El Gran Señor Antiguo

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La rata tenía una vista privilegiada. Allí estaba, inalterable. Siempre inalcanzable por la vista pero molestando con ruidos fugaces. Viviendo entre las sombras, siempre lograba ver más que cualquier depredador y más profundo que cualquier humano. Fue testigo, en esa zanja, de grandes anécdotas. Gente fue y vino, tristezas bailaron por ahí como también las más cálidas paradojas. Fue depositada en ese lugar vaya uno a saber por qué dios terco y gracioso.

Esa pequeña rata se mantenía estática por el miedo cuando alguna amenaza se aproximaba y huía hacia un árbol cuando la corriente así lo demandaba. De pura testaruda nunca fue alcanzada por escobas ni cuchillas. Se quedó sola bastante tiempo, ya que de esa forma podía mirar mejor el mundo, sin interrupciones y además no debía compartir esos escasos alimentos. Roía todo lo que encontraba y no tardó en encontrarse más enemigos que compañeros. Rata iba a morir.

Una noche de invierno, sin embargo, logró ver algo que le llamó la atención. Durante años había visto centenares de escenas raras pero nunca una semejante. Ese par no estaba como siempre. Logró ver un beso de desahogo y cariño infinito y su corazón se sintió extraño. No había logrado ver algo así en mucho tiempo y, feliz, se dispuso a contarle el chisme a nadie. Recordó que era una rata.

En el recoveco de la zanja durmió una tardía noche de muchas estrellas. A ese muchacho nunca lo había visto tantas veces en tan poco tiempo. Algo le había ocurrido, se le notaba en la sombra que lo perseguía. Algún ángel había tenido la poca fortuna de cuidarlo y había renunciado a mitad de camino, frustrado. Siguió durmiendo sin tener a nadie a quien contarle pero con una sonrisa contagiada por esa muchacha que tanto vio renegar por impericias de esos dioses que ella odiaba.

Unas flores crecieron bajo el árbol al costado de la zanja. Demasiada belleza para ese gran arbusto podrido y bastardeado. Es que la ratita solía refugiarse en tiempos de lluvia con su callado amigo y a veces por puro gusto. Allí tenía otro tipo de vista. Sufría junto al Gran Señor Antiguo cuando insolentes osaban arrancarle hojas. Hubiera deseado en ir a morderle las manos.

La rata ya había visto a mucha gente ahí, sentada, corriendo, besando, bebiendo y mintiendo. Ya un poco de trabajo le tomaba recordar en buen orden todo. Los años no le habían sentado tan bien en soledad. Una cierta locura se apoderaba de ella. Volvió a verla a ella una noche, inesperadamente, de la mano con otra persona. La rata no comprendió, o no quiso pensarlo. No tenía a quien contarle, después de todo.

Luegos de unos días, cuando se dispuso a descansar en su recoveco, una intensa lluvia se desató y se vio obligada a huir. Esta vez, desde el árbol, lo vio a él con otra. Podía notarlo por su vestimenta. Comprendió, ahí sí. Tal vez le resultó más sencillo pensar que nada raro ocurría. Estaba ya cansada, cada vez aguantaba menos la pobrecita y se quedó dormida en una de las gruesas ramas del gran señor.

Comió lo poco que encontró y se dispuso a chismosear otro día más. La cola ya no le respondía tan bien y se cayó del árbol de pura torpe. La vieron y un grito perturbó sus orejas y huyó a toda prisa hacia la zanja. Allí aguardó hasta el anochecer. Nunca había molestado a nadie, no entendía por qué todos la querían ver muerta. Cientos de veces se ocupaba de limpiar, mientras nadie veía. Lo que para otros era basura para ella era abrigo, comida o hasta una cama donde refugiarse.

Otra vez esos dos, perfectos, inmutables, felices. A ellos siempre les limpió la zanja mientras pudo. Pero la vista ya no le jugaba tan bien. Como último favor antes de recluirse una vez más a su dominio, pidió al mismo dios que allí la depositó que no deje separarse a esa particular pareja. Era lo que más la había reconfortado en toda su corta vida y quería irse sabiendo que al menos ese chisme tan hermoso iba a continuar.

El dios no respondió, rata seguía siendo y no había ningún consuelo para ella. Con sus ojitos opacos, oculta como siempre, detrás de las sombras, volvió a ver a esa chica. Volvió sola. No estaba con él. Una tristeza cubría su rostro y la ratita supo que dios le había fallado.

Un dolor se apoderó de su débil corazón y cerró los ojitos. Pidió a la chica que no pierda la oportunidad de ser feliz como ella nunca pudo ser. Lástima que la ratita no hablaba muy bien el idioma humano. Pero, en su interior, tuvo una profunda esperanza que la hizo dormir y partir con una sonrisa que sólo la lluvia cuando la arrastró, por primera y última vez, le pudo borrar.

El Gran Señor Antiguo {Ganador Wattys2018}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora