Un palacio diferente

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El carruaje real iba a más de cien por hora, haciendo de mi un metrónomo que se movía de lado a lado a un ritmo constante.
Mi madre me había dicho que iríamos al palacio de la reina, y que una vez allí podríamos disfrutar de todo lo que se nos antojara.

- ¿Queda mucho, mami? – Le pregunté a mi madre.

- No lo sé, cariño, pero supongo que poco.

Esperaba con ansias el momento de llegar, ya que sólo unos pocos de nosotros habíamos sido seleccionados para tal visita. ¿Pero cómo nos seleccionaban? Pues es bien sencillo. La policía nos ponía en nuestros abrigos una estrella de seis puntas de color blanco, muy bonita a mi parecer. A parte, también cambiábamos de colegio y allí nos reuníamos con los demás afortunados.
Lo que me costó de entender fue las malas miradas que ganaba por mi parte. Seguro que era envidia, ya que esos plebeyos no podrían disfrutar de tales lujos.

El carruaje fue disminuyendo la velocidad, hecho que me hizo pensar que ya estábamos llegando a nuestro destino. El vehículo dio un giro repentino, y mi cuerpo no pudo mantenerse en equilibro haciendo que cayera encima de la niña de al lado. Esa chica me sonaba mucho.

Parecía tener más o menos mi edad, y su piel era cómo la porcelana. Sus ojos eran muy parecidos a los de mi mejor amiga de hace varios años, cuando éramos prácticamente bebes. Su nariz, fina y aguileña, acababa en punta, formando prácticamente un triángulo rectángulo.
Me fijé mejor en su cuerpo, y allí fue dónde encontré el detalle que me aseguró la identidad de aquella chica. Ese detalle era su marca de nacimiento, que se encontraba en la parte inferior de su brazo izquierdo, y tenía forma de corazón.

- ¿Gi-Giselle? – Me atreví a preguntar.

- Si... ¿Quién eres? – Respondió con confusión.

- ¡Soy yo! Anne!

- ¿Anne? ¡No puede ser! - Gritó con exaltación echándose a mis brazos.

Las dos permanecimos abrazadas hasta que los militares abrieron la puerta y nos hicieron salir con nuestras maletas en mano.

El palacio no era tal y cómo me lo imaginaba. Esas torres rosas de ladrillo que ocupaban mi mente fueron sustituidas por unos edificios bajos, grises y tristes, con ventanas más pequeñas que el ojo de una aguja. Eso sí, el patio real era mucho más grande de lo que había pensado. Este estaba lleno de gente que trabajaba, con el uniforme de rayas azules, a mucha velocidad.

- ¿Has visto que bien se lo están pasando? – Me preguntó Giselle.

- ¡Si! Ya me gustaría a mí poder estar haciendo eso en vez de ir al cole.

- ¡Pues me ha dicho mi madre que nos quedaremos aquí por bastante tiempo, así que lo pasaremos chupi las dos juntas!

- ¿Amigas por siempre? – Grité elevando el puño como hacía con ella tiempo atrás.

- ¡Por siempre!

Los días fueron pasando y cada vez estaba más nerviosa por ver a la reina y la princesa. Según me había comentado mi padre, en un mes la realeza vendría después de tanto tiempo de viaje, y era por eso por lo que trabajábamos día y noche para hacerles más bonita su estancia.

La verdad era que a la hora de dormir estaba un poco incómoda, ya que éramos mucha gente durmiendo en la misma habitación. Pero el hecho de dormir con Giselle hizo que no supusiera ningún inconveniente.

Giselle, yo, y la mayoría de la gente que vivíamos allí nos habíamos adelgazado bastante, ya que Alemania no pasaba por un buen momento y el gobierno no nos podía pagar toda la comida. Pero no me quejaba, encima que no pagaba nada me daban de comer, así que no tenía derecho de objetar.

Al fin llego el día en el que la princesa vendría a visitarnos. Pero no podíamos ir sucios a verla, así que nos informaron que nos podríamos dar una pequeña ducha antes de ver a sus altezas.

Nos separaron a hombres por una parte y mujeres y niños por otra, y entramos a los vestuarios. Allí comenzamos a sacarnos toda la ropa hasta quedarnos desnudos. Giselle y yo nos sosteníamos la mano con firmeza, ya que sería la primera vez que tocáramos el agua desde hacía semanas debido a problemas con las tuberías.

En fila comenzamos todos a entrar, y cuando no quedó nadie en los vestuarios se cerró la puerta de golpe sin que se pudiera abrir por dentro, pero lo que más me extrañó no fue eso, si no que en vez de agua lo que salía por las mangueras era gas.

FIN

Un palacio diferenteWhere stories live. Discover now