Capítulo 1: Deirdre

19 2 0
                                    


Deirdre es una joven celta que vivía en una choza en medio del bosque junto con un Druida que juró cuidar de ella. De su historia se sabe muy poco, nadie sabe cómo llegó a manos del anciano y las especulaciones son muchísimas. A pesar de esto, muy poca gente la conoce o siquiera la ha visto, a veces cuando va al río en verano, otras cuando el viejo le hace ir al pueblo a comprar algunos víveres. Lo que sí todos saben, es que esta misteriosa joven es bellísima; su pelo alborotado y color negro azabache, brillaba al contacto con el sol y mucha gente del mercado afirma que cambiaba según la estación del año, la hora del día o simplemente de su humor. Sus ojos, verdes como la esmeralda tenían un brillo particular, ella no era capaz de comprender su propia belleza, por lo que casi nunca pensaba en ello. Era esbelta y gustaba de usar vestidos largos pero poco ajustados, así podía cabalgar libremente por el bosque y seguir el cauce del río. Eso era lo que más amaba, su libertad. Gustaba de burlarse de las grandes señoras y princesas de la comarca, puesto que eran esclavas de su propio reino. A diferencia de ellas, la joven no se veía obligada a nada más que ayudar al Druida con sus pociones y hechizos. Sus mascotas, tan únicas como ella misma, eran dos cuervos que iban a visitarla todos los días al alba; la acompañaban a recolectar fruta, en sus paseos y su vida diaria en general.

-¿Han pensado en que el viento está hecho para ustedes? - Preguntó la joven, que se encontraba recostada sobre el verde pasto a las afueras de su humilde hogar al sentir una leve brisa. A su Izquierda Hess y a la derecha Neggin, sus cuervos.- Pueden volar e ir a donde les plazca - Susurró cerrando los ojos y suspiró. Estiró los brazos para alcanzar a sus compañeros y poder acariciar sus suaves y negras plumas.

El día estaba tranquilo como era usual, pero Deirdre tenía un deseo en el corazón que no le había comunicado al Druida, quería iniciarse como uno. Ya sabía bastante sobre pócimas y brebajes, podía prepararlos ella sola, puesto que ella hacía la mayor parte de las que el viejo se atribuía, debido a que la edad ya comenzaba a pesarle. Ella no conocía a otros ancianos sabios como aquel que era como su padre, le apreciaba mucho y aunque le tenía un respeto muy grande, le tuteaba a veces para hacerlo reír. Quería ser una mujer respetada, casi como los nobles pero con su libertad intacta. Deseaba ser una erudita, que su viejo padre adoptivo le entregara todos sus conocimientos y así poder dirigir ritos e incluso los sacrificios para los dioses, incluso sabía que el viejo podía adoptar otras formas, pero él nunca lo había aceptado frente a ella.

Estaba nerviosa pero decidida. Cerró los ojos y respiró profundo. Sus largos cabellos estaban como regados por el pasto, miró una vez más al cielo y se puso de pie, Hess y Neggin se echaron a volar y Deirdre los miró para saber a dónde se dirigían -Ah...- Hizo una mueca con la boca y miró hacia la choza. -Saben que no es una buena idea.

Caminó hasta la entrada de su casa, era una choza alta. Su base estaba hecha por rocas apiladas que le daban una forma circular. Tenía unos pilares que hacían de estructura para el techo, que estaba hecha de paja apilada, que en su centro estaba ya casi negra, debido a que ahí era el lugar donde se prendía el caldero. A modo de puerta, tenía un par de tablas de madera que por suerte no dejaba pasar el frío de la vieja Irlanda. Ya que se encontraba en medio del bosque, casi nunca se veía iluminada por el frío sol de verano, pero por suerte para el anciano, la mayoría de las plantas que necesitaba para sus brebajes crecían en los alrededores de su casa y unas pocas crecían cerca del acantilado, el lugar favorito de Deirdre Junto con la cascada.

Abrió la puerta y encontró al Druida. Estaba sentado leyendo un libro que se veía igual de viejo que él, en un piso de madera envuelto en una túnica de color azul y la de base color blanco. A pesar de tener su cabeza cubierta, podía verse su rostro, ovalado y con pequeños rastros de arrugas, por que a pesar de su edad, sus pócimas le hacían ver un poco más joven. Su nariz era larga y puntiaguda, si se le veía de lado parecía el pico de un águila de mar, que siempre puedes ver pescando por las costas cercanas al acantilado. Su cabello ya era blanco, así como su barba, símbolo tan característico de los druidas, medía quizá medio metro de largo y siempre estaba descuidada. Se acercó a él cerrando la puerta a sus espaldas y se quedó mirándolo fijamente por un par de segundos.

-Viejo, necesito hablar contigo- Le habló la joven algo nerviosa. Él levantó la vista y le miró en silencio mientras la chica intentaba sacar unas palabras de su boca.- Quiero que me instruyas- Deirdre lo miró atenta, como intentando descifrar sus pensamientos, tratando de leer cada movimiento que el hombre que se encontraba frente a ella hacía. Suspiró, casi rindiéndose, ya que el viejo sacerdote no emitía una palabra y el silencio era casi visible.

-No puedes- Respondió secamente el seguidor de Dagda.- No es tu destino- Más que tranquila, Deirdre se sintió confusa y se puso en una posición más cómoda a los pies de él. "¿Mi destino?", se preguntó a sí misma. Su destino claramente tenía que forjarlo ella, a través de sus acciones, sus ideas. Ella sabía mejor que cualquiera que el destino no está escrito. Miró fijamente al hombre una vez más, no estaba dispuesta a aceptar eso.

-Sabes que no creo en el destino- Replicó- Somos almas libres que podemos elegir cómo queremos terminar nuestras vidas, y yo elijo ser una druida.

-Hagas lo que hagas no podrás alejarte de él. - Volvió a abrir el libro y bajó la mirada a él como tratando de decir que la conversación se había acabado. La chica se puso de pie frustrada, sentía como el disgusto por su respuesta se elevaba por su cuerpo y hacía que su temperatura subiera. Salió de la choza y fue hasta el intento de establo que ambos habían construido cuando ella era niña.

Los recuerdos inundaron su mente, mientras entraba a ver a su yegua acarició los pilares de la entrada que, a pesar de ser madera habían soportado grandes tormentas y había cobijado a más de un viajero que por mala suerte se había topado con aquel mal tiempo que abundaba por el invierno. Se sentó ahí un rato, segura de que debería buscar otra forma en la que pudiese convencerlo.

Pasaron varias semanas desde que Deirdre consultó al anciano si acaso podría ser instruida por él mismo, pero la decisiva respuesta caló hondo en su corazón y se planteó incluso olvidar aquello, aunque la idea de convertirse en druida seguía quitándole el sueño.

Ya era casi mediodía, la comida ya estaba lista y solo faltaba que el anciano volviera de su casi ritual visita al bosque. Usualmente volvía con una gran cantidad de plantas medicinales con las que solía preparar sus brebajes. De la comida Deirdre se encargaba, aunque en un principio siempre fue él el que iba a cazar al bosque o a recoger setas para aderezar la comida, desde que pudo hacerse con un arco la cacería se convirtió en su preocupación. El erudito se preocupó de instruir bien a la joven, ya que ese conocimiento le sería indispensable para cumplir su destino. A pesar de que Deirdre no disfrutaba el proceso de matar a un animal, concilió que ello era parte de vivir. Nunca había tenido que enfrentarse a una persona, pero sabía que se encontraba preparada para cualquier situación. La puerta de la choza se abrió y supo de inmediato que era el druida. Al entrar el olor a comida, una suerte de estofado de jabalí inundó los sentidos de su padre adoptivo y el hambre comenzó a hacerse notar, su estomago sonaba con furia y dejó al tiempo una canasta con plantas y otras cosas sobre la mesa.

La muchacha sirvió dos platos de su estofado y los llevó a la mesa. Esperando a que el anciano se sentara, se acomodó sobre una silla y comenzó a comer mientras que el hombre hizo lo mismo en silencio fúnebre.

-¿Pasó algo? -Preguntó la joven mientras comía

-No aún, pero estuve pensando en lo que me pediste hace unos días.- El viejo miró su plato de comida- Y decidí instruirte, pero aquello que traerá esa decisión no te hará feliz. El corazón de Deirdre no podía de felicidad, podría cumplir su sueño de instruirse como una Druida.

Era bien sabido que en Irlanda la mujer gozaba de los mismos derechos que un hombre, pero no dejaba de ser raro que una mujer quisiera ser Druida. Por lo general estas deseaban a lo más ser guerreras, así como en las civilizaciones de Norvegia. Si su designio era bueno, y el antiguo hombre del bosque afirmaba que así era, podría dirigir rituales e incluso volverse una sacerdotisa importante en el culto a Epona. Pero la joven no deseaba eso, ella quería dirigir sacrificios, ser líder y por sobretodo poseer el saber. Pero el Druida sabía que su destino era otro, era gobernar y luchar para salvar al reino que apenas conocía. 

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Oct 29, 2018 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

La Danza del FuegoWhere stories live. Discover now