Tomé medicamentos para evitar regresar al mundo onírico y mucho café, una taza por hora pero sin importar mis intentos por no dormir, mi cuerpo se desplomó a los dos días de intentarlo, caminaba desde mi colchón hasta la cocina y en su trayecto caí sin fuerzas al suelo, golpeando mi rostro con tal fuerza que brotó sangre de la nariz. Cuando menos lo pensé ya estaba fuera de mi propio cuerpo, viéndome sangrar lentamente y nuevamente volví a sentir la misma sensación del primer incidente, el calor en mi espalda y la radiación que emitía con tal fuerza que me atenuaba. Nanfthael tomó mi hombro y un susurro vino a mi oído izquierdo que dijo – Ahora lo sabes, simple marioneta de la vida –. El pánico se apoderó de mí y giré a su encuentro, viéndolo en la misma forma de siempre, a veces resplandor pero otras como una figura alta y delgada, tan similar e idéntica a la del libro que me aterró aún más. El sonido de cadenas regresando lentamente me impulsaba a alejarme de ellos muy lejos, quise regresar a mi cuerpo pero la inconciencia misma del golpe me evitaba refugiarme en la cárcel de carne y hueso. Recuerdo que Nanfthael se acercó a mí y aunque es difícil de entender, sabía que reía por mi estado de terror, tal como lo dijo el libro del advenimiento. Lo poco que puedo recordar de ese evento perturbador y que sucedió hace pocos meses, es que el grillete tomó mi tobillo izquierdo y me jaló con fuerza nuevamente, en medio de gritos desesperados y oraciones que no eran escuchadas por nadie, por absolutamente nada; solo puedo recordar la advertencia de Nanfthael al pedir que no escribiera nada de lo que sucediera con él, cosa que hasta ahora comprendo perfectamente.
Cuando desperté en mi cuerpo tembloroso, con la sangre coagulada en mi nariz y un pequeño rastro de su recorrido en el suelo, me levanté lentamente, sin fuerzas, sin ánimo alguno para seguir adelante en esta batalla que sin duda un mortal como yo perdería. En los días venideros solo aguardaba en mi colchón con displicencia al sueño, recordaba a mi madre imaginando que probablemente ella sufrió lo mismo que yo, que tal vez no contaba con el mismo grado de lucidez mía y esa era la razón de no recordarlo, ahora simplemente era una marioneta que torturaban en la noche, haciéndome sentir los dolores mortales tan vívidos como eran posibles y en el día me mataba lentamente no comiendo o pocas veces bebiendo agua; no solo porque quería prescindir de mi vida sino también la carencia de dinero y fuerzas me llevaban por esos senderos. No puedo ni quiero recordar las torturas en las noches, en ocasiones pasan por mi mente imágenes desgarradoras de la figura bestial arrastrándome a fangos hediondos y mi sensación de desespero por evitarlo, como también imágenes oscuras a manera de silueta que me observaban desde una esquina con diversión, sombras y movimientos irreales que ahora sucedían en la realidad misma y que no me dejaban vivir.
Antes de entregarme a mi destino y en esas noches en que no ocurría nada, pero me permitían recordar, busqué un recuerdo de mi familia; de esos escasos momentos de chispazos de amor en donde nos sentábamos los cuatro a hablar, ese momento fue bello porque lo modifiqué a mi antojo. Me vi a la edad de quince años, compartiendo en familia una conversación acerca de la perseverancia y valores, cosas que trataban de enseñarnos desde pequeños para ser hombres de bien, me hallaba sentado en la madera vieja y mi padre nos decía que es importante no rendirse ante las adversidades de la vida, lo importante que puede ser marcar una diferencia por lo más mínima que sea, sin importar si fue una idea o una simple solución, todo eso se encadena y para alguien, en algún lugar del mundo la vida le cambiaría. Mi madre nos decía que obráramos con bien sin buscar un pago o merecimiento por ello, no existe nada más egoísta que pretender ganarse algo con buenas obras cuando eso debe ser humano, hacer las cosas de tal manera que nunca nos avergoncemos si se habla mal de nosotros, porque sabremos que es mentira y que en nuestro interior, reposa la verdad de lo correcto. Recuerdo que ingresé al cuerpo quinceañero de esas imágenes creadas y me acerqué a mis padres junto con Isaac para abrazarlos, le juro que nunca los había sentido tan cerca como en ese momento, su calor reconfortante, la sensación de los brazos fuertes de papá y las pequeñas manos de mamá acariciando mi cabello, la respiración de mi hermano junto a la mía y sus ojos inocentes clavados en los míos. Todo en una perfecta calma que no deseaba que terminase.
YOU ARE READING
El Advenimiento de Nanfthael
HorrorAlgunas páginas escritas a mano se encontraron en un pequeño apartamento de la ciudad de Liberjum , luego de que la policía hallara el cuerpo sin vida de Aarón Salavert y en condiciones deplorables; los textos encontrados en la mesa improvisada fuer...