros. Sintió un escalofrió interno, como si su instinto le estuviera avisando de algo, temía que lo reconociera.
—Mierda, tengo que salir de aquí —susurró mientras se levantaba de la silla.
Se dirigió hacia la puerta, y sin querer se tropezó con la esquina de una mesa haciendo un poco de ruido. Lo suficiente para llamar la atención en una biblioteca provocando que todos lo mirasen, incluso ella lo miró. Sus ojos conectaron unos instantes. Los de ella eran marrones y se clavaron en los suyos color miel oscuro, sin inmutarse lo más mínimo. Lo miró con la misma curiosidad que otros habían mostrado hacia él por su apariencia. Pero al mismo tiempo, ella tardó mucho menos que el resto en apartar Ia miraba. Como si no viese naba especiaI en éI saIvo una molesta interrupción, algo que para la mayoría no era tan obvio. Prosiguió con su lectura, por suerte no parecía reconocerle.
Laius se tranquilizó un poco, pero su curiosidad había aumentado. Observó a la multitud ligeramente mientras se escuchaba las risitas de un par de adolescentes inmaduras. Enmudecieron cuando sus ojos posaron en ellas con indiferencia. La bibliotecaria lo miraba de forma muy seria, como si romper aquel silencio hubiese sido lo peor que podría haber hecho en su vida. Él correspondió a su mirada adoptando las facciones más amables que conocía. Sonreír y disculparse era la mejor manera para dejar de llamar la atención.
—Eh..., perdón.
Volvió a sentarse, esta vez sin quitarle ojo a la joven. «¿Por qué le interesarán tanto los vampiros?» Pensaba mientras que la joven se fijaba en cómo éI tomaba asiento de nuevo sin apartarIe la vista de encima. Irguió su mirada sutilmente para comprobar si él apartaba la suya. Pero no se inmutó, seguía mirándola fijamente. Cuando conectaron sus ojos una sensación extraña recorrió su espalda hasta provocar tal sensación que tuvo que apartar Ia mirada. Cogió sus cosas con rapidez, y se dispuso a salir de la biblioteca mientras Laius observaba hasta el último de sus movimientos.
—Me llevo este libro —dijo la joven a la bibliotecaria con una voz amable y cálida.
—Vale, pero recuerda que tienes dos semanas para devolverlo.
—Descuide, mañana lo traeré.
Dicho esto, la joven se marchó con una urgencia muy notoria sin mirar a su espalda, llevándose con ella aquel aroma tan peculiar, y dejando a su vez una información muy valiosa, pues Laius ahora sabía cuándo podría verla de nuevo.
—Perdone, ¿sabe a qué hora suele venir esa joven? —probó suerte él mientras señalaba con la cabeza a la chica que bajaba las escaleras atropelladamente.
—Normalmente de cuatro a seis, o siete de la tarde —respondió la anciana bibliotecaria de piel gris y ojos azules. También ella poseía un aroma muy característico, pero por el contrario que el de aquella chica, este no le interesaba en absoluto, le parecía incluso repulsivo. Se sorprendió a su vez de que aquella mujer conociese dicha información con tanta precisión.
—Vale gracias, es que se me ha olvidado preguntarle
—Laius intentó no parecer desesperado por averiguar aquella información.
—Di más bien que no te atrevías —sonrió la anciana por primera vez, mostrando una sonrisa cuidada pero espeluznante a su vez—. Pero tranquilo, no le diré que estás interesado en ella cuando venga por aquí. Los tímidos son los mejores —le guiñó un ojo tras sus gafas de media luna—. Yo también fui adolescente, aunque en mis tiempos... creo qué... no sé, he olvidado cuando...
Laius contempló a la mujer con aburrimiento. Parecía ida, como si sufriese algún tipo de demencia senil y estuviese sufriendo de verdad al intentar recordar su pasado. Suspiró antes de interrumpirla en sus cavilaciones.
—Oiga, no es por interrumpir. No es que su historia me aburra, es muy interesante. Pero quisiera hablar con la joven que se ha marchado.
—¿Eh? A sí, cIaro. Corre antes de que se te escape. EI tiempo vuela cuando una está ocupada...
—Pobre demente —dijo Laius a media voz contemplando las incoherencias de la anciana. Tenía un rostro amable a la vez que triste. Quizás sus rasgos formasen una expresión apenada.
—¿Qué has dicho, joven?
—Hoy es cuarto creciente —contestó Laius sin pensar. No podía decirle que su espalda podía servir como búsqueda de la letra "ce" en un diccionario.
La anciana pareció estar procesando aquella información lentamente.
—Estoy un poco sorba, ¿sabes? —Contestó sin más—. Pero escucho los pequeños ruidos. Me quedé sorda de un oído de pequeña. Me caí en el hielo intentado salvar a mi hermano, y me reventó el tímpano izquierdo, pero todo acabó bien, al menos eso creo...
—Señora, me voy, quizás en otro momento hablamos.
—Sí, claro, por supuesto. Hasta otro día.
Laius se fue con una extraña sensación recorriéndole de parte a parte. No solía entablar conversación con los humanos a menos que fuese necesario. Hacerlo durante un par de minutos con una demente senil no era algo como para lanzar cohetes, pero tampoco había sido una experiencia del todo desagradable. Miró de un lado a otro para ver si veía a la joven de antes, pero no la encontró. Su aroma también se había disipado. En cualquier caso, ya ni siquiera sabía por qué deseaba encontrarla. Que una humana se interesase por su mundo no era novedad. Pero que lo hiciese la misma chica cuyo aroma le hacía enloquecer, días después de haberla visto en el cementerio, sí lo era. Decidió cambiar de rumbo. Volver al cementerio para contarle a Zen que había visto a la joven. Se sentó en frente del ataúd de su mentor y se quedó pensando en la chica y en todos los libros que había sobre la mesa. Parecía como si ella supiese más de vampiros que él mismo. Algo que le incomodaba.