Casualidad

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En la parte de atrás del instituto, donde están la cancha de baloncesto y el campo de fútbol, nos delimita una valla de un color verde horrible. Una valla formada con rejas de metal, que provocan un estruendo cada vez que alguien le da con la pelota. El recreo ha terminado hace quince minutos y estoy apoyada en el tronco de un árbol.

-¡Perdón! No he podido llegar antes. - me dice Calum medio corriendo. Apoya su mano en la verja y suelta el aliento. Yo, al otro lado, sonrío. Me acerco a donde está y le doy un beso en los labios y se me clavan las rejas de hierro en las mejillas.

-No pasa nada, tengo hora libre. De todas formas no puedo estar mucho tiempo aquí fuera.-Miro a los lados, nerviosa.- es como la cárcel.
-¿Qué te ha dicho el profesor?- uno mi mano en vertical, paralela a la suya, separados por la valla.
-La prueba en en dieciocho días.
-Qué bien.- lo dice con la voz, pero sus ojos no paran de mirar las flores secas que el viento ha arrastrado hacia el suelo.

Sé lo que está pensando pero no quiero hablar de ello. Duele.

-Y si suspendo...
-No vas a suspender. -Ahora sí me mira a los ojos.- Sabes que no vas a suspender.

Suspira. Parece que él sí quiere hablar del tema.

-¿Qué te pasa?-Le pregunto.
-Nada. Es que odio esto. Las despedidas, las idas y venidas, los aviones, el jet lag.
-Es tu trabajo.-Le corto intentando parecer profesional y fría.
-Lo sé. ¿Me has visto quejarme en algún momento?

No. Nunca lo he visto quejarse. Ni agobiarse, ni llorar, ni perder los nervios. Pero ahora veo que tiene ganas de quejarse, de llorar, de perder los nervios. Aunque no lo demuestra. Y yo soy la culpable.

-Cal...-le acaricio la mejilla. Sólo con un dedo, la máxima movilidad que me dejan las rejillas.-¿Me quieres?
-Claro que te quiero.
-Pues ya está.
-Hay cosas más importantes, Daniela. Fuiste tú la que me lo dijiste.
-Ya, suelo equivocarme a menudo, Hood.

Me es imposible concentrarme en filosofía. Doy golpes en la mesa con la parte trasera del lápiz. Dos semanas. Dos semanas, y habré dejado esto para siempre. Lo echaré de menos, al fin y al cabo. En Canberra. Intento imaginarme mi vida allí; Ir a la universidad, comer, estudiar, escribir y dormir. Y así, sucesivamente día tras día. Hace poco, mi vida no era más que eso, pero ahora... Ahora es diferente. Ya no me siento un robot de la sociedad, un maniquí atado con cuerda a mi madre, con la tinta como única pasión. Ahora la tinta es mi vida. Mi pasión: el amor, la música, las sonrisas de Calum Hood.

-¡Señorita Graham!

Miro a la profesora, tranquila. Es bajita y de escuálidas piernas. Con unas gafas con estilo años cincuenta, pero no parecen de la tendencia, sino realmente de los años cincuenta.

-¿Puede usted decirme quién era Santo Tomás de Aquino?
-Un hombre que se considera filósofo, aunque no estudiara filosofía en su puñetera vida. Intentó demostrar la existencia de Dios todopoderoso racionalmente. Probablemente moriría virgen.

Le clase se me quedó mirando boquiabierta y la profesora de brazos cruzados.

-¿Qué?-Contrataco- Hoy en día a nadie se le considera filósofo si no ha estudiado filosofía.
-Salga de la clase, Graham.
-Pero lo he dicho bien. La teoría tomista; no hay nada en el conocimiento que no pase antes por los sentidos.
-Váyase.
-Vale.

Me cuelgo la mochila (que ya estaba recogida) a la espalda y me voy. Por el camino voy contando con los dedos. Mi cumpleaños es dos días antes que la prueba. Genial, lo celebraré encerrada estudiando. Suspiro. Hoy va a ser un día muy largo.

Le he contado a mi madre que me han echado de la clase pero no se ha enfadado, más bien se ha reído. Creo que le gusta cuando me comporto como una sabionda insoportable. Supongo que le recordaré a ella. De pronto, parece mucho menos dolida por las circunstancias, quizá solo necesitaba tiempo para digerirlo.

-Daniela.-Me dice. Estoy en el sofá con los pies en la mesa y un libro en las rodillas, haciendo como la que estudia, porque hoy no puedo estudiar. -¿Cómo me dijiste que se llamaba tu novio?
-Calum. -Contesto antes de pensar. Acabo de confesarle a mi madre que Calum es mi novio.
-¿Calum qué?
-Hood. ¿Por qué?
-Conozco a su madre.
-En serio, mamá. ¿Hay alguien a quien no conozcas de esta ciudad?
-Fuimos juntas al instituto. Precisamente hoy me la he encontrado en la calle y he estado hablando con ella, nos ha hecho mucha ilusión reencontrarnos.
-Qué casualidad.
-Y que lo digas. Pero no sabía que era la madre de tu novio. Ni ella, supongo, porque no me ha dicho nada.

Me encojo de hombros y ella prosigue.

-La tendré que llamar, entonces. Porque me ha dicho que seguramente sus hijos no vendrían.
-¿¡Qué!?
-Sí, la he invitado a cenar a ella y a su marido. La llamaré y le diré que se traiga también a sus hijos.
-Ah, no. No, no. Espera un momento.
-¿Porqué? No creo que a Calum le importe mucho venir si estás tú aquí.

Me madre sale por la puerta con el teléfono en la mano. Yo tengo la mandíbula casi desencajada. No puedo procesar esa información. Creo que esto no debería surgir así.

Dandelion - Calum HoodDonde viven las historias. Descúbrelo ahora