II. DECISIÓN

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SEGUNDA PARTE
DECISIÓN

      Veinticuatro horas.

Madara debía tomar una decisión en tan solo un día.

Implorar por una tercera opción, no era más que una pérdida de tiempo. Indra era impasible e inhumano, no bastó con exterminar a toda su familia. Era un psicópata afanoso de poder y sangre derramada. Ahora, muy tarde, el segundo líder lo entendía. Anteriormente, creyó que sus doctrinas eran las más congruentes, pero de nada servía el arrepentimiento o lamentaciones, si debía acabar con la vida de la mujer que amaba, por ser considerara una traidora del imperio.

Traición. Por el mismo hecho de llevar la voluntad de fuego circulando incesante por sus venas, ella había sido penada. Condenada, irreversiblemente, a un trágico final. Un final que él estaba seguro, no merecía.

La katana afilada que el afligido hombre sostenía con incesante aprensión, parecía fulminarle. Dicho instrumento, de hoja tan fina y aguda, era lo suficientemente capaz de traspasar huesos y desmembrar órganos en menos de un segundo. Bastaba un simple roce, para morir desangrado a causa de este. Esa misma arma, podía tomar la vida de cualquier ser viviente, como si de un simple juego de niños se tratara. Con tan solo mirarle, Madara podía retroceder al pasado y repetir en su atosigada mente, aquellas sangrientas imágenes que noche a noche le torturaban sin compasión; el golpe de estado dado por los Uchiha. Aquella noche que, irremediablemente, cambió el rumbo de la historia.

Ann Uchiha. La única de su linaje que se negó a participar en tal barbarie y que, desertando de su propia casta, decidió no apoyar al hombre que amaba. Porque sus convicciones, eran más fuertes que todo el amor que sentía por él. La penumbra jamás tocó su corazón, aún cuando el miedo le acorraló.

Ella poseía un espíritu guerrero y dinámico, la voluntad de fuego prevalecía en su ser. Tal cosa, desde un principio, atrapó a Madara. Quizás era su sonrisa o su enorme fuerza de voluntad, casi inquebrantable. Fuera lo que fuera, él había jurado amarla y protegerla hasta que, la muerte los separara. Incluso más allá del infinito averno, su alma seguiría perteneciéndole a ella, la mujer que había robado su corazón y que, ahora debía asesinar.

Temor no era la palabra correcta para definir lo que, en ese preciso momento, Madara sentía. Estaba aterrado y el pasar de los minutos, que poco a poco se iban transformando en horas, acumulaba el frío en sus manos y el nudo en la boca de su estómago. Generalmente, él era un hombre caracterizado por ser metódico y calculador. No obstante, en esa situación en la que ahora se hallaba, hasta sus pies le fallaban. ¿Qué debía hacer si ambas opciones acabarían con la mujer de la que estaba enamorado? La inminente muerte o el olvido. Porque él lo sabía: si era que decidía borrar los recuerdos de Ann, Indra se aprovecharía de ello y le usaría como títere del imperio. La utilizaría como un juguete a placer. ¿Estaría él dispuesto a ver como Indra manipulaba y utilizaba a su amada? ¿Seria capaz de soportarlo sin hacer algo al respecto? Pero, si ella ya no le recordaba, ¿qué más daba si de mantenerla con vida se trataba? Sus sentimientos por Ann no cambiarían para nada. Aun así, conociendo mejor que nadie lo mucho que ella deseaba regresar a los tiempos de la Konoha libre, no podía permitir que Indra le usara a favor del Imperio de Fuego. Ella jamás se lo perdonaría, si él permitía tal cosa. Estaba atrapado entre la espada y la pared.

Así pues, tragándose la ansiedad que le apresaba, Madara se armó de muchísimo valor y decidió pasarse por el calabozo. Quería mirarle y de ser posible, abrazarle. Necesitaba una dosis de fuerza; esa fuerza solo ella le proporcionaba.

El calabozo subterráneo era ese sitio al que eran enviados las personas consideradas como traidores en tercer grado. No se permitía la entrada de agua, alimento o siquiera, luz natural. Era resguardado los trescientos sesenta y cinco días del año y la única vez que las puertas de este eran abiertas, significaba que el vándalo había fallecido naturalmente o que le asesinarían. Ann estaba allí; tras barrotes de hierro, sin un vestigio de luz natural u oxígeno suficiente para llenar sus pulmones. Sus extremidades ya lastimadas, eran apresadas por gruesas y gélidas cadenas que no hacían más que rasgar su piel.

imperio de fuego 𖦹 madara uchihaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora