La infancia

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Pero Jesús dijo: «Dejen a los niños, y no les impidan que vengan a Mí, porque de los que son como estos es el reino de los cielos». Mateo 19:14

―Eres bella como una rosa. No es cierto, ja, ja, ja, ja. Eres fea y gorda.

―¿Y ese peinado? De seguro pasaste horas frente al espejo.

Desde que tengo uso de razón, sufrí mucho por las constantes burlas de mis compañeros de colegio en la infancia. Fui una niña aplicada en los estudios, pero eso no parecía agradarle a mis compañeros ni tampoco mi imagen. En la mayoría de recuerdos sobre mi niñez veo a una niña muy insegura de sí misma y que sufría mucho. Muy poco comprendida. Subestimada. Al parecer mi peso no era el ideal ni mi cabello, tampoco mi estilo. Nunca logré encajar en ningún grupo.

A medida que pasó el tiempo crecí con toda esa amargura dentro de mi corazón. La amargura es el enojo en el corazón porque las cosas no sucedieron de la manera en que queríamos. También puede ser un enojo contra Dios. La amargura en mi corazón era la combinación de ambas. Estaba enojada con Dios y con los demás.

Traté por mucho tiempo de cambiar quien era para agradar a los demás, pero siempre volvía a sentir amargura, ya que las cosas no salían como yo quería. Entendí entonces que de nada me sirve decir que sirvo a Cristo, si me afecta más lo que los demás piensen de mí. Si quisiera agradar a los hombres, no podría ser sierva de Cristo.

Gracias a Dios las raíces de amargura en mi corazón, fueron arrancadas. El Señor me ha consolado y me ha dado el privilegio de obedecerlo, perdonando a cada uno de esos compañeros de mi infancia. 

Quien es la Luz, nuestro Señor Jesucristo nos dice:

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Mateo 5:4.

Así que, sin importar lo que pueda padecer tengo la esperanza de que el Señor Jesús es mayor que todos mis sufrimientos. 

Jesús es la luzDonde viven las historias. Descúbrelo ahora