CAPÍTULO 13 "GUARDEMOS ESTE AMOR EN UNA FOTOGRAFÍA"

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Carlos sabía que tenía que ser cuidadoso. Aquella sería la primera experiencia de Gabriel y él no quería que la recordara por las razones equivocadas. Sabía lo que se sentía, no solo a nivel físico, también a nivel emocional. Tratándose de un chico que jamás se había visualizado con otro hombre, todo se volvía más intenso.

Definitivamente debía controlarse.

—Prometo que va a gustarte —le había dicho y Gabriel había reído de forma nerviosa.

Se habían separado solo un momento y lo que Carlos necesitaba, ya estaba en la mesita de noche. Pero igual no quería lanzarse así sin más, a lo bruto. Se inclinó sobre el cuerpo de Gabriel hasta estar frente a él, dejando varios besos por todo su rostro, deleitándose con las expresiones de regocijo de su compañero. No acostumbraba a ser tan mimoso, pero con Gabriel esas cosas que antes le hubiesen parecido cursis, e incluso un tanto ridículas, ahora le salían completamente solas sin sentir que estaba forzando nada.

Los besos volvieron a intensificar el ambiente. El aire se sentía denso y pesado, las respiraciones de ambos se escuchaban agitadas en el silencio de aquella habitación, por lo menos, si no se tomaban en cuenta los rechinidos de aquella cama que no les daba tregua. Sin dejar ni un momento de besarlo, Carlos separó las piernas de Gabriel, no sin un poquito de resistencia. El muchacho estaba cediendo. Carlos podía ver en su mirada que no era como si estuviese obligándolo. Aun así, sabía que estaba nervioso y era normal. Él lo comprendía. Aquella, después de todo, era su primera vez.

Se habían desnudado hasta quedar solo en ropa interior, en medio de besos y caricias lentas. Carlos se había dedicado a besar casi cada extensión de aquella piel y a deleitarse con cada sonido que se escapaba de esos labios que se había encargado de mordisquear a gusto.

Poco a poco, el cuerpo de Gabriel se relajó. Por tonto que pudiera sonar, el muchacho se dio cuenta de repente, de que, en esa habitación, solo estaban ellos dos. Lo que sucediera en la intimidad, era solo de ellos. Era algo que compartirían como un secreto y eso le gustaba más de lo que era capaz de admitir... tener algo que fuera solo de ambos.

Carlos dejó un beso sobre sus labios, mientras estiraba la mano hacia la mesita de noche. Se había quitado el bóxer y lo único que separaba sus pieles de tocarse en su totalidad, era la tela de la ropa interior que Gabriel todavía conservaba.

—Eres muy hermoso —dijo Gabriel.

Carlos sonrió amplio y sincero, con sus mejillas abultadas y los ojos pequeños. Tomó el tubo de lubricante y sacó un poquito, esparciéndolo en sus dedos. Metió la mano por debajo de la ropa interior de Gabriel y empezó a acariciar lentamente. Se lamió los labios y dejó un beso húmedo en el cuello ajeno, cuando escuchó el primer jadeo.

—Dios mío —Gabriel gimoteó y ni siquiera se dio tiempo de sentir vergüenza, porque la sensación era intensa y él ya no estaba en posición de reprimirse más. Y tampoco quería hacerlo. Su respiración estaba agitada y aunque tenía la necesidad de mirar el rostro de Carlos y darse cuenta de que aquello era real, todo era tan intenso, que los ojos se le cerraban solos y había tenido que echar la cabeza atrás cuando su espalda se había arqueado, luego de una caricia especialmente intensa en la punta de su miembro.

Gabriel ya ni siquiera sentía miedo. Sabía desde ese momento, que ya no había marcha atrás. Justo antes de estar de nuevo en la cama, había dudado quizá por un par de segundos. Se había imaginado resistiéndose, levantándose de la cama y huyendo.

Ya no podía hacerlo.

No quería hacerlo.

Sabía que después de Carlos, nada en su vida volvería ser igual y le agradaba de esa manera. Sentir que por fin había encontrado su lugar seguro... después de estar tanto tiempo solo.

          

—¿Cómo pude ser capaz de dudar? —El susurro de los labios de Gabriel, fue prácticamente imperceptible para Carlos, no lo había dicho obviamente para ser escuchado. Miró a ese precioso chico frente a él y no había lugar para dudas. Lo quería de una forma que le oprimía el pecho y en la mirada de él, podía percibir el mismo cariño.

—¿Cómo...? —Carlos no terminó siquiera con su pregunta. Había visto los labios de Gabriel moverse sin emitir sonido alguno. La pregunta quedó en el aire cuando esos labios se unieron a los suyos y esa mano enredó los dedos en su cabello.

Gabriel se separó de aquel beso solo para hundir su rostro en el cuello de Carlos, aferrándose fuertemente a su espalda, dejándolo escuchar su respiración agitada, mientras Carlos le deslizaba la ropa interior por las piernas. Tomó nuevamente el bote de lubricante, no sin dificultad, pues no quería separarse. Después de verter una generosa cantidad en sus dedos, llevó su mano entre las piernas de Gabriel, las cuales separó un poco más.

No recordaba lo difícil que era. No recordaba la resistencia natural que suponía intentar hacer aquello en un cuerpo primerizo. Incluso si era solo con sus dedos, sabía que le iba a costar trabajo y que debía tomarse todo el tiempo posible para que la experiencia terminara siendo placentera para ambos

Sabía que Gabriel estaba nervioso y si había intentado cerrar las piernas, había sido por pura inercia. No estaba intentando hacerle las cosas difíciles solo porque sí. Así que la situación estaba por completo en sus manos y saber que Gabriel le estaba entregando su confianza de esa manera tan plena, hacía que algo cálido se extendiera por su pecho.

Incluso si le había llevado su tiempo acariciar con lentitud y paciencia, introducir el primer dedo había sido relativamente sencillo. Gabriel se había aferrado a él, con los ojos apretados y las uñas clavándose un poquito en su espalda. Pero lo había escuchado jadear fuerte y creía saber que no había sido una expresión de dolor. Se sintió obligado a preguntar de todas maneras.

—Necesito saber si te estoy haciendo daño —dijo.

Pero Gabriel no habló. Seguramente las palabras no salían. Negó con la cabeza, sin embargo y Carlos lo tomó como una señal de que podía continuar con lo que estaba haciendo.

Por fin, moviéndose muy lentamente y con todo el cuidado que le fue posible, pudo introducir un dedo más. Provocó en el otro muchacho un ligero sobresalto, pero su cuerpo se relajó luego de un par de minutos. Se acercó a sus labios y los besó con ternura. Gabriel no abrió los ojos, pero dejó de fruncir el ceño y empezó a soltar ligeros suspiros en medio del beso.

Sin más dilación, Carlos empezó a mover sus dedos lentamente, asegurándose de tocar el mismo punto en cada una de sus penetraciones. Unos minutos después y con tres dedos en su interior, Gabriel estaba corriéndose entre el cuerpo de ambos, con un fuerte gemido.

Gabriel estaba cansado, extasiado... Estaba muerto. Su respiración irregular lo tenía boqueando como pez fuera del agua. Nunca había experimentado algo tan intenso y placentero y sentía toda su piel sensible.

Carlos tomó un preservativo y rompió la envoltura. Lo deslizó por su adolorida erección y se acomodó nuevamente entre las piernas del otro chico, separándolas lo necesario y presionando sus labios en ese cuello que ya mostraba un par de marcas rojas. Sintió como Gabriel se aferraba a su cuello cuando empezó a entrar lentamente en él. Sintió el ardor de los rasguños en su espalda, sentía el calor de la piel ajena, sentía la brisa helada topando en su rostro y no podía haber una mejor combinación.

A Carlos le tomó un par de minutos calmarse, serenarse para poder recuperar el control. No solamente se quedó estático para lograr que Gabriel se adaptara a la intromisión, él mismo sentía tanta ansiedad por la espera, que, de moverse, aunque fuera solo un poco, terminaría por llegar a su límite antes de tiempo. Lógicamente no quería eso.

MACHOS ALFADonde viven las historias. Descúbrelo ahora