Fui el primero en despertar y darme cuenta de lo mal que habíamos dormido. Mi brazo estaba completamente aprisionado por el cuerpo de Abi, que dormía como una estrella de mar y el pelo se le revolvía en todo el rostro. Nicolás estaba perpendicular a mi cuerpo y una de sus piernas estaba sobre la mía. Por mi parte, la pierna que tenía libre, estaba sobre el sofá, pasando sobre Abi sin tocarla, por lo que si en algún momento la hubiese jalado de repente, la habría golpeado en el acto. Mi otro brazo reposaba en mi estómago por debajo de mi camiseta y mi cuello tronó al girarlo, pues había dormido con el rostro girado hacia uno de mis hombros.
Demonios, estaba adolorido.
Jalé mi brazo de debajo de mi amiga, pero Abi gruñó y se giró, apretando aún más mi extremidad que, a esas alturas, ya daba por perdida.
-Abi... -susurré.
Ni un gesto de su parte. Estaba atorado bajo los dos hermanos y, con mi reciente estado de vigilia, también se había despertado mi necesidad fisiológica de vaciar mi vejiga.
-Abi... -murmuré un poco más alto.
-No, Nicolás... -balbuceó.
-No soy Nicolás, necesito mi brazo... -insistí.
-No...
Suspiré frustrado. Abi no era de sueño pesado, pero nos habíamos acostado tarde y debía de estar cansada. Intenté girarla con mi brazo libre, pero volvió a gruñir y terminó recostada sobre mi pecho. Parecía una serpiente en busca de calor.
-Abi... Realmente necesito levantarme... -murmuré lo más cerca de su oído que pude.
-Cansada... -murmuró.
-Solo debes girarte... Muévete...
Mi vejiga podría gritar a estas alturas. Yo quería gritar a estas alturas. Debí hacerle caso a Nicolás y haberme ido a dormir temprano, en una cama, pero Abi siempre tenía aliciente sobre mí y lograba convencerme de todas sus locas ideas.
Abracé su cintura y rodé con ella lo suficiente para poder liberarme de su peso. Se quejó pero siguió durmiendo. Empecé a preguntarme como es que no se tragaba su cabello teniéndolo casi totalmente sobre el rostro y durmiendo con los labios ligeramente abiertos. ¿Escupiría bolas de pelos como los gatos? Le preguntaría cuando se levantara.
Logré sentarme y me encaré a mi siguiente desafío: mi pierna debajo de la de Nicolás. Giré para verlo y desvié la mirada en cuanto me encontré a sus pantalones cortos, ligeramente estirados por una erección matutina. Temblé y me concentré en controlar mi respiración pues, al parecer, se me había olvidado como es que se hacía. Levanté su pierna con cuidado y liberé la mía, escapando lo más pronto de ahí antes de que alguno de los dos lograra, de alguna manera, lo que estaba pensando.
<<Estás mancillando su casa...>>
Sacudí mi cabeza y me dirigí al baño. Casi pude escuchar a mi vejiga agradecerme. Me lavé la mano y los dientes y salí a la sala. Abi se había enroscado encima de su hermano y éste parecía no haberse dado cuenta. Tomé mi teléfono y les saqué una foto porque, de alguna manera, me pareció tierna la escena que estaba presenciando. Así, cuando estaban relajados, era cuando podías ver lo parecidos que eran. Ahora que ambos eran adultos, podían pasar fácilmente por mellizos, aun si se llevaban tres años de diferencia. Ambos tenían los cabellos dorados y esa piel tan pálida que, cundo estaban mucho tiempo bajo el sol, se ponía rojiza y hasta podía llegar a arder; ambos eran de estatura considerablemente alta, aun si Abi era una chica, pasaba por ocho centímetros el promedio. Sus ojos diferían, por su puesto. Abi tenía ojos gris acero y Nicolás había heredado el azul cielo de su madre. Eso sin mencionar su personalidad. Abi era picara y espontánea, siempre diciendo lo que piensa y riendo a la menor oportunidad; Nicolás es callado y serio, siempre maduro y metódico, dulce y hasta algo tímido, aun si no era un santo, bien podría parecerlo.
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Que Dios me perdone...
Teen FictionNo sé cuantos pecados están permitidos cometer en una vida, pero creo que con los míos me bastan. Primer pecado: Soy gay y mi madre es una fanática religiosa. Segundo pecado: Me enamoré del hermano de mi mejor amiga. Tercer pecado: Me acosté con el...