Holl era alguna especie de chiste andante, su capa parecía la manta de un pordiosero con las botas de un caballero por debajo. Había encontrado una tela que cubría algunas cajas con papeles de los almas de plata y herramientas propias del barco; daba la impresión que lo hubieran estado preparando para viajar, por desgracia aquellos almas de plata no alcanzaron a subir la comida. Les hubiera venido bien en su actual situación.
Shanta lo miró un momento y suspiró—menos mal que es de noche—dijo.
Soltaron el ancla en la costa y bajaron a la arena de un salto, la playa era angosta y la arboleda frondosa. A pesar del corto tiempo de viaje, el paisaje había cambiado notablemente; era otro tipo de bosque, mucho más húmedo. Caminaron unos minutos, la luna iluminaba tenuemente las olas que lamian la orilla, al irse acercando distinguieron la luz de las velas y antorchas que iluminaban el pueblo.
Cerca del muelle funcionaban los negocios nocturnos, abiertos siempre para los viajeros de paso. Tal como habían sospechado, soldados con el escudo real se paseaban por el pueblo, era una apuesta arriesgada, pero era eso o morir de hambre en el mar.
—Quédate en la sombra y no llames la atención—le recomendó a Holl. Él la sujetó del brazo antes de que se alejara.
—Está lleno de guardias. Volvamos al barco, ya veremos qué hacer.
—Se cómo pasar desapercibida, lo he hecho antes—dijo ella. A Holl no le quedó más que asentir, si entraba levantaría muchas sospechas.
Shanta entró en una taberna pasando justo entre los hombres del rey, la miraron sin duda, pero no con sospecha; tenía el cabello corto, le llegaba casi a los hombros, caminaba con mirada baja, oscureciendo su rostro el castaño cabello, funcionaba como una capucha. Había aprendido a mantener un perfil bajo en los últimos tiempos y casi nadie sospechaba de una mujer. A esa hora solo quedaban ebrios con miradas lascivas.
—¿Que busca señorita? —preguntó el tabernero.
—Comida y agua—dijo—un barril mediano y una caja de pan galleta.
—Son tres nobletes—afirmó mientras limpiaba el mostrador.
— ¿En serio? —preguntó alzando las cejas. Estaba triplicando el precio.
—Es lo que hay, aceptas o quieres problemas muñequita.
Aceptó de mala gana y colocó los tres nobletes en el mostrador, él los recogió y los revisó. Seguramente ya le habrían pasado nobletes falsos. Accionó una palanca y un barril rodó del almacén, tenía un sistema moderno.
— ¿Dónde los quieres cariño?
—Déjalos en el muelle, yo me encargo desde ahí.
—Como quieras.
Dio vuelta para salir de la taberna detrás del cargador.
— ¿A dónde lindura? — Uno de los ebrios le gritó, ella lo ignoró y siguió—¡te estoy hablando mujer! —insistió, la tomó del brazo pero ella lo golpeó en la cara sin siquiera mirar. El hombre la soltó y se levantó furioso, era un pescador enorme y robusto—ahora verás mujerzuela.
Debió haber mirado un poco antes de responder, pero quizás no habría cambiado nada de cualquier manera. Dio unos pasos hacia atrás para defenderse, pero chocó con otro hombre a su espalda, abrió los ojos; eso ya se estaba poniendo difícil, no quiso voltear a verlo, la tenían encasillada, el pescador alzó el puño y al momento de golpear ella se agachó. El sonido metálico del golpe le llamó la atención, era Holl.
Holl, a quien el golpe no le había hecho ni cosquillas, devolvió el golpe al pescador que aún sacudía la mano por el dolor, este cayó sobre una mesa jalándole la capa y descubriendo su armadura. Los borrachos de la mesa se levantaron enfurecidos para entrar en la pelea, mas no fueron los únicos, los hombres del rey también se metieron para detener al alma de plata, más los ebrios también arremetieron contra ellos sin distinciones. Así, aquella rencilla se convirtió en una clásica pelea de taberna mientras Shanta se escurría por debajo para salir.
En la puerta los soldados la acorralaron—¡tú vienes con el alma de plata! —la acusaron, ella sacó sus espadas para defenderse, mas eran varios y la hicieron retroceder hasta caer sobre la barra donde un ebrio rompía una botella en la cabeza a otro.
—¡Shanta! —exclamó Holl al darse cuenta de su situación, mientras se sacaba a otro soldado de encima.
Ella de cabeza sobre la barra miró la palanca del tabernero y la accionó sin pensarlo dos veces. Los estantes se forzaron y rompieron, cayendo todos los barriles en avalancha mientras el tabernero se arrancaba los cabellos.
Holl que ya estaba llegando con ella, vio los barriles que atropellaban a los soldados y dio media vuelta; salió pisando sobre los hombres en el suelo mientras Shanta saltaba sobre las mesas.
— ¡Toma un barril! —dijo Shanta. Holl tomó uno de los barriles que rodaban por el suelo con su brazo bueno y ella tomó la caja que había dejado el cargador. Ambos salieron mientras los soldados seguían resbalando y chocando con los ebrios del bar.
Al salir de la taberna otros soldados vinieron corriendo en su dirección, mas pasaron de largo sin fijarse en ellos para poner en orden la taberna. Holl y Shanta se miraron extrañados y salieron del pueblo con más calma que antes.
Holl se sentó agotado en la cubierta del barco mientras Shanta sacaba un pan de la caja recientemente obtenida.
—Peleas bien para sólo tener un brazo—dijo pasándole el pan. Holl sonrió de medio lado.
—Creí que sabias como pasar desapercibida—se burló.
—Eso siempre pasa. Si no hubieras entrado con tu brillante armadura los soldados no se habrían metido—dijo dando un par de golpes en su pecho—te dije que te quedaras en el muelle.
—Lo sé, no podía hacerlo. En una expedición, no importa lo segura que sea, ningún alma de plata se queda solo—dijo con gesto triste. Ella le dio otro mordisco a su pan sin responder—Shanta, sé que has sido un alma de plata por casi nada y que quizás tus experiencias en la fortaleza no fueron las mejores, pero no estás sola... no estamos solos—dijo buscando una respuesta en ella, mas Shanta sólo desvió la mirada. Holl bajó la cabeza rendido, era inútil tratar con ella.
—Sobre tu armadura—dijo Shanta después de un momento de silencio—sé lo que debe significar para ti, pero en verdad creo que debes quitártela—su voz pareció suavizarse—no es bueno apegarse tanto a las cosas.
— ¿Mi armadura? —preguntó confundido—ah, no, no es por eso, es decir, estoy consciente de que es quizás lo único que me queda de... tú sabes—explicó—pero no es por eso que no me la quito.
— ¿Entonces? —pregunto ella con seriedad.
—Bueno, la verdad es que... no puedo quitármela solo—admitió avergonzado.
— ¿En serio?—preguntó Shanta con mirada acusatoria— ¡todo esto porque no querías que te desnude una mujer! —gritó enfadada.
—No me golpees, no en la cara—rió mientras se cubría la cabeza.
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Rosa de Sangre
FantasyLa antigua orden de los almas de plata ha protegido al mundo por más de 500 años de los terrores que asolan la tierra, en un tiempo en que el mal se fortalece los reinos deben estar más unidos que nunca para poder sobrevivir su cruel destino. Es en...