Hoy decido no ir a la universidad y así quedarme en casa estudiando. Hay veces que ir a clase es una pérdida de tiempo por lo mal que explican algunos profesores—si deciden hacerlo y no simplemente leer unas exposiciones ya preparadas. Me doy también el capricho de levantarme una hora más tarde, ya que esta semana está siendo agotadora y si no, no voy a rendir.
Me preparo unas tostadas con tomate y sal y empiezo a cocinar lo que comeré a medio día: judías verdes con patatas.
Después de alimentar mi cuerpo, me dirijo a mi habitación y enciendo el ordenador, poniendo música tranquila de Spotify. Estudio tres horas seguidas, sin apenas descansos, y le pregunto a una compañera de clase si hoy han dado algo de temario que sea difícil. Después, saco mi cuaderno y por fin consigo desfogarme en la escritura, expresar todo lo que siento e, incluso, soltar alguna lagrimita. En estas últimas semanas apenas he tenido tiempo para escribir, lo cual me da mucha pena ya que es una de las actividades que más me llenan.
Reflexiono sobre todo lo que echo de menos: a mis amigos, a Elena, los buenos momentos con mi ex, los días en el instituto, los profesores que me querían, las risas cómplices con mis compañeros tras una trastada, que me felicitaran por mi trabajo, cuando gané mi primer torneo de fútbol.
Recuerdo cuando me rompí un brazo tirándome por un tobogán, cuando discutí con un nazi y pensé que me pegaría, cuando me dijeron que ni Papá Noel, ni los Reyes Magos ni el Ratoncito Pérez existían realmente, cuando me dijeron que el abuelo había muerto.
Recuerdo todas las pérdidas que han habido en mi vida, todas esas personas que se han ido y que por desgracia, la mayoría no volverán. Pienso en las enfermedades, en los accidentes, en cómo los vicios nos consumen sin darnos cuenta.
Pienso en mamá y en papá, por todo lo que han luchado para que esta familia siguiera unida a pesar de las circunstancias, a pesar de que el dinero no llegaba a casa, a pesar de que Elena se fue, a pesar de que todos estábamos rotos por dentro y no había tiritas suficientes para curarnos.
Se me viene a la mente la carta, y cómo sin saberlo se está convirtiendo en una vía de escape, en una forma de tener la mente ocupada, un nuevo propósito, una nueva manera de conocer a aquella persona que está detrás y que tanto me intriga.
Pienso en mi trabajo, en cómo me consume por dentro. Pienso en María, en cómo en tan solo unos meses se está convirtiendo en un apoyo para mí, una nueva amiga, una nueva forma de disfrutar, una nueva compañera de vida.
Pienso en la sociedad, en el daño que pueden hacer los estereotipos, en lo infravaloradas que están algunas personas y la importancia innecesaria que se les dan a otras. Pienso en los que nos gobiernan, en la avaricia de poder, en la falta de empatía, en las ganas de adoctrinar, en el poco valor que se le da al arte, en el maltrato hacia personas y animales.
Recuerdo que aún le tengo que dar una respuesta a mis padres sobre la mudanza; un peso recae sobre mí y me provoca más angustia.
A veces pensar, recordar y reflexionar me hace daño, pero es lo que realmente necesito. Es lo que nos hace humanos, ¿no es así?
Me pregunto cuántas personas se dejan llevar por el día a día y no paran a mirarse, a ver qué mal hay en ellos, qué pueden solucionar. Somos como pequeñas máquinas que se me mueven de un lugar a otro, sin saber muy bien adónde van. Parecemos robots perfectos, pero estos a veces también se rompen. Y si algo roto no lo arreglas a tiempo, quizás el problema se haga mayor y sea más difícil encontrar una solución.
La psicología me ayuda en estos sentidos, al igual que acudir a un especialista cuando lo he necesitado. Y la cantidad de personas que me miraron mal cuando tuve que ir como si estuviera loca, fuera una exagerada o pareciera que mi vida era una mierda.
He sufrido, ¿quién no lo ha hecho? Pero me comprometo a salir de esta, de esta y de todas las que vengan. Haré todo lo que pueda por mejorar y evolucionar. Si hubiese hecho caso a todos aquellos que me dijeron "no cambies, sigue así", ahora sería una chica más mediocre, perdida, más egoísta, más aburrida. No digo que antes yo fuera horrible, simplemente que evolucionamos, que generalmente vamos a mejor. Hay que aceptar el cambio y aprovecharlo de la mejor manera posible. Creo que por eso lo mejor será que me mude, que empiece otra nueva carrera en la que sé que alcanzaré la meta. Y si no me gusta, pensaré que no tengo que pasar ahí lo que me queda de vida, ya que en poco tiempo me independizaré.
Estoy segura de que mi decisión será la correcta.
***
Después de ducharme, enciendo el móvil y veo un mensaje de mi hermana que dice así:
¿Puedes venir a recogerme al colegio? No me encuentro muy bien y quiero hablar contigo.
Preocupada, le digo que en veinte minutos estoy allí. Miriam no suele quejarse mucho y tengo miedo de que le haya podido pasar algo. A veces soy un poco dramática, lo sé. Me visto lo más rápido que puedo y cojo el coche de mi padre para ir a buscarla.
Cuando llego tengo que entrar al hall, donde está sentada con mala cara en un sofá. La que se encarga de los alumnos enfermos me dice que tiene algo de fiebre y que la deje reposar en casa. Asiento y le hago un gesto para que venga. En cuanto me ve, acelera el paso y me abraza; sorprendida, se lo devuelvo y vamos juntas al coche.
— ¿Qué te pasa?—pregunto algo seria.
—Me he puesto mala—contesta apoyando la cabeza en el cristal de la ventana y cerrando los ojos.
—¿Te llevo al médico?
—No, no es para tanto. Solo quiero descansar.
—Está bien.—arranco el coche y nos ponemos en marcha— ¿De qué querías hablar?
—Te acuerdas de lo que te dije de Andrei, ¿verdad?—asiento con la cabeza—Bueno, los besos no fueron con él, fueron con uno de esos dos chicos. Alex. Estábamos en uno de los pasillos de la planta de arriba, tampoco había mucha gente. Él quería más que besos... Afortunadamente no fue a más, ya que una amiga de Noelia y Andrei le pararon los pies cuando lo vieron. Pero no sé, Claudia, me siento rara sabiendo esta información. Preferiría estar como antes.
—Pero ya sabes lo que pasó, y eso es bueno. No fue tu culpa, Miriam. Y si vuelves a ver a ese chico le dices cuatro cosas. Pero mira, así sabes que no fue con Andrei, y que encima él parece ser que te defendió.
—Ya. Aunque ahora no quiero hablarle, me da vergüenza.
—¿Vergüenza? Si tiene dos dedos de frente no te juzgará ni te echará nada en cara. Si sigues interesada en tener algo con él, háblale y sácate de dudas, es lo mejor—asiente y el resto del trayecto lo pasamos en silencio. Cuando llegamos, la acompaño a la habitación y dejo que descanse. Yo me voy a trabajar.
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La carta herida
Teen FictionClaudia encuentra una carta de amor con una dirección. Curiosa por su origen, se sumerge en una aventura en la que se verá envuelta de misterios y problemas personales que no parecen tener fin.