Regreso al cielo o al infierno

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Sin duda las endorfinas que se habían liberado por el impacto de los proyectiles estaban remitiendo ya. Pese a no tener aún las fuerzas suficientes para despertar del todo, su activo subconsciente comenzó a analizar su situación a partir del dolor y su experiencia médica en traumas.

Posiblemente una bala se había estrellado contra una costilla, lo que había disminuido su velocidad y desviado el ángulo de salida, pues sentía un dolor lacerante, posiblemente atribuible al desgarro de uno de sus músculos oblicuos. Por suerte, porque si no habría atravesado el pulmón izquierdo y el corazón. La otra había perforado, o al menos pasado hiriendo de alguna forma el pulmón derecho en el tercio superior, pues el dolor formaba una línea recta desde la espalda hasta el pectoral, disminuyendo su capacidad aeróbica y causándole una sensación de opresión.

Sin duda estaban aplicándole el mínimo aconsejable de analgésicos, probablemente su enfermera había considerado que un delincuente no merecía más, pero aunque no era esa la intención, ello contribuía a que su sistema estuviera reaccionando lo más rápido posible, aunque doliera más, a más despierto estaba.

Pero, ¿por qué le dolía la mano? En especial el meñique derecho, como si se lo hubiera atrapado en una puerta o algo así. No solían poner en ese dedo la pinza con el sensor de latidos y de todas maneras el aparato no generaba dolor, si es que algo de molestia. Tal vez había sucedido algo durante el traslado o cuando había caído junto con Ximena, pero que antes no había notado...

- Hola, mi amor. –Marc seguía muy pálido y no reaccionaba a su mano acariciándole suavemente una mejilla- ¡No sabes lo mucho que te he extrañado!

¡Ximena! Gracias a Dios, ella estaba bien.

De todas maneras se escuchaba triste y preocupada. ¡Mierda! Quería poder abrir los ojos y decirle que la escuchaba, que estaba feliz de haber evitado que la dañaran. Sobre todo quería poder abrazarla y besarla como se debía. La última vez había apenas alcanzado a sentir sus labios al unirse con los suyos y luego la nada...

- ¿Sabes, Marc? Esta mañana estuvo por aquí tu padre. Me llamó para decirme que había pasado a revisarte... - ¡¿Su padre?!- Se está portando muy bien. Tiene toda su voluntad puesta en recuperarte, en merecerse tu cariño...

¿Acaso era posible? ¿Su padre quería...? No, tal vez ella se había equivocado y estaba asumiendo algo que no era. Probablemente se había confundido, aunque... ¡Dios! Realmente quería que ella estuviera en lo cierto. ¡Ufff! Necesitaba poder abrir los ojos, hablar con ella. - Al menos estuve averiguando y he sabido que el director del hospital ha estado pendiente de tu caso, incluso ha venido personalmente a evaluarte. La enfermera me dijo que quería hablar conmigo, que le avisaría ahora...

Bueno, aquello parecía inusual, pero si él hubiera llegado alguna vez a dirigir un hospital, haría lo mismo. Tal vez aquello era una suerte, aunque algo, no sabía qué, lo incomodaba.

- Buenas noches, señorita Santos.

Me avisaron que había venido a visitar a su interno y quería tener unas palabras con usted.

¡No! ¡Noooo! Que Ximena  no le hablara, que se alejara de aquel sujeto. Nunca podría olvidar esa voz, ¡Jamás! Ramos..

¡Dios! Ahora era necesario que despertara, tenía que poder advertirla, ponerla a salvo de aquel enfermo. Tenía que lograrlo, no podía dejar que Ximena corriera peligro.

- Buenas noches, ¿es usted el doctor Ramos?

- Es un gusto conocerla. No es usual ver que un agente de la ley se preocupe más allá de lo estrictamente necesario de un  criminal...

- El caso de... del señor Bartra es distinto.

- Sea como sea, la política de este hospital, al menos desde que yo lo dirijo es brindar a todos los pacientes un trato humanitario, no importa de quien se trate, política que yo mismo me encargo de hacer cumplir en esta zona. Como comprenderá, no todos mis colegas opinan que la gente aquí merezca un trato dedicado y compasivo. No al menos quienes son delincuentes.

- Entiendo.

¡Mierda! Parecía imposible que hubiera tenido tan mala suerte de caer precisamente en manos de aquel sádico sicópata, que estaba mintiéndole a Ximena seguramente sin siquiera sudar.

Con Ramos allí, las posibilidades de salir del hospital con bien se habían reducido automáticamente a cero, tal vez menos, pero como fuera, tenía que conseguir que Ximena se mantuviera lejos del maldito desgraciado que no había dudado en hacer hasta lo imposible por arruinarle la vida.

 Marc se concentró todo lo que pudo para intentar poner hasta la más mínima energía que tuviera en despertarse del todo y poder advertirla, pero apenas consiguió que la máquina que registraba su actividad cerebral emitiera un insignificante bip, junto con un leve ángulo en la línea en el monitor, hecho que pasó desapercibido para ella, no así para Ramos, quien debió contener una sonrisa perversa para no alertarla, ni hacerla sospechar sobre sus intenciones.

- Señorita Santos, comprendo que sus horarios no le permitan venir antes, pero en razón de ser ecuánime con todos los pacientes, deberé pedirle lamentablemente que ya se retire. Es hora de que evalúe al señor Bartra y al resto de los enfermos.

- Comprendo...

- Sin embargo si usted gusta, puede darme su número de teléfono y tras las evaluaciones, me comprometo a llamarla para ponerla al tanto de los progresos de este paciente.

- ¿En verdad? -¡No! Que ella no le creyera, aquel maldito la estaba envolviendo- Es muy amable, gracias.

- No hay de que, Ximena, ¿no?

- Sí.

- Tú puedes llamarme Sergio.

- Dejaré mi número anotado con la enfermera del mesón.

- De acuerdo.

- ¿Sergio, tú... -¡Dios santo! Aquel monstruo había conseguido hacerla creer en sus buenas intenciones, haciéndola un blanco más fácil al sentirse obviamente más abierta al tener familiaridad con su médico- ...me darías un minuto extra con Marc?

- Por supuesto. Comenzaré mi ronda en el siguiente cuarto, pero, por favor, no te tardes.

- Gracias otra vez.

Así que la policía estaba enamorada del conejito. Bueno, sería más fácil conseguir llevársela a la cama cuando estuviera desesperada por un poco de empatía. ¿Y quién mejor para ofrecérsela que el buen doctor de su cariñito? O, mejor aún, desconsolada por la muerte de Bartra.

Una vez allí, por más buena que estuviera, pensaba someterla a su antojo por cometer la estupidez de fijarse en el patético mojigato.

Sí, no era un mal plan, pero antes iba a hacerle los últimos días de su vida insoportables a Marc , tanto a punta de tortura física, como sicológica.

Por suerte el viejo había ido por la mañana, cuando el imbécil aún no salía del coma. Evidentemente ahora ya había reaccionado, pero tan solo no tenía la suficiente energía para reiniciar todos sus sistemas, recuperando completamente la consciencia. Por suerte, él ya sabía de sobra que hacer en esos casos, conocimiento que pensaba aplicar nada más la chica se fuera, meneando sus deliciosas caderas al caminar por el pasillo, como había estado fisgoneando por medio del sistema de cámaras del área reservada.

- Siento tener que irme, guapo. Quería haberme quedado haciéndote compañía un rato, tal vez leyéndote algun libro, pero bueno, es por tu bien, para que el doctor pueda atenderte.

Pese a que tenía claro que en cuanto hubiera salido del pasillo, aquel buitre volvería sobre él igual que sobre un animal moribundo, se alegró de que ella pusiera distancia, donde podría estar más a salvo.

Ximena se inclinó y viendo que nadie estuviera observando, unió suavemente sus labios a la comisura de los de Marc, donde el tubo del respirador los dejaba libres, acariciándolo y presionando despacito en un gesto plagado de cariño y esperanza.

- Descansa, mi angelito. Mañana haré hasta lo imposible por venir antes para poder pasar más tiempo contigo.

Otro pequeño bip, que Xime por su inexperiencia médica no logró identificar como una variación en su actividad cerebral, generó diferencias en el registro de las máquinas. ¿Y cómo no? Si tan solo estando muerto Marc podría permanecer impávido ante la dulzura y emoción que le transmitía el contacto con ella, más aún, aunque fuera un breve y físicamente engorroso beso.

- Hasta mañana, mi amor.

El cielo está en tus ojos Marc BartraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora