2. Fernet con cola

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Regresé al callejón creyendo que al sentarme saldría por la ventana para decirme vuelve, recibí mensajes falsos, de pena y de amistad solamente, tome lo que pedí mendigando de inmediato, dobla la esquina y mátame que ya es de mañana, no importa... mi juventud resumida en chocolate barato y madera sin prender. Comencé audaz en medio de la cirrosis y la parafernalia de símbolos patrios que significaban mi derrota, pírrica como la vida misma que evitaba aceptar, los dulces aromas de una Piscis encantada, del azul prístino que se humedecían con cada parpadeo, Alemania en medio del altiplano, la Diógenes que me pegaba un candelabrazo de virginidad absoluta, una que me concernía solamente a mí. En tanto, murmuraba a una vela, una plegaria que no iba hacia ningún cielo o infierno, veinticinco lágrimas que conté por ocio y dos que conté para parar, los mismos disturbios del mar arraigados entre pégalos donde no haya humedad y un por favor no me quites lo que aún puedo salvar. No hubo ocasión donde no me sintiese menos que el otro jugador, al menos no la recuerdo... puedo decir poco orgulloso que la droga más tóxica que consumí fueron de aquellas cuevas húmedas que conocí, puedo decir que el dolor verdadero, ese que cala el alma con saña de bestia carnívora prehistórica y mata solamente con precisión humana vino únicamente de aquellas que no.

Y así comencé a beber después de la preparatoria, la excusa fue un desengaño que jamás quise aceptar de lleno, una pupila marginal de proezas burdas y manicomios enredados.

Y la resaca, esa esposa de la cual no me zafo por miedo a estar aún más solo, tan fiel, tan intensa, me despertaba a la una de la tarde religiosamente besándome el oído para meterme la lengua hasta el cerebro, se desnudaba pero no me dejaba tocarla, jamás se afeita, jamás se corta el cabello ni se baña, siempre está ahí tan hermosa pero tan tosca, tan irritante, tan hija de puta.

Al final de cada vistazo a la derecha que daba por mala costumbre de borracho solitario, me pegaba al móvil para buscar alguna oportunidad en mi entonces misoginia camuflada con frases bonitas, como sacerdote pederasta en toga de monasterio y cruz en mano, yo la ocultaba con besos. La perfidia de mi voz era como el sonido de mar cuando no hay aún olas, cuando el letargo se interrumpe de manera misteriosa esperando asustarte y matarte de un ataque de pánico, mi mirada solo tenía un nombre, pero de mi boca salían cientos, el blanco de cada calzon quitado, ondeando en el picaporte como bandera de paz, cada preservativo caía como muela del juicio extraída, cada mañana se perdía con el olor de cabellos, que a veces formaban un extraño arco iris de tonos pastel dentro de la almohada, a veces tomaba uno y lo trataba de oler, a veces solo a veces lo reconocía, y lo amaba.
A la mañana siguiente los humos de pestilencia a tabaco y bombines de sobrevivientes beodos que hubiesen pernoctado eternos bajo la sinfonía del alcohol, una pequeña morena a lado, olor a maní tostado y Cedrón. Aún sin besos en aquella cama, que linda era la mañana junto a ella, levantase cuál cartón que es empujado por el viento, inclinase la cabeza y viese la hora que siempre daban las míl, posase cibernética hacia la cascada de aquella selva de concreto, bebe en manantiales de hierro y mármol, un poco de higiene bucal con plástico, mírame maldita que aún te observo! Ritual de sumisión antiguo, prensa se zapatos altos, medio beso y adiós.. Adiós hasta el próximo sábado campeón, tú no eres el chocolate que cubre este bombón, eres el palito que lo hace girar, corazón. Cuanta realidad me daba aquella sirena sin cola, cuánto optimismo y seriedad, cuanta sinceridad. Pequeña cuál sonrisa de vago, cruel como fuera bestia hambrienta, hambrienta de mi cada día, besos solo al final. Bailaba siempre al final, me besaba siempre al final. Cazábamos siempre juntos, en la misma selva, con los mismos arcos y las mismas flechas, ella apuntaba a las arterias, a donde pudiese sangrar más, era tímida, celosa, inteligente y callada, daba siempre en blancos fáciles, blancos casi muertos, era eficaz y astuta. Pero la lejanía de mundos y el amor que a veces le tocaba la puerta hacia que ella se girase a mi en busca de calor, sabía que cazábamos juntos, que tanto ella como yo fijábamos las presas más jugosas, pero como también buenos caníbales acabamos suicidándonos juntos. Ella empezaba siempre, cuál serpiente que envenena primero, sus colmillos siempre afilados, dolorosos, ardían en aquel cuarto de motel barato de barrio bajo, me dejaba siempre vivo, agonizando, solo para poder comer mirándome a los ojos siempre, me tocaba la barba y gruñía, enojada, cansada y casi torturada, cuál gota de lluvia cae al ojo, cuál filo de aguja pudiese entablar debate con piel tensa, cuál pupila dilatada por tanta coca llorase, serpiente andina de bajo perfil, Katari, cola corta y escamas de seda, que de una cama de plaza hacia su nido blasfemo y nocturno, comiendo lentamente a una rata entregada, medio muerta, que ha visto partir a cada pedazo de pan y mugre de sus dientes roñosos y que por fin va a buscar a la muerte, para no encontrarla en el hambre. Madrugue casi sin poder respirar a lo profundo de un sillón decolorado.

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⏰ Last updated: Nov 13, 2018 ⏰

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