SEIS Y SIETE

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Seis y su mujer en realidad no eran viejos. Ella cuarenta y ocho, él cincuenta.

Esa noche, fue una noche de rock.

El hijo de ambos era el guitarrista de la banda. Era la primera vez que Seis lo oía tocar. Al regresar del show, todavía estaba exaltado y confuso. Pero, sobre todo, tenía la sensación de tener algo importante que decir. Abrió la puerta de la casa, se deshizo del gato roñoso, fue a la cocina y la vio sentada, cabeza abajo, borracha, con el pelo liso colgándole opaco. A pesar de la insistencia de Seis, ella no había podido cruzar el umbral de la puerta para ir juntos al concierto; no sabían del hijo hacía algunos meses, y quizá debido eso, los monstruos que la sometían al letargo del alcohol, la habían vencido otra vez.

La idea se le cruzó a Seis al verla así. Los músculos de su corazón se contraían y se dilataban con una fuerza ; la misma fuerza, por qué no, que había tenido la banda sobre el escenario. Primero pensó en llevarla hasta el sofá, desvestirla y penetrarla, pero no pudo. En su cara se formaron líneas de asco. Tomó un cuchillo, lo tuvo cierta cantidad de minutos en su mano, y antes de devolverlo a su sitio, con la imaginación, se lo clavó en la espalda, en la cabeza, en la cara. Respiró hondo. Le dio un par de patadas y otros tantos golpes de puño, insultándola, gritándole que de una vez por todas despertara, hasta que comenzó a cansarse. Seis no la había golpeado nunca. Cada embestida, fue una trizadura que no pararía hasta cambiar la fisonomía de las cosas. Cuando el gato se acercó a lamer la sangre que caía de la boca de ella, no intentó apartarlo. Tampoco se quedó a ver como el cuerpo se atoraba sobre las baldosas, con un movimiento parecido al hipo.

Tras lo que pudo ser demasiado tiempo, ya sola, la esposa de Seis logró arrastrarse hasta la puerta y pedir ayuda a los vecinos. Unos pocos golpes y unos pocos minutos faltaron, según la opinión de los doctores del turno de urgencias, para que pasara a engrosar la lista de femicidios del año; lo que murió eso si, fue la vida en común. Y si es por hacer comparaciones, la vida de él murió mucho más: ella, después del alta, siguió emborrachándose exactamente igual.

El hijo de ambos, esa noche, tocó la guitarra de un modo tremendo.

La banda estuvo lista para salir al escenario, las luces se apagaron y todo quedó en silencio. Luego el rock explotó con la fuerza de un golpe en el cráneo. Fue cosa de ver las caras de asombro, y después ver cómo todos saltaban y se daban al trance. Seis estuvo un par de horas agazapado hasta que comenzó el show; observó expectante, respirando lo que había a su alrededor, en especial el hecho de superar por mucho la edad de quienes se agolpaban junto a él. Su asombro no fue poco al ver que, al comienzo, no reconoció a su hijo. Seis tenía cuatro petacas de ron en la sangre, y dos más en los bolsillos. El hijo no imaginó que era observado desde las escaleras, a un costado del escenario. La noche, del hijo, fue una noche estelar y al mismo tiempo, fue una noche estrellada, porque terminó mirando el cielo de amanecida, en las afueras de la ciudad, acompañado por primera vez de la corista de piernas tatuadas con la que, dentro de tres años, engendrarán al nieto de Seis.

El hijo había pulverizado el teléfono celular una mañana después de irse a causa de una discusión, y los meses que siguieron, se dedicó a borrar tras de sí todos los indicios posibles. De haber sido capaz, habría cambiado la historia de su vida desde el origen. Al tocar la guitarra algo de esa rabia va a las cuerdas, y de las cuerdas al aire, y del aire a los oídos de Seis que, sin saberlo del todo, o sabiéndolo, pero sin terminar de encajarlo, se dejó seducir durante el show por el desplazamiento que sugerían las canciones, en especial una de ellas: la lírica le pedía algo a la luna; era una petición urgente, envuelta en un ritmo de redoble militar. Las estrofas hacían la petición detallada y, a la vez, un coro de voces como de tropa en marcha, decía que, por muy urgente que fuera, daba igual si aquello era concedido o no, pues nada, ni la propia luna, iba a impedir lo que tuviera que suceder. Sonaba a desafío y a confianza en fuerzas ulteriores. El redoble era acompañado por la profundidad de un bajo en primer plano, que ponía los pelos de punta.

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⏰ Last updated: Feb 22, 2019 ⏰

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