Epílogo

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18 años después...

Ares P.O.V.

Hoy me he despertado muy temprano y con muchísima energía puesto que hoy cumplo mi mayoría de edad y pienso celebrarlo a lo grande.

Bajo hasta la cocina, allí me encuentro a mi madre haciendo el desayuno: pancakes. Me acerco por detrás con sigilo, y cuando estoy a nada de darle un susto, ella se gira y me arruina la jugada. Frunzo mis labios con gran fastidio y ella me regala una de sus radiantes sonrisas.

-Aún no sabes cómo asustarme- afirma y por mucho que me moleste su comentario, he de decir que está en lo cierto, llevo dieciocho años intentándolo y no hay manera alguna.

-Ya... Pero caerás, y ese día será el fin del mundo- ella ríe y me besa la mejilla derecha, aunque para hacer ese gesto cariñoso debe ponerse de puntillas ya que mido metro noventa y ella es un gnomo.

-Felicidades Ares, te quiero muchísimo- sonrío elevando las comisuras de mi labio y me sirve el desayuno de mi receta favorita.

Tomo asiento y no dudo en comenzar a devorar este delicioso desayuno que huele genial y sabe aún mejor. Llevo el vaso del zumo de piña a mis labios y bebo un poco, y mientras lo hago puedo observar cómo mamá está parada enfrente de la ventana sin dejar de mirar a través de ella. Sé que no deja de recordar a Leyra y el hecho de que no hayan dado con ella le duele muchísimo. No quiero imaginar lo duro que debe ser perder a un hijo. Cuando era niño les preguntaba a mis padres por qué había una cama de sobra en mi habitación y ropa de niña en el armario. Papá casi nunca me respondía y solo me daba un beso en la frente. Mamá siempre me contestaba lo mismo: tenemos que estar preparados por si ella vuelve. Y yo no entendía. Apenas me hablaban de mi hermana, o al menos no cuando era menor de diez años. Cuando cumplí los diez años, ellos vinieron un día a mi habitación y me lo contaron todo. Era pequeño, pero aún así entendí todo lo que dijeron. A medida que he ido creciendo, mis padres han ido compartiendo más información y recuerdos dolorosos conmigo. Papá intenta fingir que todo está bien y por fuera aparenta que nada le ocurre, pero en fondo sé que está triste y decepcionado consigo mismo porque no pudo encontrar a su hija. En cambio, mamá es más expresiva y aunque niegue que no le pasa nada, ella es un libro abierto y se nota que está destrozada. Intento darles mi apoyo emocional y les comento que yo sigo con la fe de encontrarla y que vuelva a casa con nosotros. Cuando les digo eso, papá sonríe risueño y me da varias palmadas en la espalda y mamá eleva las comisuras de su labio y me regala una sonrisa triste y forzada. Pero es cierto. Sé que la encontraremos y Leyra volverá a estar con nosotros. Y yo, por fin tendré a mi hermana conmigo.

-Mamá- la llamo y ella parece salir de su trance -La encontraremos- la escucho suspirar y se da media vuelta, con una mirada triste y perdida y con pasos lentos pero firmes, ella se acerca a mí y me regala una sonrisa forzada.

-Ares, ella no volverá- vuelve a suspirar pesadamente -Han pasado dieciocho años, ellos solo la querían para un propósito y luego se desharían de ella. No va a volver- acaricia mi cabello su suavemente y con amor -No pudimos protegerla- susurra y una lágrima escapa de su ojo izquierdo y resbala por su mejilla -Pero tú estás con nosotros- me levanto de la silla y le doy un abrazo fuerte, es entonces cuando mamá comienza a llorar más fuerte y se aferra a mí -La echo tanto de menos- solloza en mi pecho y esta vez soy yo quien le acaricia el cabello con cuidado.

-Mamá, estoy segurísimo de que la encontraremos, solo espera un poco más.

La puerta se abre en ese momento, miro hacia ella y es papá. Al parecer ha tenido pelea con algún rogue porque su vestimenta está algo rota. Él se acerca a nosotros y traga saliva antes de hablar.

-Varias personas han confirmado haber visto a Leyra- mamá levanta su cabeza y con su mirada llena de sorpresa y alegría, mira a papá.

-¿Qué te ha pasado?- cuestiona ella y papá se encoge de hombros.

MíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora