XVII

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-No puede ser- fue lo único que logró decir Victoria, haciéndolo incluso con una voz tan débil que casi no logró oírse.

Sin embargo, fue suficiente para aclarar la duda que tenían todas. Lo que veían no podía ser. Maia Goodridge. El nombre, escrito en blanco bajo una de las piedras brillantes, parecía reírse de ellas y su desconcierto.

-Maia-

La voz les llegó a las cuatro como un fantasma, añadiéndose al desconcierto inicial por el nombre escrito en la pared. Victoria fue la primera en reaccionar, extendiendo las llamaradas en sus manos y dirigiéndolas hasta el origen del sonido. Angella la siguió con un reflejo, girando mientras concentraba su poder helado hasta formar de nuevo su espada en su mano. Sintió un golpe en el suelo a sus pies al girar y, con el rabillo del ojo, alcanzó a ver a su hermana apretando los puños mientras calentaba sus poderes.

Su mirada entonces se dirigió al frente, al mismo tiempo que la de las demás. Cuando entraron habían estado seguras de que la cueva estaba vacía, e incluso no les había parecido tan grande. Sin embargo, en el que antes había sido un rocoso espacio vacío, ahora estaba ocupado por algo.

Alguien.

-¿Quién eres?- preguntó, apuntando su espada en dirección a la figura, sosteniéndola de forma diagonal frente a su cara para obtener la precisión que podría llegar a necesitar.

Fue entonces que la silueta dio un paso al frente, revelándole su identidad a las chicas.

Angella vio primero los ojos, azules y cargados de conocimiento. A eso le siguió la cara, agotada y con arrugas, denotando la avanzada edad de la persona que ahora tenía al frente. El anciano dió otro paso al frente, las llamas de Victoria reflejándose en su calvicie, y las gafas circulares que ahora veía llevaba puestas.

-¿Quién eres?- repitió, su mano aferrando con mayor fuerza su espada de hielo, el material sin temperatura por los efectos de su poder.

La mano de su hermana se aferró a la suya, y entonces sintió otro leve temblor, así como el sonido de rocas resbalando por la ladera de la montaña bajo la que estaban. Supo lo que estaba haciendo. Sabía que Alaska no se atrevería a generar un terremoto en una zona como la cueva en que se encontraban, pero para un intento de amenazar al sujeto que tenían enfrente necesitaba mostrar que podía hacerlo. Necesitaban información. No habían visto al viejo entrar, ni habían sentido nada en el breve instante en que estuvieron dentro de la cueva.

Entrecerró los ojos, concentrándose en su poder mental. Dirigió su poder a la mente del anciano, pero para su sorpresa no consiguió nada. Un simple vacío. Cerró sus ojos, apretando sus labios mientras aumentaba su concentración. El vacío era imposible. Ningún recuerdo, ni pensamientos del momento. Nada. Como si su mente no existiera.

Con un leve gemido abandonó su poder, su concentración viniéndose abajo, así como la fuerza con que aferraba su espada. Alaska apretó su mano, mirándola con una ceja alzada en duda. Sin embargo, antes de que siquiera pudiera empezar a formular su pregunta, fue quién tenían enfrente el que habló primero.

-No puedes usar tus poderes contra quién te los dio- dijo el viejo sin moverse, enfatizando cada palabra que decía.

-¿Qué?- preguntó Victoria con un tono agudo, parada frente a Maia para intentar protegerla, mientras seguía con una palidez en su rostro.

El anciano entonces extendió una mano al frente, abriendo la palma al hacerlo. De ella entonces surgió una pequeña llama, que con lentitud empezó a transformarse hasta tomar la figura de una bailarina, que se movía al son de las crepitaciones del fuego. Por un momento, los ojos de Victoria se quedaron ensimismados con la llama, pero enseguida volvió a la realidad.

Noxus: El Linaje PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora