Ranma POV

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Ranma gimió en sus sueños. De nuevo soñaba con Akane, aunque no era ninguna sorpresa. Siempre soñaba con su prometida. Durante el día, podía deshacerse de sus pensamientos entrenando, corriendo por su vida o huyendo de sus enérgicas autoproclamadas prometidas; y es que si bien, no podía negarse los sentimientos que había desarrollado ya por cierta peliazul, sí podía engañar a su mente, aunque fueran unas horas. No es que no le agradara pensar en ella, amaba hacerlo; pero no ahora, tan cerca y a la vez tan lejos, con su padre durmiendo a un lado.

Era verdad, pocas veces había logrado demostrar lo que sentía: sus sentimientos y pensamientos podía ser confusos o estresantes, pero nunca se comparaban a la agonía que sentía su cuerpo cada vez que, sin querer, durante los entrenamientos, el regreso a casa, los paseos, las peleas o la jornada escolar su cuerpo rozaba accidentalmente alguna parte del cuerpo de su prometida.

Pervertido

¿Cómo puedes ponerte así por una marimacho?

Eran siempre los pensamientos que rodaban su cabeza. Constantemente, cuando aquellos roces llegaban a acontecer, estas dos frases lograban calmarlo y lo mantenían sereno como el buen Ranma Saotome debía ser. Sin embargo, todo era diferente cuando dormía. Su mente se encontraba libre y sin restricciones para hacer lo que le complaciera, y era entonces cuando Akane aparecía: su nívea piel tan suave al tacto, su bien formado cuerpo, el cual se encargaba de recorrer con la mirada cada vez que se distraía y los ojos a los que no podía ver directamente, pues sentía perderse y encontrarse al mismo tiempo y finalmente, siempre aparecía su sonrisa, la sonrisa de Akane era de esas que te hacen estremecer, elevarte hasta los cielos y arrojarte de nuevo por debajo del asfalto. Aun así, a Ranma lo volvía loco la voz de su prometida; una voz rasposa, sosegada y serena y cada vez que la escuchaba pronunciar su nombre le causaba un escalofrío que recorría, a través de su sangre, todo su cuerpo y terminaba con una acumulación de sensaciones en su entrepierna, sensaciones que liberaba cuando se duchaba.

Su situación se había convertido en algo común y esa noche no era la excepción; se removió en su futón y a pesar de ser una noche fresca las cobijas comenzaban a estorbarle. Maldita Akane, ya me las pagará- la culpó- si tan solo hubiera sido más cuidadosa- se sentó en la cama, resignado a que no dormiría hasta que encontrara la solución, esperó unos segundos y ya menos agitado recobró su postura inicial y se recostó de nuevo decidido a cerrar sus ojos y dormir como un bebé. Ninguna mujer y mucho menos Akane Tendo podía privarlo de sus quimeras.

El sueño comenzaba a apoderarse de él, pero las imágenes de su entrenamiento antes de dormir volvían a incautarse en su mente. Esa tarde, como cualquier otra, Akane le había pedido que entrenaran juntos, pues sentía que estaba perdiendo fuerza. Oh, error ¿qué acaso la chica no se percataba de las sensaciones que causaba en el cuerpo de su prometido?

La pobre víctima se encontraba fuera del dojo, absorto en sus pensamientos, reflexionando sobre la inmortalidad de los cangrejos, meditando en posición de loto, tan entrado en su interior que no percibió la figura femenina que se aproximaba hacia él. Akane se inclinó por detrás hasta quedar a la altura de sus orejas y con una voz severa, arrastrando sus palabras le dijo:

-Ranma Saotome- El pobre trenzudo pegó un brinco estremeciéndose hasta los huesos. Una cosa era que la pequeña de los Tendo dijera su nombre ya fuera para pedir su ayuda, golpearlo o llamarlo antes de salir de casa y otra era hacerlo, sin querer, de una forma tan sensual: el simple hecho de que lo llamara ya le gustaba, pero que dijera su nombre completo le calentaba.

- ¡¿Qué diablos crees que estás haciendo, tonta?!- Se defendió más para ocultar su sonrojo que porque realmente tuviera ganas de pelear.

- ¡Ay, ya no es para tanto! - Al parecer Akane tampoco tenía ánimos de dar riña- Quería pedirte que me ayudaras a entrenar un poco, ¿Sí, Raaaaaaanma?- Ranma había escuchado una vez por parte de su padre- más obligado que por gusto- que las mujeres hacían gestos inconscientes para dar a entender que gustaban de los hombres, como un coqueteo. Akane lo hacía: acomodaba su cabello, un poco sonrojada y sonriendo a medias. De repente algo hizo click en la cabeza de Ranma, recordó cuando Genma le comentó que el cabello para las mujeres era algo importante y que les gustaba que lo notaran. Qué si Ranma había notado el cabello de su prometida, no sólo eso, había guardado su aroma en su mente cuando llegaba a estar tan cerca de ella como para impregnarse de su esencia, lo había acariciado por la simple curiosidad de saber cómo se sentía, claro siempre fingiendo que la molestaba; y algunas veces lo había observado a los rayos del sol y a la luz de la luna, parecía que cambiaba dependiendo del momento del día. Hasta el cabello de la chica lo enloquecía, ya no tenía remedio: se había aclamado- aunque no lo admitiera- admirador de su prometida.

Si el hecho de escuchar su nombre salir de los labios de Akane lo habían alterado de maneras inimaginables, el saber que ella coqueteaba inconscientemente con él, le avivaba el sentimiento de creerse importante.

-Que te ayude otro- dijo con desgana el azabache, disimulando los latidos frenéticos de su corazón. A Akane comenzaba a colmarle la paciencia.

-Vamos, Ranmaaaa, ayúdame- Su petición le había sonado al muchacho más como un ruego y ahí no podía resistirse, aunque tampoco tenía muchas ganas de comenzar una discusión, optó por la salida más fácil: complacer a la chiquilla.

-Bien vamos.

La tarde de entrenamiento se había pasado rápido y sin ningún problema, todo marchaba según su curso, parecía que el día del chico iba a terminar sin ningún percance. No fue sino hasta que, sin intención alguna, Akane había quedado detrás de su entrenador y en un momento de desespero para derribarlo se había pegado a su espalda; restregando su cuerpo y sus pechos en la misma, con sus piernas plantadas en medio de las de Ranma que se encontraban abiertas como un compás. El pobre chico podía sentir no sólo el peso de Akane, sentía todo su cuerpo y sus brazos rodeando su musculoso torso; simplemente no pudo más y cayó, llevándose a su compañera con él, amortiguándole la caída.

Casi muere de un paro cuando sintió la respiración agitada de la peliazul sobre su cuello, su cuerpo revolviéndose y una pequeña risa que retumbaba en sus oídos acompañada de un sensual "Te tengo". Ranma ahogó un gemido y solamente sintió como Akane se levantaba del suelo para huir del dojo, dejándolo ahí: aturdido, cansado, embobado y caliente.

Pervertido.

La culpa, al igual que las imágenes de esa tarde no salían de su cabeza por más que se moviera entre las sábanas. No era la primera vez que le sucedía, por Dios, tantas veces que había practicado con Akane pero, en esa tarde estaba más sensible y emocional que otras; joder. Se volvió a acomodar y a cerrar sus ojos. Se imaginó a su chica, porque sí Akane Tendo era SU prometida, recostada sobre su cama, desnuda y pálida pero tersa, esas piernas que parecían seguir llamándole interminablemente, sus senos perfectamente moldeados y expuestos para él. Su sonrisa seductora pero tímida y sus labios con ese tono rosado que pronunciaban su nombre una y otra vez; los había saboreado. Se movió tanto en la cama como en el sueño. El chico soltó una especie de gemido con un gruñido y se dio la vuelta en su futón. Una mano se deslizó hacia abajo, debajo de las sábanas, pasando por sus pantalones cortos, hasta llegar a su entrepierna. La tomó y comenzó a acariciar. Maldita sea- se dijo antes de aumentar la velocidad de las fricciones.

SobrecalentadoWhere stories live. Discover now