"Algo natural." (2018)

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Ella corría, con leves tropiezos, tomada de mi mano mientras sentíamos la ropa pesar más de lo normal. Nos detuvimos bajo un balcón viendo como, a metros nuestro, un río de fuerte corriente bajaba por la orilla de la vereda.

- ¿Cómo pudimos olvidarnos el paraguas? - Preguntó ella secándose inútilmente el rostro con las manos.

- Y... el pronóstico decía que recién mañana iba a llover .- Contesté. Miré a todos lados buscando el próximo refugio para no seguir empapándonos. Ella me apuntó con su  mano la parada de colectivo que estaba a una cuadra y media.- ¿Lista? - Le pregunté tomando con fuerza su mano. - Cuando el semáforo se ponga en rojo, cruzamos.

Ella se posicionó a mi lado asintiendo y, ahí, en ese momento, la pude observar detenidamente. Su cabello negro y corto se le pegaba al cuello y a las mejillas. Sentí celos de esa cristalina y pequeña enemiga que se deslizó desde la punta de su nariz, bajó por sus labios y se despidió en su mentón para estrellarse contra su pecho. De pronto, ella me miró y sonrió, algo que logró subir un gran calor a mi rostro y hacerme desviar mi mirada al ahora amarillento semáforo. Apreté su mano y, en cuanto vimos la luz amarilla tornarse roja, comenzamos la carrera bajo la infinita lluvia que nos golpeaba con fuerza en el rostro y hombros.
A escasos metros de la meta, un tirón en mi brazo me hizo detener y retroceder.

- ¿Estás bien? - Le pregunté mientras la ayudaba a levantarse.

-Si, supongo. - Contestó poniéndose finalmente de pie. Sus rodillas tenían una mancha oscura, en forma circular, que intentó limpiar con sus manos, logrando sólo ensuciarlas.

- Deja, deja. - Le dije mientras me sacaba la húmeda bufanda para limpiar sus rodillas. La verdad, es que le quedó impecable, suerte que mi bufanda correría recién al llegar a casa.

Ahora sin correr, pero a paso rápido, llegamos a nuestro destino. Ella se sentó en el banco debajo del techo que nos protegía de la tormenta y me senté a su lado. Tímidamente, volví a mirarla y me sorprendí al conectar con su mirada miel, junto a esa expresión tan dulce que me daban ganas de comerla a besos, con esa sonrisa que era más brillante que el sol visto de frente, con ese aroma que juntaba todas las flores y los frutos del mundo en su cuello y con ese cabello que hace sólo minutos se dejaba llevar por el viento. Ella se volteó bruscamente, entristeciendo y despertándome.

- Ahí viene. - Dijo levantándose del banco, alzó su brazo e hizo a la gran bestia con ruedas detenerse a su lado. 

Nos miramos una última vez, ella se acercó rápidamente y pude sentir sus labios en una húmeda y fría caricia sobre los míos, que sentí durar una eternidad. La vi partir y me dispuse a volver a casa; la caminata de regreso fue lenta y tranquila mientras aquella sonrisa no se borraba de mi rostro.
La lluvia no me había gustado tanto antes de nuestro último encuentro con ella. Ahora, en un día de lluvia, volvíamos a casa desde el registro civil con nuestros anillos de oro goteando, sin importarme mucho el resfrío que me había agarrado.

- ¿Cómo te sentís? - Me preguntó ella.

- La mujer más afortunada y resfriada del mundo. -  Contesté.

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