Capítulo I

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Era diciembre 24 cuando Aristóteles Córcega detuvo su auto frente al edificio donde creció. La vieja edificación, con aquellos detalles pintorescos y propios de Oaxaca seguía brillando como siempre. La partida de la matriarca hacía dos años atrás no hizo que el Edificio Córcega se descuidara. Todo lo contrario, y como su mayor legado, la familia que aún habitaba ese sitio se preocupaba por mantenerlo impecable, tal y como doña Imelda insistió toda su vida.

La Panadería Córcega se mantenía activa. Una nueva generación se encargaba de su administración ahora que doña Blanca se había retirado. Para ella no fue difícil tomar esa decisión, ya que don Eugenio, conforme su enfermedad avanzaba, requirió más de su atención, hasta que el mayor de los hijos de don Canuto descansó en paz y feliz. Ese día todos sus hijos estuvieron con él, una familia aún mayor de lo que se imaginó. Además de Juan Pablo, Daniela, Linda y Marisol, estuvo aquel hijo mayor que nadie esperó con sus tres inquietos hijos. Don Eugenio sonrió aquel día, orgulloso y agradecido. Se despidió instantes antes cuando su mente estaba lúcida y partió finalmente, dejando un hueco que nunca fue llenado.

Después de aquello, la familia Córcega se fue dispersando. Marisol nuevamente se fue con Xavi, esta vez junto a Frida, que en aquel entonces era ya una jovencita que soñaba con estudiar en el extranjero. Linda se fue al DF a seguir estudios de su especialidad. Poco después puso su propio negocio en la capital mexicana, decidida a hacer una mujer segura e independiente, y tuvo un gran éxito. Juan Pablo y Julieta regresaron con sus hijos a África. Él siguiendo su vocación como médico y ella encontrando una forma única y creativa de ayudar a las mujeres de aquel lugar a perseguir sus sueños, a superarse en un sitio donde eran denigradas constantemente. Fue ahí que Julieta encontró un nicho para sus ideas y así realizar un cambio significativo en la vida de muchas mujeres y sus familias. El sueño de Juan Pablo se volvió entonces en punto de inflexión para ambos.

Los hermanos de Eugenio fueron nota aparte. Tulio frío y amargado, Audifaz servil y sin ambición, se fueron apartando cada vez más del resto de la familia, más cuando Imelda y Eugenio fallecieron. Ni siquiera sus hijos fueron el aliciente para que Audifaz cambiara su forma de pensar. Simplemente dejó que el tiempo siguiera su curso, y así perderlos para siempre. Amapola, por otro lado, no se dejó caer. Cuando Aris se fue a estudiar música al DF, Amapola se encargó de la Panadería. Como manager de su hijo mayor aprendió como administrar, así que los conocimientos que adquirió los aplicó en el que fuera el negocio de Eugenio. Tal vez era una pésima cocinera, pero Amapola era por completo diferente a su ex esposo: decidida y pulseadora, no bajó la cabeza y se volvió una pequeña empresaria. En sus manos y con el apoyo ocasional de Pancho, la Panadería Córcega tomó un aire fresco y se mantuvo funcionando hasta ese momento.

Los únicos hijos de don Eugenio que se quedaron en Oaxaca fueron Daniela y Ernesto, ella viviendo junto a Blanca y su tripleta, y Ernesto en una casa cerca del edificio. Neto, con el tiempo, se volvió un hijo más de doña Blanca, quien estaba pendiente de lo que ella y Daniela necesitaran, siempre atento nunca descuido el edificio Córcega, el primer hogar de su familia cuando llegaron sin nada a México y en donde encontró sus raíces. Yolotl era ahora diseñadora y trabajaba junto a Susana en Kclass y los duendes estudiaban en la Benito Juarez, siempre cerca de su papá y Grecia.

Aristóteles Córcega, por su parte, se había ido a DF a cumplir su sueño, pero primero y gracias al consejo de Temo, se decidió a estudiar antes para tener bases fuertes y conocimientos. Estudió música y artes escénicas. Logró un contrato con el tiempo con una disquera y ahora estaba brillando en el escenario musical mexicano. Pero su fama y le dinero nunca hicieron que olvidará quien y de dónde era.

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