Parte 36: Sin descanso

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Aquel viernes por la tarde, como casi todos los días, Joseph estaba reunido con sus amigos en el salón del Club. Se sentía muy tranquilo y relajado, ya que hacía casi tres semanas que no había vuelto a tener noticias del Embaucador. El chico se había esforzado por aprovechar aquel tiempo para intentar relajarse al máximo, sin ningún reto oscureciendo sus ánimos.

No obstante, la primera semana la había pasado fatal, temiendo que su cruel adversario apareciese en el momento más inoportuno para tenderle nuevas dificultades. Afortunadamente para Joseph, los días pasaron sin mayores contratiempos y, gracias a la compañía que le hacían sus amigos, consiguió liberarse de parte de sus preocupaciones. Sus buenos ánimos se acrecentaron tanto que, al cabo de la segunda semana libre de retos, había olvidado qué razones lo habían llevado a tener que vérselas con un ente como el Embaucador.

Sin embargo, aquel viernes Joseph sintió un pinchazo en el alma. Había recordado que, aunque el Club del Terror seguía existiendo, aún faltaba su miembro más importante. Joseph sintió desprecio por sí mismo por haberse atrevido a olvidar la verdadera motivación de sus actos: recuperar a Sia. Dicho pensamiento inundó de aflicción a Joseph, quien se esforzó por ocultarlo de sus amigos.

—Mañana van a inaugurar un parque de diversiones cerca al mar —comentó repentinamente Hans, quien últimamente parecía más seguro de sí mismo—. Si gustan podríamos ir.

—¿Es en serio? No tenemos diez años, ¿sabes? —espetó Edward con una sonrisa burlona—. Además, si es su inauguración seguro se van a dedicar a cobrar precios exorbitantes.

—Mi padre es el inversor principal del proyecto... me dijo que podía invitarlos. Sería completamente gratis.

Edward se aclaró la garganta.

­—Bueno, en ese caso...

—¡Es una idea genial, Hans! —exclamó Lilian, dando unas palmadas—. ¿Qué opinas, Joseph?

Joseph no contestó, ya que no había escuchado absolutamente nada. Su mirada permanecía prendada de un punto fijo en la pared, mientras se preguntaba a sí mismo en qué momento volvería a aparecer el Embaucador. Al fin y al cabo, mientras más se demorase aquel monstruo, más sería el tiempo que tendría que esperar para poder volver a ver a Sia.

—Oye, anormal, deja de soñar y habla —dijo Edward, sacudiendo a su amigo de un hombro.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Joseph miró a todos con confusión.

—Hans ha propuesto que mañana vayamos a un parque de diversiones —explicó Lilian.

—¡Ah! Sí, suena bien.

Lilian, Edward y Hans se miraron con preocupación. Ya lo habían sospechado desde hace un tiempo, pero sabían que Joseph había cambiado radicalmente desde la muerte de Sia. Si bien su amigo nunca había sido alguien especialmente conversador ni tampoco muy animado, lo cierto era que, desde la tragedia, parecía estar sumido en una depresión continua, con fugaces momentos de turbación que podían llegar a ser agresivos.

—Entonces, ya tenemos plan para mañana —dijo Lilian, intentado amenizar las cosas.

—Le avisaré a mi padre para que no haya ningún problema.

La reunión transcurrió con normalidad mientras todos, excepto Joseph, opinaban sobre qué emociones podría darles el parque de diversiones al que iban a ir. Ya muy avanzada la tarde, se fueron despidiendo y, uno a uno, abandonaron el salón del Club para volver a sus respectivos hogares.

Joseph, por su parte, se quedó solo en el salón, intentando aprovechar el silencio que lo envolvía para poder poner en orden sus pensamientos. Luego de unos infructuosos minutos, consideró que no ganaba nada estando más tiempo allí y se dirigió a la salida de la universidad.

Al llegar, para su sorpresa, encontró a Hans, quien parecía estar esperando algo.

—Hans, sigues por aquí —dijo Joseph, acercándose a su amigo.

—Sí, bueno... quería hablar contigo. —Hans se pasó una mano por el cabello, alborotando sus rizos rubios—. Quiero pedirte un favor.

—Habla sin preocupaciones —respondió Joseph, aceptando que le debía una a Hans—. Haré cualquier cosa que esté a mi alcance.

—Yo... este... —Hans parecía sumamente nervioso y no dejaba de mirar a su alrededor—. La verdad es que, en un inicio, pensaba invitar solo a Lilian a la inauguración del parque de diversiones pero... no me atreví y consideré mejor invitarlos a todos.

—¿Solo a Lilian? ¿Por qué?

—Ella... —Hans tragó saliva—. Ella me gusta y quería decírselo.

Joseph levantó ambas cejas, completamente sorprendido. Para él, Hans siempre había sido una chica más en el grupo, por lo que escuchar que estaba interesado por Lilian le sonaba realmente extraño e, incluso, perturbador.

—¡Vaya! ¡Así que Lilian! Siempre pensé que tú preferías... —Joseph rio con confusión, pero se calló pensando que podría llegar a ofender a su amigo—. Bueno, ten por seguro que te ayudaré. Pero... ¿cómo podría hacerlo?

—Cuando vayamos al parque, me gustaría tener la oportunidad de quedarme a solas con ella —explicó Hans, muy animado—. Va a haber un festival de fuegos artificiales en la noche, por lo que sería la ocasión perfecta.

—¡Genial! Entonces le diré a Edward para desaparecer del mapa antes del festival.

—¡No! —exclamó Hans, meneando la cabeza—. Sé que Edward también es amigo nuestro pero... no creo que vaya a querer ayudarme de manera seria.

—Supongo que tienes razón —coincidió Joseph, aceptando que Edward podría llegar a arruinar cualquier plan solo para divertirse—. En ese caso, veré como me las arreglo. No te preocupes Hans, tu plan de declaración será todo un éxito. Tú ten confianza.

—¡Muchas gracias, Joseph!

Dicho esto, Hans se fue muy contento. Joseph lanzó un largo suspiro y comenzó a caminar. Le agradaba mucho la idea de tener la oportunidad de devolverle el favor a Hans. Y, pensándolo de manera mucho más fría, también podría representar una ventaja ya que si sus amigos llegaban a entablar una relación, seguramente tendrían menos tiempo para el Club del Terror, por lo que Joseph no tendría que preocuparse de intervenciones ajenas durante los próximos retos.

No obstante, sus buenos ánimos no duraron mucho, ya que al dar el primer paso fuera de su universidad, su camino fue cortado por el Embaucador en su bizarra forma infantil

—¡Maldito monstruo! —espetó Joseph, deteniéndose abruptamente.

—Qué interesante forma tienes para saludar a un superior, Joseph Irolev.

—Deja tus estúpidas bromas a un lado. Has venido para darme el tercer reto, ¿verdad?

—Así es.

Joseph sonrió burlonamente.

—¿Y bien? ¿A quién tengo que hacer amistar ahora?

—Te escuché hablar con Hansel Krauss hace un momento —respondió el Embaucador, con una sonrisa aún más burlona que la del chico—. Y se me acaba de ocurrir una idea realmente divertida.

Joseph apretó la mandíbula, presintiendo que aquel ser estaba a punto dedecirle algo sumamente desagradable.

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