CAPÍTULO 38

309 20 27
                                    

Autora: tenéis para leer un buen rato... ¡Espero que os guste! ¡Y gracias por el apoyo al fic!

Lanie negó con la cabeza mirando al cielo y mordiéndose el labio inferior presa de la extraña situación que estaba viviendo, Espo se acercó y le pasó una mano cariñosa por la espalda tratando de reconfortarla en la medida de lo posible. 

- Se va a morir cuando vea esto... - le dijo Lanie mientras se tocaba la frente nerviosa y después se pasaba la mano por la cara.

- No sé muy bien cómo va a reaccionar... - le respondió el detective tragando saliva - esto es algo que... ¡Madre mía! - se llevó las dos manos a la cara tapándose los ojos y luego comenzó a caminar por la sala de manera nerviosa. 

Ryan, por su parte, seguía impertérrito observando el cuerpo que ahora yacía dormido sobre la camilla de la sala de autopsias. A la gran herida que tenía en el abdomen, y que Lanie había cosido con gran habilidad debido a sus nociones en medicina, había que añadirle cientos de golpes por el cuerpo que le dejaban unos cardenales que indicaban claramente el dolor que había sufrido esa mujer. Una tortura en toda regla, ponía los pelos de punta solamente mirarla. Ryan se consolaba pensando que al menos no había sufrido ningún tipo de daño cerebral, su memoria estaba en perfecto estado, sabía quién era, y ella misma había logrado llegar por su propio pie a la comisaría a pedir auxilio. 

- ¿Por qué demonios tarda tanto Castle? - Ryan se rascaba el cuello nervioso.

- Habrá atasco, yo que sé, Ryan... - le contestó su compañero sin dejar de caminar ni un solo segundo.

- ¿Queréis calmaros los dos? ¡Me estáis poniendo aún mucho más de los nervios de lo que ya estoy! - les reprendió Lanie levantándose del taburete donde se encontraba sentada. 

De repente, la mujer comenzó a recobrar el sentido y lentamente trató de abrir los ojos en busca de la luz, de la realidad. Lanie se acercó a ella con cuidado y le tocó la frente para ver si tenía fiebre. La mujer le cogió la mano con ternura y trató de sonreírle como muestra de agradecimiento, pero estaba demasiado débil y la mueca de sus labios no fue tan grande como ella habría querido que fuese.

- Hola... - susurró Lanie con suavidad mientras le devolvía el apretón de la mano con delicadeza - ¿cómo te encuentras?

- ¿Dónde está? - preguntó la mujer buscando por cada rincón de la sala de autopsias sin encontrarse con lo que ella quería.

- Aún no ha llegado... - suspiró mirando a sus compañeros y luego a la mujer - pero deberías ir a un hospital, prefiero que ellos te revisen, yo no tengo tantos instrumentos aquí...

- Lanie, no podemos hacer eso... - le contestó Espo negando con la cabeza - porque... - pero se vio interrumpido antes de finalizar la frase.

- Me matará... - susurró apenas sin voz la mujer mientras hacía un gesto de dolor al tratar de incorporarse.

Lanie le impidió que se moviese volviendo a tumbarla en la camilla. No debería moverse lo más mínimo o los puntos se le abrirían. Le acarició la frente con ternura mientras la mujer cerraba los ojos tratando de recuperar la respiración que había perdido por el fuerte dolor. 

A continuación, clavó sus preciosos ojos, desgastados por los golpes, en los de una apenada Lanie. Ésta pudo ver el cansancio y las lágrimas salir de ellos sin poder ser controladas. La forense sintió un nudo en el estómago, esos ojos eran exactamente los mismos. 

- Necesito que llegue ya... - le suplicó la mujer a Lanie. 

Lanie levantó la mirada hacia sus compañeros, y éstos se la devolvieron en silencio. 

También te gustarán

          

- ¿Qué pasa? - preguntó la mujer sin entender tantas miradas cómplices - ¿me voy a morir, chicos? - la voz sonaba demasiado temblorosa presa del miedo. 

***

Castle tocaba el claxon de su coche de alta gama para que el maldito coche que estaba parado delante suyo acelerara, hacía cinco minutos que el semáforo se había puesto en verde, pero el conductor estaba enfrascado en su teléfono móvil y no se había dado cuenta del detalle hasta que no escuchó cinco cláxones sonar incesantes a sus espaldas. Para cuando lo hizo, pudo pasar él, pero a Castle se le volvió a cerrar el semáforo en las mismas narices. Maldijo en alto mientras golpeaba con rabia el volante, ante la atenta mirada incrédula de una señora mayor que estaba cruzando por el paso de peatones en esos momentos. Debía estar gritando tan alto que el sonido se estaba propagando por su ventanilla entreabierta alcanzando a todos los viandantes de la calle contigua. 

- Perdone... - Castle levantó la mano en gesto de disculpa hacia la asustada anciana, cualquiera diría que iba a acelerar y llevárselos a todos por delante; el semblante del escritor en esos momentos daba miedo.

El tráfico en Manhattan era horrible, pero cuando tienes prisa, se vuelve peor aún.

***

Beckett estaba preparando la comida con la mayor de sus ilusiones, tenía ganas de que Castle volviese de esa reunión para sorprenderle con un suculoso manjar. No solía cocinar, pero cuando lo hacía siempre recibía halagos, lo había aprendido de la mejor, como ella decía, de su madre. Dio gracias por haber heredado ese don de su progenitora. 

Abrió el horno para comprobar como iba el pollo con patatas, tenía una pinta deliciosa y olía mejor aún. Volvió a cerrarlo con una sonrisa, no podía dejar de sonreír aunque quisiese, desde que esa mañana había comenzado a salir con el escritor se sentía la mujer con más suerte del mundo, enamorada, llena de vida. 

Se puso manos a la obra con el postre, se había decantado por una tarta de fresas y arándanos, era la primera vez que la hacía y estaba algo nerviosa, pero tal era su felicidad en esos momentos que se creía capaz de todo. 

***

Castle entró acelerado a la comisaría chocándose con varios policías por el camino, haciendo que uno de ellos le derramara sin querer el café por la camisa. Ardía y le quemaba la piel, pero no le importó, siguió corriendo sin mirar atrás.

- ¿Dónde está Espo, Margareth? - preguntó a una joven policía en prácticas que tenía buena relación con él. 

- ¡Ah, Rick! ¡Me dijo que fueras a la sala de autopsias! - le respondió ella desde lejos. 

A Castle se le aceleró mucho más el corazón al escuchar dónde tenía que ir. Le dio las gracias a la chica y siguió corriendo escaleras abajo. No podía con el pánico que se le iba acrecentando cada vez más, Espo estaba muy serio cuando le llamó y además no quiso contarle nada por teléfono, algo ocurría, y se estaba temiendo lo peor a cada segundo que pasaba. Encima estaba en la sala de autopsias, y ahí solo había muertos. 

Los pulmones le quemaban y el sudor se hizo con su frente, empapando también la camisa. Mientras corría por el pasillo se maldecía haber abandonado el gimnasio, ya no estaba para esos trotes, pero el pánico le guiaba más allá incluso de sus posibilidades. 

Entró acelerado y sin aire. 

- ¡Ya estoy aquí! - susurró sin aire mientras se agachaba para respirar colocando sus manos sobre las rodillas. 

Cuando levantó la vista se encontró con Espo, Ryan y Lanie tapándole la visión de la persona que estaba tumbada sobre la camilla. 

- ¿Qué ocurre? - tragó saliva temeroso - ¿quién ha muerto? 

- Nadie... - susurró Lanie mirándole a los ojos. 

- ¿Entonces? ¿Qué pasa? - preguntó más nervioso aún buscando tener visibilidad tras ellos - espera... qué... - sus compañeros se apartaron y a Castle le cambió la cara por completo. 

Castle se acercó con cuidado a la mujer con el gesto extrañado y frunciendo el ceño. Su rostro parecía serle conocido, pero a la vez lo desconocía por completo. Era una mujer bonita, pero los cardenales impedían reconocerla bien. Cuando llegó a su altura, la mujer abrió los ojos y se encontró con los del escritor. 

Castle sintió que el corazón se le para allí mismo. Esos ojos eran idénticos a los de ella. O incluso más bonitos aún. 

- ¿Quién eres tú? - susurró la mujer tratando de sonreír.

La sonrisa también era idéntica. Castle se giró con velocidad hacia sus compañeros tratando de entender algo de aquella situación, pero la mirada de éstos denotaban lo mismo que la de él.

- No puede ser... - susurró Castle sin apenas voz. 

La mujer trató de incorporarse sobre sus antebrazos. La herida le tiró un poco, pero aguantó con entereza.

- Yo te he visto antes... - susurró ella - en los periódicos... - sonrió con dulzura - tú eres el compañero de mi niña, mi Katie... Cas... Cestle... Cas... 

- Castle... - respondió este nervioso sonriendo - sí, soy Richard Castle, señora... 

- Yo soy Johanna, Johanna Beckett - extendió su mano temblorosa hacia él.

En el momento que su mano entró en contacto con la de su suegra, Castle entendió por qué le habían llamado a él con tanta urgencia. A ver quién le decía a la pequeña Katie que su madre estaba viva, y que hace años que solo le reza a una tumba vacía. 

Enlazados (Caskett)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora