Viendo que era inútil seguir aparentando que no estaba, salgo de la urna, ignorando por completo que Tristan me estaba extendiendo su mano para salir.
Camino hacia el ascensor, siendo seguida de cerca por él.
Él me llama, pero mi orgullo me impide darle ninguna respuesta.
-Eve, espera... -me dice agarrando mi mano para frenarme.
-¡Para ti ya no soy ni Eve, ni gatita, ni nada, solo Evelyn, imbécil!
-Me he pasado...
-¡No! ¡¿Quién lo habría dicho?! -grito sarcásticamente.
Me monto en el ascensor apretando con violencia el botón de mi piso. Él ni siquiera hace un ademán de querer entrar.
-Lo siento tanto Evelyn... -dice en voz baja antes de que las puertas se cerraran.
Cuando al fin me siento a salvo, me apoyo contra la pared, suspirando para intentar aliviar mi estrés.
Unas lágrimas se resbalan por mis mejillas, pero me prohíbo llorar desconsoladamente.
Entro en mi habitación y me quito el disfraz. Decido echarme una siesta antes de tener que ir a trabajar, que son menos de cuatro horas.
Al poco tiempo me levanto sin haber pegado ojo prácticamente, lo cual es visible por esas pequeñas ojeras que veo al mirarme en el espejo.
Cuando ya estoy vestida, veo que me falta una hora para empezar a trabajar, por lo que decido leer un libro.
Llaman a la puerta suavemente.
-¿Quién es? -pregunto con el corazón desbocado por si es Tristan otra vez.
-Soy Liz, cariño. ¿Puedo pasar? -me dice desde fuera.
-Sí, pasa. Creo que ni siquiera me molesté en cerrar la puerta.
Ella entra en mi habitación y se sienta en mi cama cruzando sus piernas.
-Cielo, vi toda la discursión con Tristan... ¿Estás bien? -me pregunta preocupada.
-Estoy totalmente bien -le digo sonriendo lo más convincente que puedo.
-A mí no me puedes engañar, tengo muchos años y mucha experiencia ocultando cosas, por lo que sé cuando me mienten, cielo.
Dejo de disimular y subo mis piernas encima de la silla, rodeándolas con mis brazos.
-Es cierto, Liz... Es verdad que provoca ciertas sensaciones en mí... pero eso no quita que haya dañado tanto mi orgullo como mis sentimientos. Y luego está Donovan. Ha sido muy bueno conmigo y me ha defendido, pero el incidente del bar hace que no me fíe completamente de él... y que todavía siento algo por Tristan, sea lo que sea.
-Mira bonita, el amor es muy complicado. Una vez en la vida un gran amor aparece y nos sentimos irremediablemente hacia esa persona, como si hubiera una conexión... Piensa en eso, y puedes descansar si quieres...
-¡No! Ya he faltado mucho al trabajo, bajaré en un rato.
Liz se levanta para irse, pero yo agarro su mano para detenerla.
-Muchas gracias Liz -le digo abrazándola con cariño. Ella me corresponde al abrazo de forma maternal.
Al menos, eso creo.
-No ha sido nada, cariño.
Tras separarnos ella sale de mi habitación mientras vuelvo a mi libro, reflexionando a la vez sobre mis sentimientos... y sobre Tristan.
Estaba inexplicablemente triste, y tenía una sensación de pérdida que se acentuaba con la aparición de mi padre anoche.
Mi padre se llamaba Alfonse Blake, y nació en 1925 en un pequeño pueblo de Rumanía.
Sin embargo, unos diez años después una extraña enfermedad apareció, por lo que decidieron abandonar sus tierras y viajar a Estados Unidos, asentándose en un remoto lugar de Ohaio.
Pasaron unos años y mi padre trabajaba llevando a casas de ancianos y gente necesitada comida y suministros de primera necesidad, que incluía la casa de una tal Mihaela Ardelean, que tenía 58 años y no había salido de su hogar en años.
Pero un día mi padre entró en la casa porque no hubo respuesta de la mujer. Se llevó un susto al descubrir a una chica que no aparentaba tener más de veinte años.
La describía como la mujer más hermosa que jamás había visto. Quedó prendado por su belleza, desde su larga melena rubia trenzada hasta su piel pálida y ojos azules.
Sintió una conexión instantánea.
Entonces descubrió la razón de su cautiverio. Mihaela, mi madre, estaba enferma.
No había envejecido un día desde que pisaron Estados Unidos, por lo que se escondió en su casa para que nadie descubriera su secreto.
La enfermedad de mi madre puede ser la misma que tienen la Condesa y Tristan...
Mi padre decidió encubrirla y fue a visitarla durante mucho tiempo. Incluso le daba su propia sangre para que mi madre no tuviera que arriesgarse...
Entonces planearon la manera de irse de allí, y antes de que se dieran cuenta ambos se habían enamorado el uno del otro.
Y una noticia hizo que su huida fuera antes de lo previsto: Mihaela se había quedado embarazada.
Mis padres hicieron una pequeña maleta y escaparon por la noche sin ser vistos, y dos meses después mi madre dio a luz a una niña.
Fue inesperado que el embarazo se desarrollara a semejante velocidad, pero no sabían lo que el virus era capaz de hacer.
Sin embargo cierta gente nos encontró, asesinando a mi madre y encerrándonos a mi padre y a mí.
Vivíamos separados, y solo me dejaban verle físicamente dos veces al mes durante todo el día, y así hasta su muerte el año pasado.
Cuando el murió, empezó mi infierno...
Los guardias entraban en mi celda para torturarme de todas las maneras que se les ocurrió, pero agradecí que su fanatismo religioso les obligó a preservar mi virginidad en todos los sentidos.
La enfermedad que tengo permitió que mis heridas se curaran sin dejar cicatrices y que envejeciera lentamente.
Escapé después de oír a uno de los guardias hablar sobre una votación que se hizo para matarme...
Entonces, decidí intentar seducir al guardia.
Fue algo extraño contando que yo nunca había intentado acercarme a nadie de esa forma, pero algo en mí, quizás mi inocencia, hizo que picara en el anzuelo.
Éste abrió mi celda, y aprovechando su descuido le dí una patada en ''eso'' que tenía entre las piernas.
Corrí por el bosque durante dos días, y cuando pude llegar a una ciudad me puse a trabajar de limpiadora para ahorrar lo suficiente y viajar a Los Ángeles.
Repasando toda la historia de mi padre comprendo mejor lo que pudo haber ocurrido, incluyendo mi posible origen y la muerte de mi madre.
Miro mi cuerpo al vestirme, recordando exactamente dónde estaban mis heridas y algunos eventos de mi tortura.
Cera de velas, cigarros, cristales rotos, puñaladas...
Termino de arreglarme y bajo al bar a trabajar.
Después de unas horas sirviendo copas y sorprendiéndome de la cantidad de gente que bebe antes de las doce, observo como una figura elegante se acerca a la barra.
Era la Condesa, quién con solo su presencia atraía todas las miradas y atenciones a su persona.
Llevaba un vestido de noche rojo con lentejuelas que en ella simplemente era natural a pesar de no ser ni siquiera la una de la tarde.
-Ponme un Martini de mi reserva secreta, querida. Estoy sedienta -dice Elisabeth.
Obedezco su orden y preparo el cóctel tal y como me enseñó Liz que debía hacerlo para la Condesa.
Evidentemente, la sangre humana es uno de los ingredientes principales y eso hace que no me sienta muy cómoda, pero el trabajo es el trabajo.
Además, no quería tener problemas con ella debido a las advertencias de sus conocidos y a su situación sentimental con Tristan.
Termino mi obra y se la sirvo a la Condesa en una hermosa copa.
-Gracias, guapa -me dice sonriendo indescriptíblemente.
La observo con detenimiento intentando adivinar el propósito de esta extraña visita.
La Condesa nunca bajaba al bar del hotel, siempre le llevaban sus copas el servicio de habitaciones, y todo el mundo sabía que hoy iba a estar sola trabajando.
Es decir, me ha venido a ver expresamente.
-Cielo, tu tristeza se huele a kilómetros. ¿A qué se debe tal sufrimiento? -me pregunta interesada.
No sé por qué, pero algo en ella me hace confiar en ella, y a la vez sospecho que está espiándome para averiguar lo que ocurre entre Tristan y yo.
Aunque ni yo misma lo sé.
-Nada en particular, simplemente estas fechas me recuerdan a mi padre... -le respondo, siendo en parte verdad lo que digo.
-¿Le ocurrió algo en Halloween o...?
-No... es solo que ver toda esa sangre en las decoraciones me recuerda ciertas... situaciones.
-Pero si la sangre es algo hermoso. La sangre da la vida... y a la vez la muerte. Define lo que somos gracias a su olor y su energía. Solo debes explorar con certeza, y para eso has de venir conmigo -me dice levantándose de la banqueta.
-Lo siento, pero tengo que trabajar...
-Técnicamente soy tu jefa, así que puedes dar tu jornada por terminada. Y no creo que venga nadie más por aquí por hoy. Todos están cansados después de la Noche del Diablo.
Al no tener más excusas que exponer decido seguirla, aunque una parte de mí estaba segura de que podía ser una trampa.
La Condesa es una mujer que impone con su presencia, y eso hace que yo la tema lo suficiente como para no querer llevarla la contraria.
Subimos por el ascensor mientras yo tengo cierto miedo a que algo ocurra puesto que siempre que voy con alguien me besan o me secuestran.
Llegamos al piso que había marcado la Condesa, y ella toma mi mano para que yo la siga, guiándome a través del pasillo enmoquetado.
Al terminar nuestro camino solo se alza una puerta entre mi destino y nosotras.
Ella abre la puerta, y veo al final de la habitación a Tristan besando a un hombre que nunca he visto, mientras alzaba un cuchillo.
La Condesa le hace una señal para que no lo asesine, lo cual me agrada en parte.
El otro hombre le besa el abdomen mientras veo cómo Tristan me está mirando extrañado por mi presencia y enfadado por la interrupción de la Condesa.
-¿No te parece caliente y excitante? Porque a mí sí... -me susurra la Condesa mientras nuestras miradas seguían observando la inverosímil escena que me molestaba muy a mi pesar.