Parte 23.

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El padre de Melissa llegó en su lujoso BMW M3 de color negro, (bastaba con que ella tomará su celular para llamarlo) saludamos al padre de Melissa y nos subimos al auto.

— ¿Qué tal estuvo su día chicas?

El auto olía tan bien como si acabara de comprarlo. No dije nada. Por un momento solo estaba allí con los ojos cerrados disfrutando de la suavidad de los cojines. Melissa iba adelante con su padre y yo atrás con Susana. Noté cómo el padre de Melissa me miró por el retrovisor. Él y Melissa me miraban de la misma manera. Como burlándose de mí, me sentí tan mundana.

Sonreí.

— Estuvo bien hasta que nos tocó la clase de Educación física — agregó Susana.

— ¿Isabel, avisaste a tu madre que irías a mi casa? — preguntó Melissa —. Hazlo antes de que lo olvides y tu loca mamá te prohíba estar conmigo.

— ¡Melissa! — reprimió Adrián.

— ¿Qué? no es mi culpa que su mamá esté cu cu cu cu.

— Ya lo hago — dije sacando con dificulta mi celular de mi bolsillo trasero.

Llamando a: Adelaida.

¡Hola! — contestó mi madre de inmediato.

Hola ma, ¿estás ocupada?

No mucho, ¿ocurre algo?

No, solo quería avisarte que voy a la casa de Melissa.

Ok, ¿regresas hoy?

— Mañana.

Está bien nena, cuídate.

— ¡Listo! — dije.

— ¡Bien!

En cuanto llegamos a la casa de Melissa miré el gesto de Susana y pensé que sí así había sido el mío, que tonta me vi. Sonreí. La casa lucía mejor desde que la vi por última vez; los arboles de la entrada lucían más frondosos y vivos. Bajamos del auto y caminamos hacía la entrada, el padre de Melissa no nos acompañaría, al parecer estaríamos solas en la casa.

— Diana está en la casa de sus padres y mi papi ira a trabajar, estaremos solas hasta las... — miró su reloj de pulsera —. Ocho de la noche.

— Eso es más tiempo de lo que yo he estado sola en mi casa desde que cumplí los quince — dijo Susana.

— A mí me pasa todo el tiempo.

— Sí, su mamá ni siguiera estuvo en su nacimiento — soltó Melissa muerta de risa.

En ese momento recordé el día que el señor Adrián dijo que era incapaz de dejar adolescentes solos en una casa y se lo dije a Melissa, ella enarco una ceja y dijo;

— Solo serán unas pocas horas, no me hagas hablar y decir cosas de tu ma-má que no quiero.

— ¿A sí? ¿Pelea de ma-mas?

— No seas estúpida, y mejor en-tre-mos.

Susana fue la primera en entrar a la casa, estaba boquiabierta, no quería imaginarme su cara en cuanto viera la habitación de Melissa o la piscina.

— ¿Tu papá es millonario?

— ¡No! — dijo Melissa fingido demencia.

Cuando entramos a la habitación de Melissa lo primero que Susana vio fueron las piezas de ajedrez con formas eróticas; mujeres arrodilladas que simbolizaban los peones, otras paradas de manos simbolizaban el alfil, con sus enormes senos que les caían de forma hermosa hasta casi tocar su mandíbula.

— ¿Tu papá te permite tener este tipo de cosas?

— ¿Y por qué no habría de permitírmelo?

Susana sacudió la cabeza como para despojarse de sus pensamientos y se echó en la cama, Melissa saco su celular y le tomó una foto. El sonido del capture sonó.

— Esto de invitar lacayos y fotografiarlos es tan divertido — A Melissa le encantaba divertirse a costa de los demás.



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