La pelea

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Los chicos se empujan mientras ríen y derraman sus bebidas alcohólicas unos sobre otros, parecen borrachos y el espectáculo ni siquiera ha empezado; me aparté unos centímetros, asqueado.

Todos parecen haber perdido sus asientos, y se movetean como un gran mar; nadie parece molestarse, pero a mí me aplastan e incomodan.

Intento mantenerme inmóvil en mi lugar, con los ojos fijos en el único punto iluminado del gran cuarto, una pequeña tarima envuelta en protección en medio de la multitud, apenas elevada para que ninguna parte de la pelea se pierda de nuestra vista.

De improvisto, la música cesó y los altavoces dieron aviso del inicio de la primera lucha de la noche, me tensé en mi incomodidad.

Nunca me habría imaginado a mí mismo pasando una noche de viernes en un centro de lucha clandestino, rodeado de descuidados ciudadanos que apuestan bajo el efecto de las drogas.

– ¡Mira Heyler! –Monse me sonrió, mientras se colgaba de mis hombros y daba un sorbo a su vaso; ella me había arrastrado con su novio a este circo–. ¡Empezará ahora!

La luz del centro se apagó y los gritos aumentaron, cuando la luz volvió, un hombre vestido con camisa blanca y pantalones negros apareció sobre la tarima, con ambas manos levantadas, intentó animar al público con más gritos; el micrófono iba desde su espalda hasta un lado de su cara.

– ¡Señoras y señores! ¡Sean bienvenidos al Foso! ¡Donde entran dos hombres y donde sólo saldrá uno en pie!–. El bullicio incrementó, apenas conseguí permanecer en mi sitio–. Tengo el placer de presentarles a... ¡El Verdugo!–. Como si fuese posible, el sitio enloqueció aún más. Suspiré con pesadez cuando un gran personaje puso pie en la tarima, despojándose de la bata roja, demostrando una piel bronceada y su cabello azabache, igual que sus ojos, sonreía con suficiencia mientras caminaba alrededor, presumiendo su marcado abdomen. Cerré los ojos cansado de todo ese show–. Del otro lado tenemos a nada más y nada menos que a... ¡Nuestro Ángel!

Los vítores se alzaron por sobre todos mis pensamientos, dirigidos a regresar a casa; miré al lado que el sujeto señalaba con tanta emoción.

Y fue entonces cuando lo vi.

Subió con tranquilidad, mientras sonreía con calma, relajado y seguro; en ese punto ya no pude dejar de verlo.

Era fuerte, lo supe por su mirada azul oscuro. Alto, cabello corto y teñido de un llamativo rubio. Se deshizo de la bata dorada con pequeñas alas negras cosidas en la espalda, movió los anchos hombros hacia atrás mientras caminaba al centro del ring. Lanzó unas fintas de golpes para calentar.

Y nuestras miradas se encontraron justo frente al reflector. Por un momento, una sola palabra cruzó por mi cabeza. Atracción.

Contuve el aliento, sintiéndome idiota por décima vez en la noche.

"Como si pudiese verme entre tanta gente".

Sin embargo, él no apartó la mirada hasta que el presentador llamó su atención. Entonces, pude volver a respirar.

– ¡Ese es un hombre de verdad! –aulló una chica frente a mí.

– ¡Rómpele los huesos! –otro chico, a mi lado, perdido en alcohol y embriagado de emociones, gritaba sin dar pista a cuál de los contrincantes se refería.

–Bien, todos conocen las reglas –reclamó atención el presentador, complicado, así que recitó unas palabras con rapidez–. Hasta que uno de los dos ya no pueda levantarse, la pelea se acaba –luego, salió a toda prisa del enjaule.

La pelea dio inicio con violencia.

Un rápido puñetazo cruzó el aire y se estrelló en la mandíbula del "Ángel"; di un respingo al verlo tambalearse hacia atrás, mientras el chico de rojo sonreía de nuevo con suficiencia. Después de retroceder y recibir una buena tanda de golpes, caí en cuenta de que él no respondía con ninguno.

– ¡Siempre es así! –respondió por sobre los gritos el novio de mi amiga, quien también tenía la misma duda–, permite que le golpeen un poco antes de hacer lo suyo.

Volví la mirada al ring cuando, el público alrededor gritó al mismo tiempo, el Ángel intercambió tres golpes en secuencia, uno en la barbilla, otro en medio del pecho y el último, luego de rodearlo por la espalda, golpeó a un lado del rostro del chico de rojo. 

Abrí la boca impresionado.

Conocía poco de las reglas, así que cuando el chico de cabello negro dio una patada a un lado de su cadera, no pude evitar gritar de indignación. Casi todos a mí alrededor me siguieron.

El Ángel lo recibió sin inmutarse o siquiera retroceder, y puedo asegurar que eso había dolido más que un puño en el rostro; el Ángel le rodeó mientras esquivaba otro golpe, en esa posición le pateó en la rodilla derecha, el chico de rojo gritó. Ahí entendí que las reglas no existían dentro de ese espacio.

Las acciones de ambos hombres siguieron pasando, sin remordimientos, manteniendo la apariencia de la falta de dolor, todas las emociones emanaban para cautivar a los espectadores quienes, con la piel de gallina, esperábamos el resultado.

Me sentía tan propio de la pelea, que incluso llegué a mover mi cuerpo para seguir los movimientos de ataque.

Por fin, el chico de rojo parecía desorientado luego de varios golpes certeros del Ángel en su abdomen, apenas podía cubrirse y pronto terminó en el suelo, inconsciente.

Cuando el contrincante cayó, el árbitro entró para elevar la mano del Ángel en señal de victoria. Todos gritamos.

Después del momento de ovación, vítores y aclamaciones, él bajó de la plataforma para sentirse envuelto por los delgados brazos de una hermosa chica esta, después de abrazarlo, depositó un beso sobre su mejilla, luego otra hizo lo mismo y luego otra; ellas le rodearon para salir del lugar tomándolo de la cadera.

Mientras él salía se deshizo del agarre de las chicas, dio media vuelta y miró una vez más hacia atrás, "buscándome". Casi caigo de mi sitio, no era posible que fuese a mí a quien estuviese viendo.

Siguió su camino hasta la salida, dejándome con el corazón latiendo con fuerza contra mi pecho y... con firmes deseos de huir.

– ¿Qué te pareció Heyler? –rieron los chicos mientras me rodeaban–. ¿Sientes el incremento de testosterona?

–Sólo no quiero regresar –me di la vuelta para ir a casa.

Pero cada viernes por la noche, después de clases, regresaba al escondido local bajo aquel viejo edificio, sólo para ver otra pelea del Ángel. Él siempre terminaba vencedor, tras esos golpes certeros, fuertes y descontrolados, levantaba ambas manos en señal de victoria, para luego simplemente dar la vuelta y bajar del ring. Pero siempre, siempre que parecía que saldría sin dudar, que había dejado todo en la pelea, volteaba la cabeza hasta que encontraba su mirada con la mía.

Creí que moriría sin saber a quién le dedicaba esa última mirada en el ring, que mi admiración por esta misteriosa atracción se escaparía como toda aspiración en mi vida, que sería como siempre que tenía un encuentro aleatorio en el autobús o por la calle. Que pasaría como una obsesión personal... ya que, en todos mis años de preparatoria, después de todo el tiempo que dediqué a verlo luchar y a intercambiar miradas lejanas, jamás me atreví a dirigir palabra con él.

Nunca supe su nombre, su edad... cosas básicas para entender un poco de la complejidad del amor o siquiera justificar el hecho de quererlo.

Sólo me concentraba en salir a toda prisa después de cada presentación, y a no volver por ese rumbo hasta el próximo viernes por la noche.
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