12

256 32 0
                                    


Me despierto empapado en sudor. He estado soñando, soñando con algo que se inclinaba sobre mí.

Algo con los dientes retorcidos y los dedos ganchudos. Algo con un aliento que olía como si hubiera estado devorando gente durante décadas sin cepillarse los dientes entre comidas. Tengo el corazón desbocado. Deslizo la mano bajo la almohada para agarrar el áthame de mi padre y, por un segundo, juraría que mis dedos rodean una cruz, una cruz con una tosca serpiente alrededor. Sin embargo, la empuñadura del cuchillo está ahí, a salvo en su funda de cuero. Malditas pesadillas.

Mi corazón empieza a calmarse. Miro hacia el suelo y veo a Tybalt observándome, con el rabo en alto. Me pregunto si estaría durmiendo sobre mi pecho y lo habré catapultado al despertarme. No lo recuerdo, pero ojalá haya sido así, porque habría sido para partirse de risa.

Pienso en tumbarme de nuevo, pero no lo hago. Noto una sensación tensa y desagradable en todos los músculos y, aunque estoy cansado, lo que realmente me apetece es hacer un poco de atletismo —

algún lanzamiento de peso y algunas carreras de obstáculos—. Fuera, debe de estar soplando el viento, porque esta vieja casa cruje hasta los cimientos y los tablones del suelo se mueven como fichas de dominó, emitiendo un sonido parecido a pisadas rápidas.

Sin pensármelo dos veces, salgo de la cama y me enfundo unos vaqueros y una camiseta. Luego guardo el áthame en el bolsillo trasero de los pantalones y bajo las escaleras. Me detengo únicamente para ponerme los zapatos y levantar de la mesita con cuidado las llaves del coche de mi

madre. A continuación, estoy conduciendo por calles oscuras bajo la luz de la luna creciente. Sé hacia dónde me dirijo, aunque no recuerdo haberlo decidido.

* * *

Aparco al final del camino de acceso de la casa de Jimin, que está lleno de hierbajos, y bajo del coche, sintiéndome todavía como un sonámbulo. Aún noto la tensión de la pesadilla en mi cuerpo. Ni siquiera escucho el sonido de mis propias pisadas en los desvencijados escalones del porche, ni siento mis dedos rodeando el pomo de la puerta. Luego, entro y caigo al vacío.

El vestíbulo ha desaparecido, me precipito unos dos metros y medio y aterrizo de morros sobre la tierra fría y polvorienta. Unas respiraciones profundas devuelven el aire a mis pulmones y, de forma instintiva, me pongo en pie sin dejar de pensar, ¿qué demonios ha pasado? Cuando mi cerebro se conecta de nuevo, espero medio agachado y con los cuádriceps flexionados. Tengo suerte de no haberme destrozado las piernas. No tengo ni idea de dónde estoy y mi cuerpo está preparado para

agotar las reservas de adrenalina. Sea lo que sea este sitio, es un lugar oscuro y apesta. Intento no respirar demasiado profundamente para no dejarme invadir por el pánico, y también para no inspirar demasiado lo que hay a mi alrededor. Huele a humedad y podrido. Aquí abajo han muerto un montón de cosas, o tal vez hayan muerto en otro sitio y las han almacenado en este lugar.

Este pensamiento me empuja a alargar la mano hacia el cuchillo, mi afilado colchón de seguridad rebanador de pescuezos, al tiempo que miro alrededor. Reconozco la etérea luz grisácea de la casa; se está filtrando a través de lo que, supongo, son los tablones del suelo. Ahora que mis ojos se han adaptado a la penumbra, veo que las paredes y el suelo son en parte de tierra y en parte de piedra en bruto. Mi mente hace un rápido repaso de cómo subí los escalones del porche y franqueé la puerta.

¿Cómo he acabado en el sótano?

—¿Jimin? —la llamo en voz baja y el terreno se sacude bajo mis pies. Recupero el equilibrio apoyándome contra una pared, pero la superficie bajo mi mano no es de tierra. Es viscosa. Y está húmeda. Y noto que respira.

Jimin vestido de sangre [kookmin] (CORRIGIENDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora