25. El monstruo de ojos dorados (parte 2)

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Estaba tumbada, dejando que el agua acariciara su magullado cuerpo por aquellas semanas sin contacto con el exterior, su cabello ondeaba en el agua, casi camuflándose en la misma.  El vapor inundaba la sala y humedecía el mármol de la bañera.  

Adirael esperaba fuera, adormecido, esperando a que su reina saliera. 

En cambio Moon se levantó, tapando la mitad de su cuerpo con su larga cabellera empapada la cual alcanzaba el suelo. Hacía tanta calor que incluso su misma figura emitía vapor, su rostro estaba enrojecido; si, los demonios podían aguantar demasiado tiempo sin comer ni beber, pero a pesar de eso, a medida que los días iban pasando, las mismas defensas del cuerpo de un ser demoníaco, iban disminuyendo, por lo tanto eran propensos a enfermar; Eso parecía que le estuviera pasando a ella, su visión era borrosa y los colores se mezclaban, se comenzaba a marear e iba empapada, así que para evitar caer se apoyo en una pared, la cual estaba húmeda y la hizo resbalar, hasta caer al suelo, que por lo menos, parecía estar mas frío. 

Lo primero que hizo fue revisar con la mirada sus brazos y piernas, pudo contemplar las magulladuras, las cicatrices, marcas que ya jamás se marcharían y que manchaban su suave piel.

Mareada, apartó el cabello de su rostro y reviso su torso, se podía decir que estaba incluso en peor estado que sus extremidades, lleno de cicatrices, cicatrices que se unían y separaban, eran las que mas dolor le producían. 

Su aliento salía ardiendo y sus pensamientos estaban confusos, a pesar de que seguía sintiendo un dolor y una tristeza inmensurables. No podía moverse, sus extremidades estaban bloqueadas y sentía como si todo su cuerpo estuviera en llamas. Cerró sus ojos, llorosos y fue deslizándose hasta la puerta, únicamente tapada por sus largos mechones celestes. 

Al tener sus ojos tapados, se golpeó sin querer contra la puerta, dejándose una pequeña marca rojiza en la frente, Adirael lo escuchó, despertando completamente.

-¿¡Reina!?- Exclamó, levantándose y acomodando su capa blanca. 

Moon maldijo y se levantó, abriendo la puerta lentamente, casi desfallecida.

-¿Reina Moon?- Preguntó Adirael, extrañado del aspecto de la muchacha y sujetándola, antes de que cayera.  

Seguidamente, llamó a las sirvientas, las cuales le vistieron y secaron, para seguidamente acostarla en el cuarto de su hermano menor, ya que el suyo se estaba limpiando.  

Efectivamente, padecía de fiebre, pero era algo leve, Adirael, debía acompañarla durante todo el tiempo, se encargaba de darle la comida, de cambiarle la toalla fría de la frente y cuidarla.  

Ella estaba inmensa en sus pensamientos, que no eran nada agradables, se sentía sola, vacía, todo eso, no salía de aquellas conclusiones que le hacían pensar que todo lo que había pasado era su culpa.


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