39. Súcubos y demonios peores

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Conforme pasaron los días, los profesores habían aplicado encantamientos protectores en las casas de sus alumnos y alguno que otro encantamiento alarma sobre la casa de otros alumnos escépticos. Gastón pudo distinguir como una noche habían aplicado las barreras mágicas sobre su casa y como se alzaba de un color nacarado muy particular.
Aquel encantamiento era simple pero les daría la ventaja de escapar a tiempo.
En tanto en el colegio, las aguas se habían calmado luego de la conferencia que tuvieron con los directos y los profesores de las materias relacionadas a la magia; Gastón no lo había pensado pero sentía un gran alivio al saber que ellos sabían la verdad, y que contaban con su ayuda a pesar de que les habían mentido. En ese sus profesores se asemejaban mucho a ellos: porque se ofendieron tanto como no se lo imaginarían nunca al descubrir lo que ocultaban. Parecían simples adolescentes, y que es que apenas estaban saliendo de esa etapa y los veían más como amigos que como estudiantes aunque se comportasen de manera sería y adecuada delante de ellos; y en esencia le agradaba que fuera así porque a partir de ese momento sentía que podría contar con ellos sin importar qué.
Para Seth la cosa había cambiado un poco, no tanto pero sí lo suficiente como para notar que sus amigos y compañeros del colegio lo miraban diferente, quizá con curiosidad o recelo por ocultar tantas cosas y es que en realidad sobre su asunto sólo lo sabía su mejor amigo Andrés. Sin embargo el encuentro con aquel misterioso mago lo dejó atónito (y le daba más importancia a ello que la forma de actuar de sus compañeros), desconocía del poder de leer las mentes y estaba atónito por dicho don. No esperaba la hora de poder tener el Popol Vuh en sus manos y buscar algún encantamiento en quichua antiguo para también poder practicarlo.
Días después el grupo de amigos se encontraban en horario de Química en los laboratorios del primer piso del edificio del ala sur, cuando toca la campana y Jason se dirige al baño, allí con su varita se estaba secando la ropa, pues se había mojado; al salir se cruza 
con Andrés Córdoba, Raúl Coronel y Martín Videla, alumnos del cuarto año, primera división.
— ¡Maldito hechicero, lo único que has provocado desde que llegaste son problemas y catástrofes! —escupe Martín muy enfurecido.
—No fue mi culpa, ¿yo que sabía que me estaba rastreando? —replica Jason.
— ¡Claro que es tu culpa, te venían siguiendo desde que llegaste al colegio, nadie sabe cómo hemos sobrevivido tanto tiempo! —espeta Raúl.
—El colegio está muy bien protegido, no hay manera de que entren, solo que olvidamos el espejo, de no haber sido por ese mínimo detalle ellos nunca hubieran logrado ingresar al campus del Fuerte —afirma Jason.
—Nunca debieron aceptarte en el colegio, el director debió expulsarte en cuanto haya sabido que eras un fenómeno —expresa Andrés con desdén.
Por su parte Jason estaba rojo del cólera apretando tan fuerte la empuñadura de su varita que sus nudillos se volvieron pálidos. Estaba a punto de atacar a los alumnos del colegio, cuando aparece Gastón y Marlene.
— ¿Qué ocurre aquí? —pregunta Gastón, en el momento que Jason escuchó a su amigo aflojó la presión que hacía sobre su varita.
— ¿También ustedes están de lado de este fenómeno?, pensé que eras parte del colegio, pero veo que son unos malditos traidores —escupe Martín como si esas palabras superan a hiel.
—Seguimos siendo del Fuerte San Carlos, pero también pertenecemos al mundo de la magia, te guste o no —responde en tono lacónico y sereno.
— ¡Debieron dejar que se llevaran a ese brujo inútil! —acota Andrés.
— ¡Cuidado con lo que dices!, porque cuando lo insultas a él, también me insultas a mí , y más de diez mil veces te han dicho que no fue su culpa, fue inevitable lo que pasó —repite Gastón.
— ¿Ah, sí?, ¡pues yo no lo creo así! —contradice Andrés.
—Pues créelo, desafortunadamente Wenzell es presidente de magia y tiene acceso a todo, y eso también incluye al mundo escéptico, era imposible que no encontrara el paradero de Jason —replica Marlene.
— ¿Y el pin?, seguro que también era inevitable que lo haya extraviado —razona Martín.
—Lo del pin fue mi culpa —dice Marlene inesperadamente, mientras todos la miraban desconcertados. —Yo se lo obsequié el día fuimos al Puerto Galeónico.
— ¡Al final terminaste siendo una traidora, al igual que este fenómeno de circo! —articula enfurecido Andrés.
— ¡Oye no digas eso, no fue culpa de nadie, nunca pudimos saber lo qué iba a pasar, de haberlo sabido hubiéramos hecho todo lo posible para evitarlo! —argumenta Gastón ceñudo.
—Yo soy libre de decir lo que quiera, porque ni tu fenómeno de circo, ni ustedes dos hechiceros baratos me lo impedirán —ruge Andrés con prepotencia.
—Te aconsejo que no lo hagas —masculla Gastón entre dientes.
Estaba rabioso.
— ¡¿Me aconsejas?! —exclama Andrés burlándose de Gastón con carcajadas fuertes y mirando a sus amigos quienes se reían también. —Tú no puedes aconsejarme nada.
Andrés se acerca a un palmo de distancia del rostro de Gastón con mirada desafiante. Éste por su parte saca velozmente su varita mágica y se la clava en la garganta levemente, haciéndolo respingar del susto.
— ¿Qué vas a hacer, hechizarme? —desafía Andrés con sarcasmo, aunque su voz temblaba.
—Se me cruzan por la mente infinidades de maldiciones y maleficios que te puedo aplicar: maldiciones que te harán enloquecer por semanas, maleficios que siquiera imaginas, tantos embrujos se me cruzan y no puedo elegir cuál sea el más adecuado para emplear contigo —amenaza Gastón serio mientras aprieta con la punta de su varita la garganta de Andrés.
Lo hizo tragar saliva de forma muy audible.
— ¡Fanfarrón, tu no serías capaz de maldecirme, bien sabes que si lo haces te expulsarán del colegio y no podrás hacer magia! —temblaba Andrés al hablar, con la varita de Gastón en la garganta y dificultad para tragar la saliva.
— ¿Es un riesgo que quiero correr? —se pregunta Gastón en voz alta. — No, no vale la pena emplear mi magia en asuntos sin importancia como estos.
Le saca la varita del cuello y allí donde la había colocado había un pequeño punto colorado.
—Cobarde, ¿Por qué no eres así a los puñetazos? —farfulla enfurecido Andrés.
— ¿Crees que sólo te puedo hacer frente con una varita mágica en mis manos?, yo sí quiero puedo enfrentarte cuando quiera y como quiera —brama irritado.
—Ahora, a la salida del colegio te reto a una pelea —desafía.
—No, prefiero que no me expulsen, sino, ¿Quién te defenderá de los magos oscuros si a atacar el colegio? —inquiere Gastón volteándose y yéndose con sus amigos.
—Eres un cobarde, me tienes miedo mano a mano, acéptalo eres una gallina —declara Andrés entre carcajadas.
Gastón para en seco, sus amigos intentarlo detenerlo, pero éste estaba úrico y de todos modos se vuelve pero esta vez apuntado con su varita a su rostro.
— ¡Nunca me vuelvas a llamar débil! —de su varita comenzaba a emanar luz que expulsaba pequeños destellos es forma de rayo. —Porque aunque me expulsen, yo sé dónde vives y puedo hacer de tu vida infierno, puedo hace que tengas las peores pesadillas, puedo lograr que súcubos y demonios aún peores te torturen a tal punto de que no reconozcas la realidad de lo irreal sólo para que al final te arrastren al infierno. Nadie más  sabrá de tu paradero y qué pasó con tu patética existencia —sentencia Gastón, cuando Marlene le toca el hombro y este voltea la cabeza para oírla.
—Ya déjalo Gaz, creo que es suficiente —le comenta su amiga, entonces la luz que producía la varita se desvanece y deja de apuntarlo.
Los tres se van caminando por el corredor
—Ya te advertí, si me llego a enterar que molestas a mis amigos o tan solo que le dijiste a los profesores de todo lo que hablamos, ese será tu destino —vocifera.
Después, cuando estuvieron los suficientemente lejos los tres comenzaron a reír.
— ¡Genial Gaz, te escuchabas tan real que creo que Andrés se lo creyó! —asegura Jason riéndose.
— ¡Como sudaba Andrés, sí que estaba asustado, Raúl estuvo a punto de desmayarse! —articula Marlene desternillándose de risa.
— ¿Ustedes creen que se lo creyó? —inquiere Gastón.
— ¡Pero sí hombre, estaba pálido! —afirma Jason.
—Lo más genial fue eso de que súcubos lo torturarían, ¡Su cara de espanto era antológica! —exclama Marlene mofándose.
— ¿En realidad puedes invocar demonios o fue una broma? —pregunta Jason secándose las lágrimas que se le habían escapado de tanto reírse.
—Exacto —responde Gastón, escapando al tema y con una sonrisa pícara y sigue caminando mientras sus amigos se quedan parados mirándolo, entonces este voltea y dice: —¿Vamos?, seguramente debe de estar la profesora Conil en el salón de clase. ¡Y ella sí qué es un demonio cuando se enoja! —.
— ¿Cuál de las dos? —pregunta Jason.
— ¡Si! —responde Gastón sonriendo maliciosamente y adelantándose.
— ¡Por las dudas nunca lo hagas enfadar! —Marlene balbucea a Jason.

El misterio del Popol Vuh: La saga de los guardianes I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora