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Bajé las escaleras a toda velocidad, casi volando sobre los escalones. Mi mochila bailaba tras mi espalda y varios compañeros se quedaban viéndome y preguntándose por semejante apuro. Recién salía de clases cuando ese chico de cara pequeña, llamado TaeIl, se me acercó apresurado para decir "tu compinche está peleando en el patio". Hubieras visto a ese correcaminos al que nombraron YoonOh en su nacimiento.

Sin embargo, llegué tarde. Repartiendo mi vista por toda la extensión del patio, solo pude encontrar un ambiente lánguido y entumecido. Hacía frío; los alumnos, abrigados, se diseminaban alrededor, en pequeños grupos, como si hablaran de algo que apenas había acontecido y yo, claro, sin enterarme de nada. ¡Ah! Me preocupaste como a un imbécil. Estábamos en el invierno de segundo año de secundaria, y tú te hacías una racha de peleas perdidas para nada envidiable.

Te encontré una hora más tarde, sentado en las bancas que yacían frente a dirección. Podía apostar a que te habrían castigado. Tenías el ojo morado e hinchado, y una expresión lastimera que se iba perdiendo lejos por la ventana. Me fijé, simplemente por imitarte, en el cielo. Estaba gris.

"¿Por qué te peleaste?" veías por la ventana con tu ojo bueno, tus manos bien guardadas en tus bolsillo y yo sin ninguna respuesta. Tu uniforme estaba sucio, tu cabello despeinado y un rastro de llanto se destacaba en tu nariz (roja como un tomate) y el resto de tu cara. Te sujeté e hice que me miraras, ya que al parecer ni pensabas girarte hacia mí. Cuando nos vimos al fin, elevaste las cejas.

"Unos chicos se estaban burlando del profesor".

Esa era tu manera de ser. Querías que la gente respetara tal cual te enseñó tu papá. Resoplé.

"¿Siquiera sabes pelear?" desordené mi cabello y me senté en la banca, la fría brisa que se deslizaba por los pasillos acabó de destrozarnos el peinado y tú te mantenías callado a morir. Resoplé por segunda vez. "Eres enano y flacucho, naturalmente perderás..."

"Pero esta vez les gané" aseguraste, acercándote a mí. Yo me mostré incrédulo.

"Ese ojo me dice lo contrario".

Aún alzabas tus cejas, y tus pestañas, húmedas, pululaban sobre tus ojos; bueno, sobre uno, porque el otro estaba demasiado deforme como para apreciarlo del todo. ¿Nunca has pensado en ello? Eras increíble,  siempre curándote demasiado rápido. Todos esos moretones y rasguños tardaban contados días en desaparecer. A mí siempre me angustiaron esos colores oscuros decorando tu cuerpo, incluso hoy lo siguen haciendo. Esas marcas nunca te quedaron bien. Acorté la distancia, hasta sentir tu cálido aliento (que olía al almuerzo del comedor) contrastando contra la temperatura del ambiente, rodeé tus hombros con un brazo y luego susurré a tu oído "pero te creo, si lo dices así, debiste haber ganado". Después de un intento por sonreír, te apartaste, buscando algo en tu bolsillo, sacaste algo de él y estiraste tu palma para mostrármelo.

Era un diente.

Manchando de sangre ya seca, partido por la mitad. Le habías sacado un diente a tu contrincante, y corriste a guardarlo como si fuera un premio, como si fuera la medalla de honor al mérito en una competencia de atletismo o el resultado de la prueba para la que te esforzaste estudiando.

"Gané, JaeHyun. Sino no tendría esto en mi mano, ¿no crees?"

Estabas loco. Y yo también lo estaba, pues la situación me dio tanta gracia que la risa se me escapó de los labios; rebotando en las paredes, escapándose por la ventana.

Marcas en el cuello › jaeyongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora