-"Es por esto que he nacido"- especuló Gibhore para sí mismo. El cielo cubierto de un estremecedor color sangre que, con tan poca suerte, intentaba cubrir de tal hiriente manera al sol que yacía; otorgándole un hermoso resplandor naranja. Pero lamentablemente, cualquier cosa que provenga de aquí, es temido por ellos. Excepto para Gibhore. Él encontraba hasta en el escarabajo más desagradable su encanto de tan solo existir.
Él estaba listo y lo sabía, se habría preparado para esto hace bastante tiempo, el suficiente para razonar que tal vez no regresaría. Y era demasiado tarde para dudar, estaba en el otro lado.
- Se lo que piensas, Imath. Y no, no me he vuelto loco.- espetó Gibhore quien recibió de este una mirada de indiferencia.
- Además, si no te importa para nada, ¿Por qué me has seguido hasta aquí? Cierto, ya recordé - agregó - Me sigues desde que tengo memoria, no puedes vivir sin... ¡Imath! - gritó al verlo orinar en lo que parecía haber sido una roca pero ahora solo era materia negra con fuego en su interior. O eso era, ya que la orina que caía alrededor dejaba mucho que desear, ahora era solo una masa oscura con gran humo de orina dispersandose en ella.
Gibhore lo miraba con asombro y cierto descontento; Imath se limitaba a observarlo con la misma mirada que tenía desde que llegaron, solo que con una elevación agregada en una de sus patas traseras.
No tardó mucho en que a Gibhore se le dibujara una mueca en el rostro, no pudo evitarlo. Imath bajo la pata dando por entendido su victoria en la discusión. Gibhore pensó seriamente en llamarlo "perro" pero,luego de pensarlo detalladamente, llego a la conclusión de que es mejor tenerlo cerca combatiendo juntos a que tener que darse un duelo, no solo a su mejor amigo desde que puede y tiene uso de razón, sino de enfrentarse a un lobo que, a primera vista no atemorizaba. Pero si alguien se metiera con Imath y conociendo su poder... Gibhore pensaba esto con cierto horror y pánico.
-" No lo llames perro"- pensó Gibhore - "jamás debes ofender a quién ha hecho mucho por ti, aprende a convivir con él porque siempre estará contigo hasta el final"- recordando las palabras exactas que le dijo su padre cuando era un niño.
Gibhore observaba una vez más el paisaje que reflejaba en lo que se había convertido Gaya, con su cielo Rojo en el que apenas podía ver el crepúsculo, los árboles ahora eran solo ramas y troncos negros. Recordó haber leído en los pergaminos que su padre le había prohibido, que los árboles juraron jamás abandonar Gaya luego de su destrucción. El suelo era demasiado seco, con tierra y carbón mezclados con rocas de fuego.
Gibhore e Imath siguieron caminando unas cuantas millas hasta notar que ya no se encontraban entre los árboles.
Imath gruñó e hizo que Gibhore se alertara, sacó su arma, no demasiado grande, pero si lo necesitaba podía aumentarse más de lo debido.
Tenía una figura de circunferencia originada por una gran luz dorada. Los dos se mantenían en posición alerta mientras daban pequeños pasos hacia su destino, terminando en la punta de un alcantilado. Gibhore miró atónito, luego le siguió Imath; se podían oír risas, llantos, gritos.
Era todo un caos.
Delante de él estaban ellos, los mismos que causaron la destrucción pero, que iban ser los primeros en ayudarlo a divulgar su salvación.