El día entero me la paso recordando su mirada, el movimiento de su mano y ese gesto nervioso que me fascinó. ¡Como me hubiera gustado ser yo el que mordiera suavemente sus labios!
La inseguridad me invade y, mientras una parte de mí se aferra a la esperanza de que ella se haya fijado en este humilde servidor, la otra me dice que deje de soñar, que seguramente saludó a otra persona.
Paso la noche en vela, escuchando una y otra vez la canción que tanto le gusta y que, por consiguiente, se ha convertido en mi nuevo himno. De tanto repetirla ya me sé la letra a la perfección, incluso la programé como mi tono de llamada... cosa que me trajo varias burlas de mis compañeros de trabajo, por cierto.
Me levanto más temprano de lo habitual ya que no tiene caso seguir dando vueltas en la cama. Tomo una larga ducha e intento arreglarme lo mejor que puedo.
¡Necesito llamar su atención! Estoy tan desesperado que me planteo la posibilidad de ponerme la camisa turquesa con volados en las mangas que usé para la última fiesta de disfraces a la que asistí, disfrazado como Jim Carrey en La máscara. Por suerte, desecho la idea rápido. No creo que así logre la impresión que ando buscando.
Una vez listo noto que todavía tengo tiempo de sobra pero no soporto más el encierro. Agarro las llaves y salgo a caminar, sin rumbo fijo. Cuando me quiero dar cuenta estoy frente a una cafetería, apenas a unas cuadras de la estación de tren.
Decido entrar a desayunar, después de todo salí de casa sin probar bocado. Me pido un café con tres medialunas y me siento a hacer algo de tiempo.
Entro a Facebook y reviso las noticias. Hace siglos que no publico nada pero de vez en cuando me gusta ver en qué anda el resto del mundo.
Alguna vez leí que uno descubre que se está poniendo viejo cuando deja de ver fotos de sus compañeros de escuela tomando tragos en algún bar y empieza a ver vestidos de novia, trajes y bebés por todos lados. Si es verdad, ya debo estar cerca de la jubilación y yo ni enterado estaba.
De pronto una foto en la que etiquetaron a mi madre me llama poderosamente la atención. Ella está muy linda, arreglada y con su collar de fiesta preferido. Amplío la imagen y escaneo el lugar en que se encontraba, pareciera ser una oficina del registro civil. ¿Se habrá casado alguien?
No sé quién es la persona que la etiquetó pero me meto en su perfil para ver si puedo sacar algo de información. Dos segundos después me arrepiento de mi estúpida idea. ¿Qué necesidad había?
Allí, como riéndose en mi cara, puedo ver a Sarah y Robert posando con la típica libreta azul. Y, como si aquello no fuera suficiente, la muy hija de puta está usando el vestido que le regalé el día de nuestro compromiso, ese que guardaba para una ocasión especial.
Cierro la aplicación y tiro el teléfono sobre la mesa. Me agarro la cabeza, despeinándome por completo.
Siento que todo vuelve, esas imágenes que tanto trato de reprimir están aquí de nuevo para torturarme.
Y no, no es que siga sintiendo algo por ella ni mucho menos, pero no por eso deja de doler. ¿Y él? Es mi hermano, éramos mejores amigos.
Ahora entiendo por qué mi mamá estuvo tan rara estos últimos días, sabe que ellos son tema prohibido y debía estar mordiéndose la lengua para no contarme la "buena nueva".
Miro el reloj y, para mi sorpresa, faltan cinco minutos para el horario en que ella aparece en el andén. Dejo el dinero arriba de la mesa y salgo corriendo. ¡Tengo que alcanzarla!
Intentando no pensar en el pasado, vuelvo a centrarme en mi princesa. ¿Cómo se llamará? ¿Podré hablarle al fin? ¿Valdrá la pena arriesgarme de nuevo? Después de lo de Sarah...
ESTÁS LEYENDO
En el andén
Short StoryÉl la veía todos los días en el andén, esperando por el tren que la llevaría al trabajo. Poco a poco se fue enamorando de esa persona que tanto lo había cautivado, pero había un pequeño problema: ¡no se animaba a invitarla a salir! Y es que Jack hab...