La Pelea

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Una vez salí de la enfermería, me encontraba mejor. El remedio de la chica fue casi milagroso. Al parecer solo era algo de estrés, pero nada más. Recorrí los pasillos, ya que las clases no tardarían en terminar, y no tenía intención alguna en volver al aula para escuchar los gritos del profesor de biología. ¡Que pulmones tiene ese hombre para su edad! Nadie diría que tiene 64 años. Los gritos y llantos mezclados con las risas de unas chicas llamaron mi atención, así que presté atención de dónde provenían. Bajé corriendo las escaleras para salir por la puerta de atrás. Estaban en la arboleda que rodeaba la academia. 

Salí del edificio, pero no llegué más lejos, el dolor hizo que cayese al suelo de bruces. Conseguí amortiguar mi caída con las manos, pero no impedir que mi cabeza se golpease contra el borde de una roca. Un pequeño hilo de sangre recorrió mi rostro, el cual se volvía cada vez más pálido al reconocer la figura que se alzaba ante mi.

-Miguel: Bueno bueno... y sigues viva? Y yo que creí que morirías desangrada... Que desperdicio.... -su dulce y melodiosa risa estallaba en mis tímpanos como dos campanas- ¿No piensas dejar de incordiar nunca? -me asestó una patada en el mentón y me tiró de espaldas sobre el suelo. 

-_____: Mientras sigas vivo, no dejaré esta vida... Pienso ser como una garrapata en tu cul- -puso su mano en mi boca para hacerme callar mientras ponía un dedo sobre sus propios labios.

-Miguel: Una señorita no debe decir esas cosas -sonrió de un modo siniestro mientras ponía sus manos sobre mi cuello- Pero la escoria como tu no debería respirar.

El arcángel desplegó sus alas, provocando por la cercanía que las cicatrices de mi espalda se abriesen súbitamente. El césped a nuestro alrededor se tiñó de escarlata mientras mis uñas arañaban las delicadas manos del rubio, con la intención de evitar que me estrangulase. Por más que lo intentaba, el aire no pasaba a mis pulmones, los gritos de dolor no salían de mi boca, la sangre escapaba de mi cuerpo a una velocidad vertiginosa. Mi uniforme en su totalidad se volvió rojo por mi sangre. 

Cuando creí que todo estaba perdido, que iba a morir en ese mismo instante, algo sucedió. Una silueta oscura y rápida como el viento apareció de entre las tinieblas, provocando un profundo corte en una de las alas blancas de Miguel. Este gritó de dolor y se puso de pié rápidamente para hacer frente a su adversario. Salí corriendo de allí como pude, adentrándome en el bosque para que me perdiese la pista. Pero fui a acabar en las fauces de otro lobo. 

En el claro, un grupo de chicas, mayores que yo, estaban acosando, golpeando y cortando en piernas y brazos a un pobre niño de 9 años. Verlo tan indefenso, frágil, solo y lleno de sangre, hizo que me recordase a mí cuando me desterraron. No pude quedarme quieta. Si seguían así, acabarían por matarlo, y no podía permitirlo. Como pude, puse un pié delante de otro y aparecí en el claro, interrumpiendo las carcajadas del grupo de acosadoras.

-Chica 1: ¿Quien eres tú? -preguntó una con desprecio.

-Chica 2: Una pordiosera, seguro -las demás rieron el comentario.

-Chica 3: Una nueva víctima.

El grupo de 5 chicas se acercó peligrosamente a mi posición, con los ojos llenos de un siniestro y sádico deseo de disfrute con el dolor y sufrimiento ajeno. Me puse en posición para tratar de luchar, pero el primer golpe en el estómago ya fue suficiente para caer al suelo. Había perdido demasiada sangre, demasiada energía. Apenas podía respirar. Ahora sí sabía a ciencia cierta que iba a morir. Notaba sus pies golpeando mi cabeza, mis piernas, mis brazos. Sentí como una se puso detrás y comenzaba a golpear mi espalda, justo donde estaban mis cicatrices. Grité. Grité de dolor, y lo hice con un tono tan agudo que creí que terminaría por romper los tímpanos de aquellas chicas. Una vez solté todo el aire en ese grito, las chicas dejaron de taparse los oídos. 

La Sangre Prohibida (Ayato y Tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora