48: Empezar desde cero

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*Dedicado a hadakey por cumplir con el rol de pitonisa y acertar con su predicción sobre lo que ocurriría con los resultados de las pasantías y lo que Maggie haría. 

Capítulo 48 | Empezar desde cero

Me revolví entre las sábanas sin querer encarar aquella mañana.

Era el tercer día que me negaba a enfrentar el verdadero motivo por cual había viajado hasta acá. Cuando salí de mi departamento, lo hice para venir al único lugar que mi corazón me exigió, que era, por supuesto, la casa de mi papá.

Era extraño y desolador. Abrí la puerta con mis llaves viejas y sentí el abandono entre aquellas paredes, el olor a humedad y polvo, y la falta de colores ante la presencia del viejo Clint.

Me propuse visitarlo en mi primera tarde en Roanoke, pero no fui capaz. Le pedí al Uber que se devolviera y me dejara en el centro de aquella pequeña ciudad —que comparada con Nueva York no era más que un pueblo—, y me senté en un café durante horas, sin ordenar nada más que limonadas.

Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que había visto a mi papá. Podría decir que mi vida en ese entonces era mucho más sencilla de lo que era ahora —a pesar de que en ese momento yo pensaba que me ahogaba entre problemas—. Pero quizás era una costumbre de humanos pensar que el pasado siempre fue mejor, o al menos más sencillo.

La última vez que vi a mi papá tenía esperanzas de continuar en mis pasantías. Nate y yo estábamos en Florida juntos, aun descifrando qué era lo que teníamos. Tom y yo no éramos más que amigos con planes un poco infantiles para poder quedarnos en LB&T. Yo era otra Maggie, una que, a pesar de haber recibido golpes duros en el pasado, no estaba tan rota como la Maggie actual.

Con un nudo en mi pecho que me dificultaba respirar, decidí que no podía seguir postergando lo impostergable. Me arreglé y pedí un Uber para dirigirme al cementerio, sin ninguna nueva excusa. Porque el dolor jamás podía ser una excusa para hacer lo correcto.

Mi mirada se perdió entre el paisaje detrás de la ventanilla del coche. Me había acostumbrado a la selva de concreto que representaba Manhattan, y ahora esta inmensidad de árboles, casas de madera y peatones inexistentes —porque todo el mundo se trasladaba en carro—, me resultaba tan minúscula y hasta desconocida. Este pueblo que había sido mi hogar una vez, ahora lo veía tan extraño. Me sentía como una forastera.

Quizás los hogares eran siempre cambiantes. Quizás el único hogar que importaba no estaba en una casa o una ciudad, sino en el propio corazón. De ser así, ¿cuál era mi hogar ahora?

Alisé mi vestido con las manos tras bajarme del taxi y pagarle al amable chico que respetó mi silencio y me dejó hundirme en mis propios pensamientos y reflexiones. Esa mañana había decidido colocarme uno de los vestidos que mi papá me regaló cuando aún vivíamos con él —y sorprendentemente aún me quedaba—, que era bastante casual, floreado e ideal para finales de primavera.

Sentí mi móvil vibrar en mi cartera y maldije por dentro al no haberlo apagado antes, de todas maneras lo ignoré. Supuse que era un mensaje de Audrey o de Brianna, con quienes había hablado bastante en el último par de días.

Mis pies se arrastraban con desgano mientras me preguntaba por enésima vez qué se suponía que haría cuando llegara al lugar donde habíamos enterrado a papá. ¿Debía hablarle a la lápida como hacían las demás personas? Jamás había hecho aquello, y sabía que con solo intentarlo se me rompería el corazón. No por hablar, sino porque sabía que él no me respondería.

Pero supongo que existe una parte de nuestras vidas que está dedicada a adaptarse a la ausencia de algunas personas. De amigos, de familiares, de amores. Cada partida punzaba —unas más que otras—, y adaptarse a la falta de alguien corroía hasta el alma. Pero era parte del proceso de vivir.

Vendiendo el amor © ✓ [Vendedores #1]Where stories live. Discover now