Quizá el nuevo día alumbrara su corazón con esperanzas renovadas. Quizá el sol volviera a calentar sus adormecidos músculos. Quizá el silencio dejase de ser un castigo para convertirse en una bendición.
Evans fumaba y miraba a través de la ventana que daba a la parte delantera de la casa. A sus pies, un coche se había detenido. Los intermitentes parpadeaban como detonaciones en mitad de la noche. Una pareja, amparada por la oscuridad, cargaba el vehículo con sus escasas pertenencias. El chico miraba en todas direcciones y en ocasiones se asustaba de su propia sombra. El miedo flotaba en el aire junto con el aroma a quemado que provenía desde algún lugar no demasiado lejano. Los edificios parecían iluminados, rodeados de un brillo que brotaba a sus espaldas, veteados por llamas que en la distancia perfilaban sus siluetas moribundas. El sonido del maletero al cerrarse sonó demasiado fuerte, demasiado estridente. Ella se tapó con una manta como si eso pudiera detener los temblores que sufría. Pero no tiritaba de frío, tiritaba de terror y de impotencia.
Evans apagó la colilla y apoyó la cabeza contra el cristal mientras el coche se perdía en la distancia. Su aliento quedó grabado sobre el vidrio. Se retiró despacio, acariciando la cama que una vez había sido de ella. Sus dedos rozaron la madera del cabecero, pasaron sobre la colcha y flotaron hasta que la cuna comenzó a mecerse con su caricia. Allí había empezado todo. Allí el destino de los tres había quedado sellado para siempre. La habitación aún estaba tal y como Elise la había dejado. Robert no había tocado nada pensando en Beatriz, para que tuviera un hogar, para que algún día hubiese un lugar donde pudiera sentirse como en casa.
Y ese día había llegado.
Esa mañana Beatriz había estado allí, a tan solo unos metros de distancia. Pero no lo había hecho sola. Evans había sentido la presencia del Caos a través de las paredes de la casa. Había respirado su hedor flotando en el ambiente. ¿Sabría Adrax quiénes se escondían allí? Era solo cuestión de tiempo que el Señor del Caos sacara sus propias conclusiones.
En ese momento decidió que la familia Sin debía desaparecer. En Londres no estarían a salvo. Patrick no quería abandonar su hogar. Robert entendía que no había otra alternativa.
—Viajareis a Madrid. Allí un conocido pasará a buscaros. Es fundamental que os pongáis a salvo.
—Nuestra misión es más importante, Evans —replicó Patrick.
—Ahora solo importa vuestra seguridad. Es necesario que os escondáis. Estos disturbios aislados no son nada comparados con lo que está por llegar.
—Evans tiene razón —afirmó Robert—. Nosotros solo seríamos un estorbo. Él nos necesita lejos, Patrick. No puede salvar a Beatriz si tiene que protegernos. Seríamos una debilidad.
Patrick masticó su orgullo, miró al frente y, tras levantarse bruscamente de la silla, se marchó de la habitación.
—Sí, igual que la protegió a ella —sentenció antes de desaparecer.
Evans agachó la cabeza y apretó los puños. La culpabilidad agarrotó su pecho.
Robert vio la silueta de su hijo perdiéndose en la distancia. Encendió un fósforo y prendió su pipa. A los pocos segundos toda la habitación olía a tabaco Golden Virginia.
—Perdona a Patrick. Está preocupado y nervioso —dijo sin mirar a los ojos del Alur.
Evans hizo caso omiso a sus palabras y continuó hablando:
—Cuando todo esto termine, será vuestro momento. El mundo tiene que conocer la verdad.
Robert asintió pensativo. Estaba ligeramente mareado. Todo estaba ocurriendo demasiado deprisa.
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La redención del Alur (La ilusión del destino II)
FantasyTras las buenas críticas cosechadas por la primera novela de la saga, llega la esperada continuación. Sinopsis: «No hay hombre más peligroso que aquel que lo ha perdido todo. Pero solo ese hombre caído en desgracia puede alcanzar su redención. En un...