II

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Por supuesto que dejó la maleta a mitad del camino. Pensó mientras saltaba a pata coja, sujetándose el pie y tratando de no gritar porque el cachivache probablemente le había arrancado la uña del pulgar. De todas formas, su intento de mutismo fue en vano porque, entre tanto brincoteo, terminó golpeando otra vez la maleta, que cayó llevándose como víctima al inocente perchero y haciendo un estruendo capaz de despertar a los muertos. 

A la mayoría de los muertos, al menos, porque su compañero de cama seguía despatarrado en la cama, durmiendo como si no tuviera otra misión o preocupación en la vida. Bufó exasperada por haberse tomado la molestia de intentar ser silenciosa; por supuesto que él no iba a despertarse por algo tan simple como un poco de ruido. Él había nacido con la bendición de poder dormir como un tronco sin importar la situación. 

Con una última mirada de furia hacia el desconsiderado occiso en su cama, levantó la ropa que dejó caer con el primer golpe y fue al baño a prepararse para el día y ponerse una bien merecida vendita en el pie. Minutos después regresó corriendo a la habitación y casi se golpeó la cabeza con el marco de la puerta al intentar saltar por encima del desastre. El regreso fue un poco más cuidadoso pero ni siquiera contempló la posibilidad de recoger el perchero que ahora estaba peligrosamente enredado con la mesilla de la entrada. 

El desastre era obra de él por ser un bastardo desconsiderado que no podía recordar poner la maleta en su lugar, la limpieza también tenía que ser obra de él, porque ella jamás consentiría su propio comportamiento vago en nadie más. Por lo tanto se devoró el café y una dona felicitándose por su impecable lógica mientras garabateaba apresuradamente una "amorosa" nota para su amante. Miró el reloj y recogió sus cosas en un frenesí dejando la taza justo en donde estaba. 

En el camino de salida encajó la nota en el derribado perchero, mientras trataba de esquivar abrigos y sombrillas caídas al tiempo en el que recuperaba sus llaves y cartera del tazón plástico por encima de la frágil mesita de madera. En la puerta tuvo que empujar a un lado el magullado neceser que había ido a parar en la bisagra y entonces, finalmente, salió a la libertad ya olvidándose del desastre y de la persona que dejaba detrás en favor de centrarse en los pendientes laborales. 


En la SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora