Capítulo 41

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Luego de un tiempo infructuoso los esfuerzos del gobierno colombiano parecían estar detenidos en el espacio sin forma, tanto como los esfuerzos de la organización: "No están solos"; creada por los familiares de los uniformados prisioneros de la guerrilla para contrarrestar los intereses de la insurgencia y el terrorismo, intercediendo por la vida, al expresar abiertamente sus súplicas y exigencias por todos los medios en una sola voz de solidaridad, con palabras terrenales y rezos en todas las presentaciones que, durante días, meses y años de tejido voluntarioso, parecían las cuentas ensartadas en el hilo del drama de un rosario interminable.

Las exigencias de la organización estaban orientadas a la libertad absoluta de los rehenes. En el primer renglón de la inmarcesible lista, estaba escrita la solicitud directa y sin escollos de la obtención de pruebas reales de los prisioneros en su poder que, lastimosamente, empezaban a sucumbir sin dueños, desprestigiados ante la crueldad y sin respuesta a su dolor. Pero fueron escuchados. Las pruebas de supervivencia enviadas por el ERAL de algunos privilegiados como la congresista Lucía Cadenas, y demás rehenes que compartían la misma mazmorra que servía de prisión en el campamento, llegaron en una extraña aparición a los medios de comunicación que, supuso, fue motivada luego que el policía Marlon Cevallos revelara el suceso a los periodistas. Era parte de la carga ansiada por la opinión pública, donde cada carta que representaba la primera prueba de supervivencia de sus firmantes, cicatrizaba el dolor, la esperanza y el alivio en una manifestación abstracta de la violencia. Pruebas de vida que revelaban desesperación y trasladaban imaginariamente a los familiares, a sus corazones dolidos para sentir un poco de ellos. Quienes no las recibieron, tan solo idearon lo peor.

En tanto que unos manifestaron estar bien de salud y aferrados a la vida ocultando una verdad amarga, otros menos soñadores expresaron tal cual, sin corazón, la denigrante condición en que se encontraban en las selvas colombianas, con jornadas de sacrificio como complemento a las tragedias de las prisiones, desafiando peligros en medio de padecimientos de salud y cruzando por laberintos enterrados en las profundidades de la jungla; finalizando la carta con una voz de aliento a su familia, y la esperanza de un feliz regreso extraviado en el tiempo.

La senadora Lucía, en una primera aparición, impresionó con las palabras desencarnadas y escritas con parte de su aliento en un manuscrito que olía a selva; parecían las sagradas condolencias talladas en un sufragio de angustia que, a merced del enemigo, languidecían con su vida:

«Perdona mamá, por todo lo que acá te expreso; créeme que lo pensé infinidad de veces antes de escribirlo, pero decidí contarte la verdad a acrecentar tu dolor con la mentira. Perdona si te sientes sola, cuando este eterno espacio no debiera existir en tu destino. Lloro a cada instante cuando te pienso sin evitar pensar que alguna culpa ronda por mis acciones. A veces quisiera imaginar rotundamente que es sólo una pesadilla, pero el tiempo y tu ausencia, certifican que me equivoco. Si antes dudaba de lo que pudiera ser capaz, hoy, desconozco el mundo en que habito y que me cierra las puertas; incluso, me desconozco a mí misma. El legado de rehén que la violencia me ha obsequiado y privado de tu amor, es una ardua lucha cada día y cada día es una batalla sin fin, así el día mismo tenga edad. No sé en qué me he convertido, ni en que te han convertido los amigos del crimen. Siento un dolor infinito contarte lo que estoy viviendo, si es que esto puede llamarse vida, pero deseo continuar luchando con la esperanza de regresar a casa y tenerte nuevamente conmigo; por eso, es que te pido toda la fortaleza que hay en tu corazón y tus canas para soportarlo, sabes que puedo sobrevivir a todo por verte de nuevo. He sido internada en las profundidades de la selva en medio de todas las privaciones, las calamidades, las fieras y las endemias más atroces. En esta guerra de nadie soy una víctima que anda con su equipaje para todas partes sin olvidar la ignominia de una cadena, un rincón olvidado, una hamaca y una jaula. La dotación que se nos da para sobrevivir también cuenta con una ración de hambre, una ausencia de medicinas y una escasez de esperanza. No es difícil imaginar que, acá, el mundo social no existe; al interior de la guerrilla, no hay amigos y al interior de los rehenes, son escasos; pese a esta dura realidad y a lo que he vivido, que sólo el Dios que nos ha olvidado lo conoce, he tenido la suerte de congraciarme con algunos en los dos bandos, demasiado poco diría, pero de algo ha servido para continuar de pie soportando la tragedia. De todas las adversidades y miedos provocados, hay uno que me atormenta más que el resto durante estos casi cuatro años de cautiverio, y que igual, su dolor es incomparable, por el que deseé morir y vi la vida pasar ante mis ojos angustiados como una oveja y una bestia sin saber interpretar su significado. Solamente el amor verdadero que papá y tú nos promulgaron a mí y a Karen, y que continuaste promoviendo y fortaleciendo durante toda una vida con la triste ausencia de papá, sirvió para aprender a valorar y conocerme un poco más. Lo que quiero decirte es, que me ha tocado compartir este dramático infierno con un hijo del que supe poco, porque el extraño drama de sentirlo mío pese a las dificultades que significó su nacimiento, es nada comparado con la pérdida. Lo llamé Santiago, y me fue hurtado por quienes me lo impusieron sin saber de él. El drama ahora es distinto y te confieso, mamá, que la sensación de perderlo, me ha hecho sentir tan miserable como cuando indignamente fue concebido. Sé que me comprendes por tu condición de madre y víctima, pero no imaginas los esfuerzos para pretender vivir cuando el deseo de morir es inevitable. Hoy, las fuerzas se me agotan como cada día, pero milagrosos recuerdos que casi mutan a espejismos y que tercamente conservo, las reviven de nuevo; de los dos, tú eres el milagro por el que vale la pena ignorar el sufrimiento, y el espíritu para no perder las ganas, es tu amor y tu presencia necesaria en cada pensamiento, con la ilusión de continuar mi propia lucha en el deseo incontenible de sobrevivir, porque acá, la vida tiene un significado distinto, simplemente, no es vida. Ruego que me esperes, porque sé que algún día regresaré a tu lado, solamente espero que ese día convertido en milagro, llegue pronto. No olvides regar los anturios que guardan el aliento de papá y te mantendrán viva. Acá, guardo un anturio raro y hermoso que encontré hace ya tiempo solitario entre los matorrales, y lo acicalo con lágrimas para mantener firme la fe de regresar a casa. Cada que lo observo, apago mis ojos y regreso a la tonada del tiempo cuando papá frecuentaba cuidar los anturios, para que algún día, como él solía decir, cuenten nuestras vidas y las eternicen. Espero que Política te haga compañía y no sea solo una carga más. Te amo desde el pasado, ayer, hoy, mañana y siempre».

El árbol de alacranesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora