II

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La Defensa De Los
Hombres Del Bosque

Se había acomodado todo el grupo dentro de la gruta, que estaba dividida en dos compartimientos, pero un grito extraño e impresionante estremeció a todos y especial mente alas mujeres.
El hombre ducho por excelencia en todos los ruidos y misterios de la espesura, "Carabina larga", confesó su ignorancia respecto a aquel grito angustioso.

- Durante treinta años -.dijo - he escuchado todos los ruidos de la selva con la atención que tiene que prestarles aquel cuya vida depende de la agudeza de su oído. No hay rugido de pantera, silbo de pájaro burlón, ni gritería alguna de los diabólicos hurones que puedan engañarme. He oído como la selva gemía a semejanza de un hombre que sufre; a menudo he escuchado la música del viento en las ramas de los árboles estrangulados  por las lianas; también he oído como el rayo estallaba en el aire crujiente cual las zarzas incendiadas. Pero nunca pensé al oír estos ruidos sino que el creador se complacía en el juego de sus creaciones. Ni los Mohicanos  ni yo, que soy un blanco de pura raza, podemos adivinar de qué procede el grito que todos hemos escuchado.

Esta vez el hombre menos práctico de los bosques, el mayor Duncan Heyward, fue quien pudo aclarar el misterio, después de escrutar toda la espesura tratando de sorprender la causa. Recordaba haber pido en algunas batallas en que había tomado parte el sonido desgarrador que emite el caballo en la agonía, o cuando el dolor o el terror lo han dominado. Con esta explicación que comunicó a sus compañeros, grandes andarines y pocos versados en caballos, se demostraba que las monturas de los viajeros que habían quedado trabadas junto a unos árboles en un sitio mucho más bajo del nivel de la cueva, acababan de ser atacadas por un enemigo, seguramente por lobos.
El joven Uncás, "Ciervo Ágil", fue encargado de ir al barranco donde estaban las cabalgaduras y arrojar un tizón ardiendo entre la manada de los lobos para ahuyentarlos.
Pero antes de llegar a la orilla del torrente un al ardido feroz resonó en la espesura de la selva. Este alarido se multiplicó en seguida en un griterío infernal que parecía salir de todo los puntos del bosque.
Esta vez el cazador y sus amigos los Mohicanos sí sabían a qué atenerse. Eran gritos de guerra enfurecidos de los hurones que habían descubierto a los viajeros.
Al cantor Gamut, que empinó su estatura para averiguar de dónde procedía aquella música tan inarmónica e infernal, y tan dañosa para sus oídos, le derribó instantáneamente una bala de uno de los indios. La herida era leve, como se vería luego, pero el susto y la violencia de la caída le dejaron sin conocimiento.
Las detonaciones, que podían calcularse de una docena de rifles, se sucedieron sin interrupción mezcladas con los alardidos, hasta que un grito de dolor, inconfundible demostración de que "Ojo de Halcón" había hecho un buen blanco, ahuyentó de momento a los atacantes.
Entraron entonces los del grupo que se había defendido en la gruta y transportaron allí el cuerpo del cantor.
Era indudable que los iroqueses no cederían aquella oportunidad de proveerse de cabelleras y volverían al asalto; lo hicieron esta vez utilizando la única vía que pudo ponerles cerca del refugio de Heyward y sus amigos; la vena líquida del torrente, difíciles imagen de seguir a nado, y unas rocas que servían de pared ala corriente torrencial, escurridizas e impracticables.
Cuatro de los salvajes llegaron hasta la altura de la gruta, mientras que un quinto se despegaba entre el remolino de las aguas. Pero los demás habían conseguido su propósito. Ocultos tras de unos troncos secos que arrastraba la corriente dejaban ver apenas unos momentos sus rostros pintarrajeados con las pintura de guerra de la tribu.
El jefe Mohicano y su hijo en uno de los sitios de la plataforma de rocas que defendían, el cazador con el oficial en otro, a guardaron con serenidad, con las bocas se fuego prestas, el momento de la lucha definitiva.
Cuando abandonaron los indios los troncos y se presentaron con grandes saltos en las rocas, donde ta parecía el camino expedito a la gruta, volvió a resonar entre los árboles el alardidos brutal de los iroqueses.
La pelea se trabó en un instante. El escucha dio cuenta, después de echarse ala cara parsimoniosamente el rifle, del primero de los asaltantes. Uncás se lanzó sobre el último de los hurones que había saltado y pronto se hallaba el magua en condiciones de no saltar más en ningún bosque. Los dos Mohicanos, para defender la otra entrada de la roca, tuvieron que quedar algo alejados.
La última fase de la lucha aquella fue el cuerpo a cuerpo entre los indios que quedaban y los dos europeos. El escucha tuvo que habérselas con un hurón de miembros gigantescos, más con su habilidad y su enorme resistencia pudo dominarle y hundirle el cuchillo en el corazón.  Heyward forcejeó con todas sus energías con otro iroqués de musculatura férrea, pugnando uno y otro por precipitar al enemigo en el abismo del torrente. Un momento el indio con su fortaleza salvaje consiguió aferrar la ano en la garganta del inglés. El rostro de éste estaba ya desencajado cuando vio que un largo cuchillo afiladísimo intervenía rápidamente y cortaba la mano del hurón. Era "Ciervo Ágil" que había salvado la vida del oficial.
En la primera tregua de la lucha Heyward estrechó conmovido la mano del piel roja, olvidando toda diferencia de razas. El escucha observó con tono sencillo:

- En el desierto no es raro que los amigos se deban la vida recíprocamente. Creo haberle prestado alguna vez este servicio a Uncás y recuerdo muy bien que él me ha salvado de la muerte cinco veces.

Los hurones como era de esperar, volvieron al asalto. Primero atronaron con su gritería infernal, y un diluvio de balas fue a estrellarse sobre las rocas donde estaba perfectamente parapetados "Ojo de Halcón" y los suyos.
Después emplearon diversas estratagemas viendo que las descargas de los rifles eran inútiles. Un indio se encaramó a un gran roble que dominaba la gruta, pero al fin fue descolgado de su escondite por una bala del cazador.
Otro, nadando en el río sin ser advertido, consiguió empujar la canoa que los Mohicanos tenían dispuesta, el único medio de alejarse de aquel lugar.
Por fin, cuando todas las cartucheras estaban vacías, cuando la presencia de aquellos hombres no podía significar protección, sino la muerte segura, penetraron en la cueva, y Cora rogó que se dejase solas a ella y su hermana, ocultas los disimuladamente posible en el fondo de la gruta, y se tratase de llegar al fuerte de su padre para conseguir refuerzos de hombres que acudiesen con presteza.
Hubo protestas sincerísimas y obstinadas, por que nadie quería a las mujeres, pero últimamente prevaleció el buen sentido Innegable de la proposición, única probabilidad de salvar la vida. Silenciosamente los dos Mohicanos y el cazador se zambulleron en el agua para alejarse a favor del río, Duncan, que no consistió en acompañarlos, quedó con las muchachas y el inofensivo David en lo más hondo de la cueva.
Todos los ruidos procedentes de los salvajes se habían acallado y el oficial procedió a examinar las condiciones de defensa desesperada que pudiera tener aquel islote rocoso.
David, dentro de la gruta, creó llegado el momento de entonar una salmo día de gracias a Dios acompañado por las muchachas, y todo parecía indicar que los indios habían desistido de su empeño o supuesto la fuga de los que buscaban.
Súbitamente el grito de guerra iroqués resonó. Heyward no pudo menos que exclamar:

- ¡Estamos perdidos! Ese grito viene del centro de la isla y ha sido lanzado ante el espectáculo de los maguas muertos. Todavía no nos han descubierto. Queda alguna esperanza de que no nos encuentren.


















🐼❤ ¡¡¡Saludos!!! 🌻❤

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⏰ Última actualización: Jun 08, 2018 ⏰

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